En estos días cruciales en Venezuela, la desesperanza y el descontento están en su punto más alto. Solo el tiempo dirá si esta nación andina, con profundos problemas económicos y sociales, podrá encontrar una salida pacífica y justa, o estará abocada a una confrontación sangrienta.

La fuerza y la duración de las protestas, con resultados impredecibles, dependerán de varios factores. Por un lado, está la capacidad de la oposición para organizarse y mantener una prolongada presión sobre el gobierno y, por otro, el nivel de represión que decida aplicar el madurismo. A esto hay que sumarle el rechazo internacional, especialmente de Estados Unidos y de varios países de Europa y América Latina, que están considerando endurecer las sanciones contra el gobierno de Venezuela.

El pueblo venezolano ha demostrado una y otra vez su resiliencia y deseo de un futuro mejor. Enfrentarse a otro período bajo un régimen que consideran ilegítimo es una prueba más de su fortaleza. Una nueva oleada migratoria, hacia los países de la región y del continente, es muy probable. La única esperanza reside en que la presión interna y externa pueda converger para abrir un camino hacia la democracia y la recuperación de un país que merece un mejor destino.

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