Exclusivo
Actualidad
Testimonios de sobrevivientes del coronavirus: ¡La pandemia no ha terminado!
Ecuador ha establecido nuevas reglas para evitar las aglomeraciones durante los feriados de diciembre y EXTRA recopila los testimonios de cinco personas que lucharon contra la Covid-19 para recordarte que esta enfermedad no es un juego
Luego de diez meses de que la pandemia del coronavirus llegó a Ecuador, el intruso no ha sido derrotado y los 14 mil muertos oficiales que se llevó en el país no pueden olvidarse. La gente se sigue contagiando, ya son más de 222 mil casos a nivel nacional y en la última semana se enfermaron más de cinco mil. Incluso, otros países están volviendo al confinamiento debido a los rebrotes o nuevas cepas a vísperas de la Navidad y, hoy Ecuador ha anunciado nuevas restricciones para evitar aglomeraciones en los feriados.
Los síntomas de esta enfermedad pueden ser muy graves y cinco historias contadas en EXTRA sirven para recordarte que: LA PANDEMIA NO HA TERMINADO. Recuerda que el mejor regalo para los tuyos, esta Navidad, es el cuidado.
- DE MÉDICO A PACIENTE
“Yo nunca había visto en una tomografía un patrón tan invasivo, tan agresivo en un paciente, y ese paciente era yo”, cuenta Karina Peláez, médica internista del Hospital de la Policía de Guayaquil (desde hace 11 años), al recordar los 17 días en los que pensó que moriría internada, luego de que la diagnosticaron con coronavirus.
Hasta el 21 de marzo, la médica recibió pacientes con síntomas de una gripe común, estuvo en contacto diario con una docena de personas que, posiblemente, portaban el virus de Wuhan. “No se seguían las medidas de bioseguridad como estipula la OMS”, con solo una mascarilla quirúrgica, Karina atendió a un sargento de la Policía que, dos días después, sería su compañero en la unidad de cuidados intensivos (UCI), los dos luchaban contra la misma enfermedad.
La noche del 22 de marzo, luego de pasar cinco días con tos, dolor de garganta, fiebre que no cedía con pastillas y un agotamiento intenso que con solo levantarse de su cama parecía ser un esfuerzo sobrehumano, le pidió a su esposo que la llevara desde su casa en vía a la Costa hacia el hospital donde trabaja. No había dudas, tenía coronavirus.
La doctora de 45 años sentía que necesitaba respirar, pero el aire no alcanzaba a sus pulmones causándole un dolor intenso en el tórax debido al esfuerzo muscular. El panorama en UCI, no era alentador y la sumergía en la duda, de que si ella sería la siguiente a la que tendrían que entubar para que su cuerpo recibiera oxígeno.
Luego de pasar tres días en UCI, la llevaron a una habitación regular hospitalaria, pero la odisea aún no terminaba. El estado de los pulmones de Peláez era grave. “Imaginé que si me salvaba de esto iba a quedar con secuelas pulmonares, me veía arrastrando mi tanque de oxígeno y cánula. Imaginé tantas cosas que jamás pensé que iba a salir de esto”, cuenta.
Desde junio empezó a laborar nuevamente, pero esta vez su empatía hacia los pacientes creció. Ahora, cada vez que un enfermo con Covid-19 le dice que morirá, ella le da su testimonio para animarlos a vencer al virus.
- LA MÚSICA CASI LO LLEVA A LA TUMBA
“Usted salió premiado”, le dijeron los médicos a Bryan Puente, músico urbano, de 31 años. Aliviado de escuchar estas palabras creyó que en cuestión de minutos saldría del Centro de Salud Oramas González, de Durán. “Dio positivo para dengue y coronavirus”, le sentenciaron.
Desconoce si fueron las monedas o el roce constante que tiene con las personas en los buses cada vez que canta en ellos, pero un 8 de agosto sintió que “le había llegado la hora”.
Aquel día se despertó temprano y se ejercitó con dificultad, sentía que su cuerpo no respondía a los entrenamientos, sin embargo, salió desde Durán hacia el norte de Guayaquil y subió como de costumbre a los colectivos en los que cantaba.
La Covid-19 hizo presencia en su cuerpo quitándole la fuerza de sus piernas, sus dedos se retorcieron y sentía como si alguien le apretujaba los pulmones para que no pudiese respirar. Aún escéptico de que él, un hombre con aparente buena salud y sin vicios se podría contagiar, se convenció de que si sentía que se desmayaba se debía al cansancio y calor del día, pero en su cabeza era imposible que fuera el coronavirus.
Obstinado y aunque sus amigos, quienes viven con él le pedían que acuda a un médico, Bryan permaneció en cama dos días, hasta que su organismo le pedió ayuda a gritos. “¿Dios me vas a llevar ahorita? ¡No he cumplido nada!”, se preguntaba mientras era trasladado en ambulancia al Hospital del Guasmo, sur de Guayaquil.
En el centro de médico vio a niños menores de 13 años intentando obtener un poco de oxígeno a través de un tanque, a madres sosteniendo a sus pequeños moribundos, a mujeres y ancianos convalecientes. Se preocupó, pero pese al temor que sintió al ver las escenas, Bryan intentó mantenerse positivo.
Acompañado de su mejor amigo, 24 horas después de su ingreso recibió el alta. Salió por las puertas del hospital agradecido con Dios y con la noticia de que personas cercanas a él habían fallecido por la Covid-19 y, que incluso una de sus primas estaba en coma por la misma enfermedad que él superó.
Desde su recuperación, Bryan asegura que es temático con el alcohol, no pasa un segundo sin que necesite echarse un poco, “esta enfermedad ataca a cualquiera, es como una ruleta rusa a cualquiera le puede tocar y puede volver”, advierte.
- UNA PESADILLA QUE DURÓ 40 DÍAS
La simple inhalación de aire era una lucha para Johanna Acosta, docente guayaquileña de 40 años. Sin conciliar el sueño por el temor de que, dormida dejara de existir, despertó a su esposo y le pidió que la llevara a un hospital, porque el virus del que tanto hablaban en la televisión ya estaba en su sistema.
Desvalida y sintiendo cómo sus pulmones no respondían, llegó al hospital del IESS de Los Ceibos. Era la noche número cinco, luego de que recibiera a un amigo de su familia en el aeropuerto José Joaquín de Olmedo, de la urbe porteña. Feliz por la visita, los abrazos sobraban, el contacto con el recién llegado era cálido, sin que la familia de cinco supiera que su visita venía acompañada por un virus que pululaba desde China.
Una semana luego de que su amigo regresara a su natal Colombia, la llamada llegó. Funcionarios del Ministerio de Salud del país cafetero le advirtieron que su visita dio positivo para coronavirus y debía atenderse para descartar un posible contagio.
Corrieron los días y con ellos se le desvaneció el gusto y olfato, permanecían las jaquecas, pero esta vez iban acompañadas por escalofríos y fiebre. “Sentía un tapón en la garganta que ni me dejaba tomar agua”, rememora.
La angustia crecía en Johanna al ver cómo sacaban a otro cadáver por su vecindario, y le carcomía la idea de que, en algún momento, sería su cuerpo inerte el siguiente. “Lo que más miedo me daba era morirme y dejar sola a mis tres hijas”, confiesa.
Los medicamentos y cuidados de Joselyn, su primogénita, lograron que el 25 de abril, cuarenta días después, los exámenes dieran negativo. Su cuerpo estaba libre del coronavirus, pero los estragos psicológicos y físicos siguen.
Johanna no ha logrado dormir sin que se le dificulte respirar, entre las secuelas también están cuadros alérgicos. Tuvo ataques de ansiedad que le provocaron la caída de cabello.
- MORIRSE EN CASA O PERDERSE EN UN CONTENEDOR
“Yo tenía miedo de morirme ahí (hospital IESS Los Ceibos) y que mi familia no encontrara mi cadáver”, solloza Flor Gordillo, guayaquileña de 47 años, al recordar el tormento que sufrió luego de que le diagnosticaran el coronavirus.
Una semana después de que se confirmara el primer caso de coronavirus en el Ecuador, Flor recorrió los pasillos de un centro comercial de Durán. Las personas tosían entre la aglomeración que generaban los locales sin saber que, posiblemente, uno de ellos tenía el virus que casi la mata.
El cuerpo de Flor no respondía como antes y un leve dolor de garganta apareció, no obstante, la guayaquileña pensó que era una gripe estacional por el clima de la época. Sin embargo, el sábado 14 de marzo, cuando llegó a su hogar no pudo más su temperatura alcanzó los 39 grados centígrados y supo que era el momento de ir al médico.
Su intento de pedir atención médica fue en vano, en cada centro médico al que acudía le repetían lo mismo: las camas estaban llenas, no había espacio para otra persona más. Sin soportar más la sensación de no poder respirar, Flor junto a su hijo mayor y esposo fueron al hospital del IESS Los Ceibos. Sentada en la sala de espera desde las 6 de la mañana, cuando el reloj marcó las 8 de la noche, supo que debía irse antes de que su cuerpo fuera envuelto en una funda negra, donde se perdería.
Flor Gordillo, sobreviviente de coronavirus.
“La mayoría que entraba eran ancianos y se morían en la sala... Escuché a un guardia que le decía a una señora: ‘lleve a sus padres de aquí, sus padres se van a morir, no los deje”. Huyendo del hospital, tratando de inhalar aire por la boca, para su esposo Paulino Coello era una tortura verla luchando por un poco de aire, “yo sentí que la perdía”, susurra el hombre, de 54 años. Desesperado buscó un tanque de oxígeno, lo que ayudó para que Flor lograra recuperarse de apoco.
La mujer pasó encerrada dos meses hasta que, a finales de mayo, luego de que pensara que jamás se recuperaría, la última prueba de PCR cerró por completo el peor episodio de su vida. Los ahogos continúan, subir escaleras y caminar aún le generan malestar en sus rodillas.
- UNA NUEVA VIDA GRACIAS A LA PANDEMIA
“Mi fe creció hasta hacerme entender que Dios tiene un propósito para mí y que esto fue una prueba más”, dice Stefany Camacho, de 30 años, periodista y diseñadora gráfica.
Era el 18 de marzo, en todos los medios de comunicación, se replicaba la noticia de que la alcaldesa de Guayaquil, Cynthia Viteri, había ordenado cerrar la pista de aterrizaje del aeropuerto José Joaquín de Olmedo. En una furgoneta más de 20 reporteros, entre ellos, Stefany esperaban las declaraciones de las autoridades de gobierno sobre la decisión de la funcionaria municipal.
“No tomamos las precauciones correspondientes”, recuerda. Sin mascarillas, aglomerados, inhalando las gotículas de saliva de sus compañeros, Camacho cree que esa tarde el virus entró a su cuerpo.
Sola y lejos de su natal Caluma, provincia de Bolívar, la periodista se refugió en su hogar cuando su laringe se fue secando y empezó a sentir dolor. De inmediato supo que era el covid-19, aunque no se había realizado la prueba, estaba consciente que en sus coberturas en la terminal aérea y visitas a hospitales era imposible que saliera invicta. Once días después, una prueba de PCR realizada por el Ministerio de Salud Pública fue la encargada de confirmar su sospecha.
Aunque no necesitó tanque de oxígeno, Stephany vivió tres noches en las que creyó que su vida se le iba. Mientras miraba la televisión, su respiración se iba cortando, la desesperación para que el aire ingrese a sus pulmones complicaba la situación.
Agobiada y sin energías, le llegó una información que empeoró su estado físico y emocional. Su compañero de trabajo, Paúl Tobar había fallecido por la misma enfermedad que ella tenía. Stefany no soportó saber que no podía despedirse de su amigo y cansada de lo que veía en redes sociales se desconectó, hasta que un día decidió regresar para advertirle a las personas que el coronavirus era mortal.
Tres videos que le sirvieron como bitácora sumaron más de 100 mil reproducciones. Las personas agradecieron su testimonio y se solidarizaron con ella cuando les contó que habían pasado 35 días y el virus persistía.
En los últimos días de abril, luego de que sus resultados arrojaron negativo, la comunicadora asegura que sobrevivir al coronavirus cambió por completo su perspectiva ante las cosas, “yo veo la vida de una forma más simple, después de que la pandemia casi me mata, aprendí a ver todo como un milagro”, finaliza.