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¡Salió de las drogas para dar ejemplo y brindar fritadas con consejos!
Clientes se sorprenden al ver que regala buena carne a los ‘drogos’ que pasan por ahí. Él anduvo por esos caminos, por eso sabe lo que viven.
A sus 18 años la vida le daba una oportunidad envidiable. Corría el año 1997 y la ciudad italiana de Trentino Alto Adigio, frontera con Austria, le abría las puertas a Claudio Marín Ríos para cumplir el sueño de todo migrante: llegar a otro país con ‘camello’, hacer dinero, disfrutar y, además, mandar algo de platita a los suyos.
Quería dejar la ‘mala sangre’ que llevaba en Guayaquil. “Yo era mantenido de mis padres, pero consumía droga y después comencé a robar licoreras”, cuenta Claudio.
Su primo Vinicio Salvatierra, quien lo llevó a Italia, le había conseguido trabajo en el correo. Un empleo en el que ganaba bien.
Trabajó sin líos un año, hasta que su amistad con unos migrantes colombianos y peruanos lo llevó a esa misma vida que tenía en Ecuador y por la que “ya me venían siguiendo para darme ‘vire’, porque andaba medio acelerado antes de irme a Italia”, relata.
Pasaron 16 años, tiempo en el que murieron su mamá y, poco después, una hermana suya en un accidente de tránsito. Durante ese lapso vino un par de veces a Ecuador y “aquí me daba la vida de ‘bacán’, aparentando que tenía plata, pero nada”.
“Tal fue mi caída que hasta me quedé en esta esquina en calzoncillo (Huancavilca y Babahoyo, donde hoy tiene su local). Estaba loco. Yo cortaba el cuero sin tener nada en la mesa... estaba ‘manicho’ ya”, dice al recordar ese pasaje oscuro de su vida.
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Entonces decidió internarse en un centro cristiano de rehabilitación. “Ahí conocí a Dios. Él me tocó el corazón y empecé un cambio”.
A los pocos meses salió y desde ahí cero drogas. Prosperó en su negocio y hoy es a él a quien le toca dar consejos cuando por su local se aparecen algunos consumidores a pedir algo de comida. Aunque esté sirviendo a clientes que le van a pagar, él no deja de atender a sus otros ‘comensales’, como dos muchachos y una chica con un bebé de unos dos años que pasan por ahí.
“Dime una cosa, cuando vas a comprar droga, el ‘dóctor’ (quien les vende) está con la pechuga en su plato (bien atendido). ¿Y qué es lo que yo te voy a dar ahora? Un pedazo de verde y carne. Pero si trabajas y puedes estar comiendo bien, ¿por qué le das de comer a ese sinvergüenza?”, les dice con energía mientras le da a cada uno su fundita con fritada. Ellos escuchan, asienten y se van. Bien comidos y bien aconsejados.