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María Méndez ahora es desconfiada luego de conocer el atroz crimen.René Fraga

En Pifo está la vecina de los crímenes

Una moradora de esta parroquia Quito tuvo la desdicha de conocer a mujeres acusadas de asesinatos. Una es la que envenenó a 13 personas.

María Méndez fue la única persona que entabló una amistad breve con Lissa Caiza, la mujer acusada de matar a sus dos hijos y dos hombres con veneno, así como habría intentado asesinar a nueve familiares, en Pifo, nororiente de Quito. Eso la marcó.

Desde que esos asesinatos en serie salieron a la luz, a María la angustia una duda, “¿qué hubiera pasado si la vecina quería darme veneno a mí también?”, se pregunta. Múltiples respuestas se acumulan en su mente arrebatándole la tranquilidad.

María, de 48 años, vive un piso más arriba de donde hallaron los tres cadáveres, el pasado 28 de octubre. Sentada en la sala de la casa mientras alimenta a su nieta, recuerda la mañana que vio por primera vez a Lissa, implicada en un cuarto asesinato.

Doce días antes de los hechos, ella subió a colgar la ropa a la terraza de la casa y se encontró con aquella mujer pequeña y delgada que ha sido encasillada por la policía como “asesina serial”.

Los dos hermanos fueron sepultados uno junto al otro en el cementerio de Yaruquí.René Fraga

“Yo le mostré cuáles eran los alambres que podía usar para secar la ropa. Le dije que yo estaba para ayudarle y ella me agradeció”, relata María. Desde esa ocasión, las dos se encontraban en el último piso del inmueble para hablar, al menos, durante una hora.

Lissa le decía que tenía un carácter terrible y María le contaba que ella era padre y madre para sus hijos. Entretanto, las dos pequeñas víctimas –de 9 y 5 años– de la nueva vecina jugaban con las pinzas de colgar la ropa.

Pero en esos diálogos, a María algo le llamaba la atención. La indagada siempre le invitaba a su casa, algo que nunca se concretó, dice mirando a su nieta.

Conoció a otra asesina

María no sospechó nada de Lissa, porque ella jamás demostró algo que la delatara. Lo único que le pareció extraño fue que la mujer empezó a fumar entre dos a tres cigarrillos en cada conversación en la terraza. “Eso fue poco antes que ocurriera todo”, rememora la ‘veci’, quien fue la primera en socorrer a Lissa y a sus hijos la madrugada del 28 de octubre.

Fue en ese momento que a María rememoró otro crimen espeluznante ocurrido en mayo de 2017, cuando una amiga, asimismo, mató a su hijo recién nacido, también en esta parroquia de Quito. “Yo me dije: ¡volvió a ocurrir, esto es grave!”.

Esa fecha, aquella mujer fue detenida en el hospital de Yaruquí, después de explicar a los doctores que había dado a luz en el baño, tomó al bebé y lo metió a un armario. Pero eso no fue todo, porque según las investigaciones el recién nacido había sido estrangulado. Por eso fue condenada a 22 años de prisión.

María conoció a la otra acusada porque iba a la escuela de un sobrino y entablaron una amistad de casi 11 años. “Ella trabajaba con la suegra y cuando mi nieta nació me regaló la ropa de una de sus hijas”, recuerda. Cuando escuchó que ella también había matado a su bebé, a María le afectó porque “uno no sabe con qué clase de personas se trata”.

Después de vivir esas tétricas experiencias, María desconfía de todo. Incluso teme que si alguien llega al departamento donde ocurrieron los últimos asesinatos, sea un individuo con intenciones parecidas. “Pero nosotras no somos nadie para juzgar. Todo está en manos de Dios”.

“Son mujeres con complejos narcisistas”

Para Alexandra Mantilla, perito en perfilación criminal del Consejo de la Judicatura, la actitud que tomaron estas madres se encuadran al de un narcisista con rasgos psicópatas. “Una mamá que ejecuta este tipo de acciones es porque desea deshacerse de los problemas que considera innecesarios en la vida”.

Con eso, según la especialista, las acusadas se hacen pasar como víctimas. Y con ello, todo el centro de atención será dirigido hacia ellas.

Sin embargo, Mantilla detalla que ese análisis tiene que ir de la mano de otro hacia el entorno de la victimaria. Es decir, que su familia y todo el contexto en el que se desenvuelve una mamá con este tipo de alteraciones, también deben ser indagados.