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En Italia, ecuatorianos subsisten sin la ‘viveza criolla’
En la región Lombardía, considerada el epicentro del coronavirus en Europa, nuestros compatriotas respetas las normas de prevención
Sobrevivir durante la crisis de la pandemia fue difícil, con mucho temor. Fue muy preocupante, sobre todo, al tener hijos pequeños. Por eso, tratamos de adoptar todas las precauciones posibles”, relata Kelly Pino, una ecuatoriana que habita en Godiasco, una comuna de la provincia de Pavía, en el norte de Italia.
Su localidad se encuentra asentada en el sureste de la región Lombardía, que alberga a la mayoría de ecuatorianos residentes en ese país (ver infografía) y que, a inicios de año, fue considerada el epicentro de los contagios de coronavirus en Europa.
En febrero pasado, las ciudades de esa zona fueron las primeras en ser bloqueadas y sus residentes fueron obligados a permanecer en casa. Sin embargo, existía una sola opción para salir: con una autocertificación.
Ese documento –recuerda- lo podían descargar de una página oficial, imprimirlo y llenarlo por su cuenta, para ir a trabajar o a un supermercado. ¿La regla? Solo una persona podía salir por familia.
De inmediato, viene en mente una situación que se tornó común en Ecuador: cuando en los supermercados no permitían el ingreso de parejas, algunas personas fingían ser desconocidos hasta que entraban, luego salían juntos. Aquí, se le llama ‘viveza criolla’.
¿Hubo alguna posibilidad de que Pino y su esposo, Luis Chávez, hicieran lo mismo? Es probable que la oportunidad existiera, comenta, pero ellos han entendido que las normas se respetan, sostiene la mujer.
“En Ecuador, como siempre, el más sabido es quien se beneficia, sabiendo que hay muchas dificultades. Aquí, por ejemplo, todavía tenemos que estar a un metro de distancia. Aún existen esos límites en los supermercados, y se respeta”, acota.
Durante la época de encierro, ella comprendió que en el lugar donde habita “se respetan las leyes. Eso ha hecho también que seamos más disciplinados en nuestra forma de actuar. Acá no van a ver que la gente hace fiestas o que no tomen precauciones cuando se lo ordenan”.
También agrega que en lo económico existen grandes diferencias. “El gobierno italiano ha ayudado a las familias en dificultad y las personas que, por esta crisis, no podía salir a trabajar. Yo, por ejemplo, recibía bonos para supermercados que, según cuántos hijos tengas, eran de 50 a 300 euros (59 a 354 dólares)”.
Pino rememora que apenas empezó la cuarentena, sus hijos de inmediato pasaron a clases virtuales, pues faltaban pocas semanas para que culminaran su año lectivo.
Sostiene que al inicio fue complicado, porque ahora ella debía estar pendiente, las 24 horas, de sus vástagos, mientras que su esposo salía cada día a las 03:00, para trabajar en une empresa de transportación, y regresaba a las 20:00 o 21:00.
“Como tenemos un pequeño corredor, él iba directamente al baño y no nos veíamos hasta que se había lavado. Usaba siempre mascarilla, guantes, desinfectante…”, señala.
Además, narra que en febrero, a su familia, se había sumado ‘Achile’ (Aquiles, en español), un perro, ahora de 7 meses, que les hizo más llevadero el aislamiento.
En Italia también se habla de un rebrote del coronavirus. “Por eso, en este verano hemos decidido permanecer en casa, aunque acá ya se haya normalizado casi todo. Queremos estar preparados y, de llegar otra crisis, esta vez la afrontaremos con más experiencia y con los mismos cuidados, sin faltar a las reglas y pidiendo a Dios su protección”.
“Influye la cultura europea”
Si Lombardía fue el epicentro de Italia y Europa, Milán lo fue para esta región. En ella habita Christian Romero, ecuatoriano, técnico en fibra óptica, quien sí aprovechó unos días del verano local para salir a vacacionar. Lo hizo junto a su hija, procreada con una joven italiana, y su novia, la chilena Francisca Dieguez.
Él estima que “la gente regresó a un estilo de vida normal”, aunque en algunos sitios existan reglas que deban acatar”.
“Cuando viajamos hacia Ravena, en el tren era exigido usar las mascarillas. Todos cumplían. En la región Lombardía, había que respetar el metro de distancia. Entre un pasajero y otro había un asiento vacío. Una vez en la región Emilia Romaña, las reglas cambiaban. Ahí sí todos se podían sentar juntos, pero siempre usando mascarilla”, explica.
Al llegar a su destino, no solo se encontró con turistas italianos, porque la mayoría eran franceses y alemanes. Y ahí las reglas otra vez cambiaban: nadie usaba protección y no había problemas en reunirse o que los niños jugaran juntos.
“Todo era normal, no veía ese temor de parte de la gente por el contagio. Solo si íbamos a un restaurante, que era cerrado, o un supermercado, debíamos usar la mascarilla, pero en la calle ya no. Así eran las normas en ese lugar”, menciona.
Romero comenta que durante la cuarentena estuvo dos semanas sin ver a su hija y que luego, a pesar de que en los bajos de su casa tiene un supermercado, nunca usaron esa excusa para justificar la autocertificación y que la mamá se pudiera acercar con la niña.
Él detalla que solo recibía a su pequeña cuando la madre realmente iba a hacer compras.
“No sabría decir cómo actúa un ecuatoriano que vive en Ecuador, porque no he estado muy pendiente, pero sí creo que influye la cultura europea en cómo comportarse en estos casos. Es fácil: si veo que usas mascarilla, la uso también yo. Y así con todo. Pienso que el hecho de estar acá influye mucho en el comportamiento del ecuatoriano”, argumenta.
Él explica que durante la época de crisis no dejó de trabajar, aunque sí tuvo cambios en sus horarios, pues laboraba cada dos semanas. “Iba a la casa de la gente con mascarilla, guantes y con protección para los zapatos, porque se decía que así se transmitía y respetábamos para tranquilidad de la gente”, añade.
Romero dice que no le temió al contagio, porque sintió que las normas se cumplían. Y para un posible brote, él afirma que la experiencia por la que pasó su región les ayudará a defenderse de mejor manera.
“Si regresa el virus con más fuerza, seguiré las mismas medidas y creo que todos lo harán, esa es la ventaja, porque nos da más seguridad”, asegura.
“Las raíces no se olvidan”
“Uno se adapta no solo a la cultura, sino también al estilo de vida, pero las raíces no se olvidan. La diferencia se nota. Todos los latinos respetaron la ley de acá, porque, además, si no la respetaban eran sancionados con una multa que iba de los 300 a 600 euros (hasta 710 dólares)”.
Esto lo dice Marlon González, ecuatoriano residente en Paderno Dugnano, en la provincia de Milán. Él es jefe de bodega en una empresa de logística y durante los tres meses más duros de la pandemia (febrero, marzo, abril), en Italia, solo tuvo diez días de descanso, refiere.
“Algunos ecuatorianos se encerraron en sus casas por miedo al contagio. En mi caso fue diferente, porque tuve que trabajar, aunque las labores disminuyeron, porque algunas fábricas fueron obligadas a cerrar, por el gobierno italiano”, aclara.
González cree que aún hay miedo entre la población, aunque trate de llevar una vida aparentemente normal. Él cuenta que hace poco, colegas de otra empresa dieron todos positivos.
“Es por eso que las precauciones siguen siendo las mismas: el uso de mascarillas, el uso del gel desinfectante de mano y la distancia. En las entregas, el personal recorre toda Italia y bastaría que uno se contagie, regrese a la bodega y contamine a los demás. Eso hace que se tenga mucho cuidado y aquí se respeta todo”, comenta.
González cree que el rigor con el que se tomaron las medidas le ayudaron a mantenerse sano, porque –describe- llega a su casa directamente a bañarse y desinfectarse, sin tocar a su esposa e hija.
“Eso hice desde el principio, porque en cualquier lado uno podía contagiarse. Además, hacía frío y eso le favorecía al virus”, agrega.
Y suma que, en los trabajos, apenas alguien presenta un leve síntoma, así sea de un resfriado, es enviado a casa, donde debe esperar hasta que un médico se acerque a valorarlo. Indica que eso es parte de la cultura, es normal, no solo ahora por el coronavirus.
Incluso, desde antes, en las escuelas, cuando un niño presentaba cualquier síntoma de malestar, era enviado a su domicilio.
González sostiene que de llegar un nuevo brote del virus, esperará información oficial de las precauciones que tendrán que tomar y aplicará todas las sugerencias para su seguridad. “Aquí en Lombardía hay mucho orden y ganas de seguir adelante”, manifiesta.
Los días de calor llegan solo durante dos meses en la región y Marlon González ha decidido, en su mayoría, trabajarlos. Luego pensará en vacaciones, afirma.
Él también cree que ya hay normalidad a su alrededor, pero prefiere esperar. “En noviembre mi hija cumplirá 5 años. Ella, mi esposa, mi familia, son mi motivación. Quiero que salgamos delante de todo esto, tanto aquí como en Ecuador, pero para eso hay que respetar las normas. Yo lo seguiré haciendo. Espero que en Ecuador hagan consciencia y que lo hagan también”.
Rodeados del mal ejemplo
El docente de Sociología de la Universidad Casa Grande, psicólogo clínico Carlos Tutivén, explica que a la disciplina se llega con la combinación de dos dimensiones: el lazo social y la reflexión personal. A través de estas se entiende y se incorpora el respeto en nuestra conciencia, detalla.
“El problema de Guayaquil, de Ecuador y de los latinoamericanos en general, es que tenemos una sociabilidad carente de reflexión por un lado y, segundo, nunca vemos el (buen) ejemplo en el otro y eso nos contagia de hacer lo que queramos”, añade.
El experto menciona que al ver aceptación de las reglas y que las personas a nuestro alrededor las cumplen, nos harán pensar que no podemos ser la excepción y nos sentiríamos mal moralmente al romper ese acuerdo social.
Sin embargo, en nuestro país “vemos todo lo contrario. Hacemos lo que otros hacen, que es incumplir las reglas. Y si a eso le sumo que no hay reflexión interna, sobre las consecuencias de esa ruptura o de esas indiferencias, entonces tenemos el cuadro que tenemos (la indisciplina)”, refiere.
El especialista señala que en Europa, Canadá u otros países del primer mundo no existe perfección, pero puntualiza que hay mayor práctica ciudadana por las buenas costumbres.
Y ese “lazo social” influye a otras personas, como los ecuatorianos, a ser disciplinados. “Es una matriz cultural que por historia la han ido cultivando”.