Más de dos meses de ausencia, de lágrimas y desvelos. Así son los días de Martha Córdova, madre de Byron Ramírez, de 47 años, su primogénito de cuatro hijos, quien desapareció la noche del 30 de septiembre, en la ciudadela Los Esteros, sur de Guayaquil.

La preocupación de ella es que su hijo tiene 80 por ciento de discapacidad intelectual y requiere de medicinas, porque de no tomarlas le vienen las crisis epilépticas, las cuales padece desde que le dio meningitis, a los dos años de edad.

“Él iba a la casa de una tía, en Los Esteros, donde vivimos. Siempre iba a ese lugar. Ese día no lo acompañé porque tenía las piernas muy hinchadas, sufro de las rodillas”, relata la progenitora, quien no descansa hasta hallarlo.

Cuenta que no es la primera vez que se pierde, pero sí el mayor tiempo de extravío.

Morgues, hospitales, calles

“He reportado su desaparición a la Policía y Fiscalía, pero no me dan mayores respuestas, por eso lo he buscado en hospitales, morgues y calles. A pie y en carro. Hemos andado por el centro de la ciudad, hemos recorrido La Chala, Guasmo (norte y sur), Flor de Bastión, Monte Sinaí, la entrada de la 8 (avenida Casuarina), Pascuales, en todos lados dejamos volantes con su foto”, dice la mujer de 65 años.

Asimismo, ella y sus parientes se han desplazado fuera de la urbe porteña, han buscado en Bucay, El Triunfo, Milagro, Naranjito, Daule y Jujan.

Les comentan que han visto a una persona con sus características y corren a confirmar, pero se han pegado chascos.

Martha revela que Byron siempre cargaba un documento que explicaba su condición y en él estaban impresos números de teléfonos, en caso de pérdidas. “Ese día lo dejó en la vivienda de un familiar y no lo porta ahora”, dice con tristeza.

Descripciones físicas

Cuando Byron salió de casa vestía una camiseta del equipo de fútbol Barcelona de España, usaba una pantaloneta y medias color plomo, zapatillas negras y gorra café.

Él mide un metro cincuenta centímetros de estatura. A su madre le preocupa que alguien por querer robarle su camiseta original le haya hecho daño.

Debido a una caída antigua su hijo tiene una cicatriz en la ceja izquierda y en la parte superior de la cabeza (mismo lado); también tiene quemaduras en sus piernas, una olla de caldo le cayó encima.

“Él es mi compañero, pues hace 30 años quedé viuda. Vivíamos los dos. Solo Dios me mantiene serena y le pido que sus ángeles me lo cuiden de todo mal y que regrese a casa sano y salvo”, finaliza la sexagenaria, quien reconoce que su hijo está perdido, pero no su fe.