Exclusivo
Actualidad

Todo ocurrió en un bar de Quito.Referencial

¡Celé a mi chico con 'La Muerta' y me 'enchuquicé'!

Testimonio: Salí con mi cita de tinder, dos días antes de Halloween, y me volví loco... Celé a mi chico con una mujer que estaba disfrazada y con el rostro pintado de calavera. Pero resultó que ella era lesbiana y tenía su novia. ¡Ya no quiero ser tóxico!

Soy David, quiteño de 27 años, y les voy a contar una historia que me pasó hace poco en una popular cervecería de la avenida República. Pero antes, debo ponerles en contexto quién es el otro protagonista de la noche de ‘terror’ que vivimos. ¡Malditos celos!

Hace dos meses, Armando y yo nos conocimos en la aplicación de Tinder. La primera cita fue en la misma cervecería, un lugar acogedor si no hace mucho frío. Conversamos. Nos reímos. Y todo fluyó con normalidad. Desde entonces todo había salido muy bien. Hasta la noche de aquel viernes, dos días previos a Halloween.

Antes, había tomado un par de cervezas en la oficina. Y estaba disfrazado de ángel caído. Me fui a casa, donde me tomé otros shots de alguna bebida que tenía 50 grados de alcohol con mis ‘rommies’ (compañeras de departamento).

Es importante mostrarse como uno es y también ceder cuando las cosas no salen como uno quiere.

Luego me pasó viendo mi chico. Y nos fuimos a su cervecería favorita. Estaban sus amigos. Contaban historias divertidas. Nos reíamos mientras tomábamos ‘suave’, porque al siguiente día no queríamos estar chuchaquis porque habíamos acordado ir a desayunar en Cayambe. ¡No pasó!

Hago un paréntesis para contarles que soy celoso (tóxico) y algo inseguro debido a relaciones del pasado.

Seguimos tomando. Cuando estábamos con unas bielas dentro, llegó un grupo de amigos de un ‘pana’ de Armando, entre ellos, una persona que tenía la mitad del rostro pintado de calavera. ¡Era la noche de fiesta de Halloween! Y mi chico la ‘bautizó’ como La Muerta.

Yo juro que en ese momento pensé que era un hombre (o trans). Es mi defensa.

Más tarde, cuando ya los ánimos estaban encendidos, Armando la comenzó a molestar. Le decía: “Oye, Muerta, toma cerveza”. “Oye, Muerta...”. Y otras cosas más. Lo hacía mientras yo le tenía de la mano y sonreía con incomodidad, algo falso, como cuando tu madre te clava la mirada cuando la ‘fregaste’.

Me acerqué al oído de Armando y le dije que dejara de molestar a La Muerta porque estaba celoso. Y nada. Siguieron brindando ¡chin-chin!, riéndose. Entonces, perdí el control. ¡Me ‘enchuquicé’!

Me levanté. Pedí un taxi. Y dije: me largo. Estaba chumado. Enojado. Sensible. Y como un toro bravío, salté unas macetas grandes de cemento y, sin despedirme, desaparecí. Eso hubiese querido hacer con La Muerta. Pero...

Lo que viene luego es menos trágico. Armando no me escribió. Apagué mi celular, porque no soportaba que él no me haya llamado. Y les conté el lado de mi historia a mis amigas. Al siguiente día, sintiéndome como rata del chuchaqui, le mandé un mensaje. “¿Te valió?”, le pregunté. Y no le valió. Hablamos. Supe que aquella persona no era un hombre, sino una mujer lesbiana que estaba con su novia.

Celé a mi chico con La Muerta. Estaba molesto. Pero con él las cosas son distintas. Es como si alguien racional se hubiera cruzado en mi vida. Y me hizo entender que debía confiar y estar seguro de mí, de él, de nosotros.

Camino a Cayambe (ya no desayuno, sino almuerzo) me dio vuelta a la conversación y el resto ya es historia. Seguimos saliendo. Somos muy felices. Y esta es una muestra que Tinder no siempre falla.