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Guayaquil

Roberto Rojas se ha dedicado durante los últimos cuatro años a realizar malabares en los semáforos de Guayaquil.Gustavo Molina

Basketman, el showman de los semáforos

Si la 'cosa' está buena, Roberto Rojas puede ganar hasta 20 'latas' por día haciendo sus trucos en plena luz roja. El guayaco tiene un récord mundial de malabares con tres balones.

Roberto Rojas, de 30 años, no ha olvidado el frío tacto del metal de su fusil ni las ráfagas de disparos de las guerrillas en Puerto Vichada (Colombia). Aquellas madrugadas, asustado, se aferraba a su arma como su fiel amiga. Luego miraba la oscuridad de la selva intentando encontrar una respuesta que no iba a hallar.

Son nueve años entre ese recuerdo y su actualidad. También son dos personas distintas: el trajín del tiempo ha hecho de las suyas. En la pequeña foto que guarda en su billetera de su paso por la Marina colombiana hay un joven escuálido, de ojos pequeños y sin muestra de emociones. Ahora esos ojos, un poco más abiertos, muestran un color miel rodeado de las preocupaciones y rastros de insomnio.

“Fueron los tres meses más difíciles de mi vida. Al cuarto me retiré para el nacimiento de mi hijo”, comenta Rojas mientras limpia algunas impurezas de sus uñas.

El fusil fue su mejor amigo. Dormía aferrado a este cada noche y, al despertarse, seguía ahí. Desayunaban y se bañaban juntos. Vivía en ese bucle. De vez en cuando lo alistaba por si tenía que protegerse, pero los disparos seguían siendo lejanos.

“Esto marca tu vida. Yo no quería salir de la Marina y, aunque suene feo, tampoco quería ser papá. Apenas estaba empezando a vivir”, reconoce.

Esto marca tu vida. Yo no quería salir de la Marina y, aunque suene feo, tampoco quería ser papá. Apenas estaba empezando a vivir

Es guayaco, pero a eso de los seis años su papá lo envió a Colombia con su mamá, para que ella lo criara. Tras retirarse de la Marina de ese país, volvió a Cali, donde había pasado su infancia y adolescencia, y se dedicó a trabajar en lo que saliera: pintó casas, vendió mandarinas, entre otras actividades.

Esa calma duró solo un par de años. Roberto se convirtió en un astronauta que explorando los lunares del cuerpo de su expareja se extravió en un enorme vacío. “Ella me quitó todo y por eso me vine para acá. Me la tatué (enseña un nombre en el antebrazo). Todo mi círculo estaba ligado a ella y no aguanté”.

Ante esta situación decidió regresar a Guayaquil en 2018. Aquí tuvo un nuevo comienzo, lejos del dolor del desamor y retomando sus raíces. De su vida pasada solo quedaron algunas fotografías que aún conserva en su billetera.

Inicios de Basketman

Era frecuente que Roberto, en su infancia, fuera despertado a la madrugada por sus padres. Ellos, con unos tragos encima, le decían a su niño que hiciera el giro del balón en su dedo. Él respondía que no.

Se hacía un silencio por unos segundos. Su padre, ante la negativa, le ofrecía 5.000 pesos colombianos ($ 1) y Roberto, como pez que mordió un anzuelo, salía de las sábanas de su cama e iba a entretener al público. “Todo empezó en casa. Jamás pensé que iba a sobrevivir con algo que era un chiste”.

Tiempo después, por una lesión que lo dejó seis meses con el brazo inmóvil, se dedicó a aprender trucos con el balón en la mano que no tenía lesionada.

Esto lo llevó a que en Colombia hiciera freestyle con los balones en los semáforos. Al principio fue una manera de competir con su hermano, debido a que él hacía malabares con palos de madera encendidos con fuego.

“Una vez me lo encontré y me puse a hacer trucos en los semáforos. Me dieron 800 pesos colombianos. Eso se volvió como el bazuco. Llegaba a las 06:00 y me quedaba hasta las 18:00”, relata.

Lo que se inició como una competencia entre hermanos hizo que Roberto formara un estilo, con el que rompió un récord mundial en 2021, en un semáforo de Guayaquil. “El récord era rebotar tres balones en un minuto la mayor cantidad de veces posible. El que más tenía era un estadounidense con 214, pero yo hice 264”.

El show

Segundos antes de que el semáforo pase de verde a rojo, Roberto se pone sus audífonos. En estos, por lo general, suena el rapero venezolano Canserbero. Cierra los ojos y resopla fuerte: el show ha empezado.

Los carros se van apilando uno a uno frente al showman. Su rutina debe durar un minuto y 10 segundos. Luego, en un corto periodo, recoge las monedas que le dan.

Algunos desvían la mirada, indiferentes; pero otros lo ven atentos. Incluso hasta se impresionan con algunos trucos. Los tres balones de baloncesto parecen ser una extensión más de su cuerpo. Rebotan a su antojo y se mueven de la manera en la que él desea.

“A veces es difícil (trabajar en) el semáforo porque uno sale con energía, con una sonrisa, pero la gente te ignora, se hacen los locos y eso duele. Uno siente que te rompen el corazón. A los eventos donde voy me robo el show y me terminan aplaudiendo, pero aquí puede ser un mundo hostil, aunque reconozco que siempre hay gente que ayuda”, expresa.

Basketman diariamente puede ganar cerca de $ 20, aunque la cifra es muy variable. Por ello, en las tardes, luego de trabajar en el semáforo, da clases de baloncesto a 10 niños en su escuela Trota Mundos.

También ha intentado enfocarse en eventos, de los cuales puede obtener ganancias. “Tengo muchos proyectos, pero solo necesito el impulso. Caí en depresión el año pasado por un accidente en mi moto. Empecé solamente a comer y ver TV. Ahora estoy tratando de volver. Pero a veces el mundo te come. Necesito hacer cosas más grandes que estar en un semáforo”, concluye.