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Opinión

Editorial: Guayaquil de mis amores

Desde 1820 los guayaquileños comprendieron que la libertad es algo tan preciado como para entregar la vida a cambio, y fue en ese año que se enfrentaron sin temor contra los españoles que nos gobernaban. Fue ‘suerte o tripa’, ‘ahora o nunca’; se armaron de valor y decidieron romper las cadenas de sumisión y empezar una nueva historia para tener una ciudad libre y soberana que puso el ejemplo para que otras como Quito y Cuenca se contagien de rebeldía y coraje.

Guayaquil por años ha sido un lugar muy acogedor y anfitrión que recibe con brazos abiertos a todo aquel que busca un destino lleno de oportunidades y superación. Ser guayaquileño no solo significa ser ‘sabido’, como consideran en otras partes del país. Ser guayaquileño abarca muchas cosas más, como ser luchador, no bajar los brazos y buscársela ‘a como pinte’ para poder ‘parar la olla’, aunque la cosa esté jodida. El peloteo entre panas de barrio, cerrando las calles para armar las canchas improvisadas, seguido de su buena ‘chupa’, es un rasgo inconfundible de los guayacos de antaño y de la actualidad.

Su gastronomía ofrece una larga lista de opciones para todos los bolsillos, desde un pastel con su respectivo vasito de jugo o cola por 75 centavitos, o un ‘guatallarín con harto arroz’ por 1,50 en los ‘agachaditos’ siempre serán buenas opciones.

Guayaquileño madera y cuerpo de guerrero, luchador incansable de sueños y proyectos, celebra este 9 de Octubre un año más la independencia de la urbe porteña y grita con júbilo y alegría: ¡¡Viva Guayaquil, carajo!!