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El árbitro manabita Roddy Zambrano comparte su sazón en el restaurante Zafrani, uno de sus sueños cumplidos.ANGELO CHAMBA / EXTRA

Roddy Zambrano, implacable en la cancha y en la cocina

El arbitraje y la gastronomía son sus grandes pasiones. Gracias a su tenacidad ha dirigido a nivel internacional y cuenta con su propio restaurante

Camisetas de varios equipos de fútbol y de su faceta como árbitro, credenciales de diferentes torneos, reconocimientos y fotos forman parte de la decoración del restaurante que el réferi Roddy Zambrano estableció, en noviembre de 2020, en el norte de Quito. Con orgullo habla de las instalaciones de su reciente logro y que es un ejemplo más de una trayectoria de lucha y tenacidad que ni la pandemia pudo frenar.

Zambrano llegó a la capital cuando tenía 17 años, tras culminar sus estudios de bachillerato a distancia, a los que se dedicaba los sábados. De lunes a jueves le ayudaba a cultivar la tierra a su padre en La Crespa, Manabí, y el viernes vendía dulces en los buses interprovinciales.

“Siempre he buscado salir adelante y ser el mejor. Cuando ingresé al primer grado como oyente, con 4 años, me hacían bullying por ser el más pequeño. Mi hermana Nelly, que tenía 6 años, me defendía, hasta se pegaba con sus compañeros. Esa experiencia me fortaleció para ponerme como meta el demostrarles que sería mejor que ellos”, narra Zambrano.

Y esto lo aplicó en sus dos pasiones: la gastronomía y el arbitraje. La primera fue su fuente de sustento al llegar a Quito. Empezó lavando platos y limpiando baños, pero con su constancia fue ascendiendo a mesero, ayudante de cocina y finalmente chef principal.

EN LOS BARRIALES

A la par se le presentó la oportunidad de dar sus primeros pasos en el arbitraje. “Un familiar era árbitro barrial y me llevó para que dirija un juego de la sub-12. Me chocó mucho al ver que insultaban a mi madre, que es mi pilar. Me hirieron tanto que no quise regresar”, cuenta Roddy.

Fue Hugo Vaca, dirigente de los réferis barriales, quien lo animó a volver a las canchas, lo ayudó a estudiar para ser árbitro profesional y desde ese momento no paró. Pasó por todas las categorías y cuando se sentía estancado, al no ascender de la segunda división, otro de sus mentores, Bommer Fierro, le dio la oportunidad de dirigir en la Serie B.

“Cada día me iba enamorando más de mi profesión. En 2011 llegué a la Serie A, después di el salto a nivel internacional. Estuve en eliminatorias, Mundiales juveniles, Copa América, Libertadores, Recopa. Estoy muy feliz con todo lo conseguido, ser árbitro es lo mejor que me ha pasado. He podido conocer varios países, culturas, y sobre todo he ganado amigos que es lo que más valoro”, afirma Zambrano, quien a sus 42 años piensa en el retiro y en poder aportar a la formación de nuevos talentos a nivel nacional y continental.

CON DOS TRABAJOS

Al consultarle sobre si se puede vivir del arbitraje es claro en señalar que no, “pese a que ha mejorado mucho en los últimos dos años” y eso se refleja en que los jueces tienen otras profesiones, como la gastronomía en su caso.

Por eso dio forma primero a una empresa de catering, en 2007, que antes de la pandemia entregaba 1.200 almuerzos diarios, y ahora dedica la mayoría de su tiempo a Zafrani, nombre del restaurante que es la unión de su apellido y de Azafrán, la escuela en la que se graduó de chef.

El restaurante de Zambrano tiene un mural con imágenes de partidos que dirigió y está decorado con elementos de su carrera como árbitro.ANGELO CHAMBA / EXTRA

“Los manabitas tenemos esa sazón diferente, única, y eso lo reflejo en mis platos. Mi mamá nos enseñó a cocinar desde pequeños y eso lo agradezco”, señala el réferi que a diferencia de la cancha, donde es serio e implacable, en la cocina se transforma y pasa sonriendo mientras demuestra sus habilidades culinarias.

Sobre sus platos estrella afirma que son “el viche de pescado, el encebollado, me sale una lasaña espectacular. Preparo unos camarones brosterizados, una fusión de arroz moro, pero con queso manabita, que podría decir son el sello de la casa”.

También prepara esos dulces que vendía de niño, que le recuerdan que no hay imposibles y que con esfuerzo se pueden hacer realidad los sueños.