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La columna de la ex: El crack no quería ciudadela
Las cosas que uno se entera y que parecen broma, pero son reales.
Vivíamos en la Sierra y una sola llamada puso a mi esposo en un equipo amarillo de Guayaquil. Pasamos de pagar arriendo, a que nos pague el club. Y las penurias económicas durante dos años se fueron de nuestras vidas.
Si no hubiera sido por la mala cabeza de mi querido amor, seguro que en este momento no estaríamos mal. Pero ese es otro lío. Lo que nunca entendí fue por qué a mi marido nunca se le salió lo ‘grillo’.
Resulta que en la primera semana de estar en Guayaquil dormimos en un hotel, pero ya nos habían dicho que íbamos a vivir en una ciudadela. Yo siempre había escuchado que habitar en esos sectores era más tranquilo, que no había bulla, que cada cual estaba en su casa y que ni íbamos a conocer a los vecinos.
Y nos fuimos para la vía a Samborondón, a una casa muy linda, con muebles, camas y todo. Nosotros solo debíamos llevar la ropa y la comida.
La primera semana fue rara. Mi marido no se sentía a gusto. Es de no creer, porque extrañaba el ruido, quería sacar los parlantes, y lo que más me hizo reír es que extrañaba a las personas que vendían en la calle.
Yo trataba de decirle que habíamos cambiado de vida, que ahora era distinto... pero él no entendía.
Sucedió algo que causó problemas entre nosotros: le dijo al directivo que quería vivir en otra casa, que donde estábamos pagaba más de $ 1.000, pero que le dé la diferencia porque él se iba a vivir junto a sus amigos al sur de Guayaquil.
No lo podía creer. Esa fue una pelea durante un año. No lo dejé ir. Y ahí se quedó.