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Los príncipes del vértigo en el rally de las Fiestas de las Flores y las Frutas
Entre nubes y chacras de chochos los pilotos treparon el altiplano tungurahuense
Sábado noche, Barrio Obrero. La lluvia cae, copiosa. La parroquia se frota las manos. Los vendedores de ponchos anti agua corren de cliente en cliente. Pasadas las 20h00, rugen los bólidos. A los guaytambos les encanta el automovilismo: no importa el aguacero, los vivas y puños en alto animan a los pilotos.
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Los motores truenan: hasta entrar a la curva, bajar de marcha y, en instantes, pisar acelerador a fondo para salir a la pequeña recta. Los segundos son oro: en el rally Fiestas de las Flores y las Frutas 2025, entre el segundo (Citroen C3, Jiménez-Andrade) y el tercero (Opel Corsa, Mateo y Sebastián Palacios) la diferencia fue de 10 segundos.
El rally ambateño de este año se corrió en dos jornadas entre sábado 15 y domingo 16 de febrero: 146 kilómetros en 8 tramos de velocidad pura y dura. EXTRA presenció la carrera nocturna y dos tramos de trepada de montaña sobre asfalto: más velocidad y exigencia al límite a los preciosos motores.
Hubo momentos extremos: Alfonso Quirola, el Tri Campeón de la Vuelta a la República, abandonó el sábado, tras salir de ruta en una curva y resbalar 20 metros a un sembrío de chochos. Y el Peugeot 208 de Sebastián Guerrero y David Guarnizo, terminó en el río. Martín Navas y Daniel Galarza, en Citroen C3 Rally 2 ganaron el desafío, con 1h 27 minutos y 31 segundos.
El arte de tomar las curvas
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En el léxico rally, las curvas tienen su nomenclatura, que establece su nivel de dificultad. Pablo Mora, piloto de ruta, mirando el paso de los autos, comparte su conocimiento: las curvas van de 5 a 1. Una 2 es cerrada, casi una “L” y la 1, es una horquilla o curva en “U”.
Entrar y salir bien de la curva son clave de cara al triunfo. “La hoja de ruta brinda seguridad a la tripulación. Días antes la dicta el piloto, la copia el copiloto y, en carrera, a gritos, se la canta a su jefe”.
Seguir la hoja al pie de la letra, sin embargo, no es infalible. “Pueden darse problemas e incluso te sales de ruta, lo que debió haber enfrentado Alfonso Quirola”. Puede pasar que la hoja se levantó a una velocidad que, en carrera, es superada. Y hay sorpresas.
Un poderoso coctel de conocimiento y arrojo. “Cuando entras a una curva 2, apenas la adviertes y no la piensas: oyes el canto del copiloto y actúas, sin tomarte ni segundos: puedo decir que ‘ejecutas’ la curva”.
Lo que bien empieza, seguro bien termina. La hoja enruta al bólido a salir airoso de esos segundos y encarar la recta. “La misma curva te bota, te saca”. El otro detalle en la resolución exitosa de una curva, es el conocimiento absoluto de lo que el auto provee, según su caja de cambios. “Es lo que llamamos saber cajear”.
Las cajas de cambio pueden ser modernas, más cortas, con cinco velocidades que, bien aprovechadas, proveen piques de salida modo relámpago con desempeños sobre los 140 km/h. Las más largas, antiguas, no brindan esa explosión indispensable: responden a una estrategia de carrera diferente, única para esa máquina.
Los jinetes del viento
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San Vicente de Tibilín, a 3600 msnm: el rally revela un Ecuador que no se rinde. A las 7h00, desde las elevadas montañas asoman habitantes andinos: zamarro, poncho, bufanda, sombrero; cuatro apuestos jinetes del viento miran el paso trepidante de los coches.
A lo lejos, pasito a pasito, como de entre las nubes, viene trepando una pequeñita mujer nativa; luce los encendidos colores de esas comunidades ancestrales. Rosa Cashabamba trabaja en el rally. “Harto ruido, pero sí se vende”, mejor sonríe. Una de las máquinas nos pasa cerquita. “¿Si oyó?”.
Su capitalito de camello no pasa los 90 dólares: chicles, cigarrillos, manicitos, galletas. “Un buen día deja 20 dolaritos, caminando harto”. El resto de su mesita lo toma de la tierra: papitas, mellocos, habas, cebolla paiteña. “Cincuenta centavitos el atado”. Así crió a sus siete hijos. “Que no dejen basura, que vengan no más”, dice de los raileros.
Entre los aficionados al rally la pregunta es si Alfonso Quirola, el estupendo piloto orense que tuvo un accidente el día anterior, se reengancha en la carrera. Estamos en una zona protegida de la Cuenca Alta del río Ambato, cinco grados de puro y rico frío; las nubes a la mano.
Entre la comunidad rally se comparte desde el protector solar, para lidiar con el solazo afro andino de la comunidad de Tilibín Alto, hasta un regio sanduchito de lo que haya. Vuelan los vídeos que muestran distintos ángulos para el arte de estos audaces corredores, circulan sorbitos de cerveza.
Enterado del paso del prime, David Chillagana decidió correr su propio rally y sumar un puñado de dólares a su austera economía. Este domingo madrugó a las 4 am para pelar , cortar y freir 70 fundas de papitas, que vende con aderezo de mayonesa y un ají rojo Ferrari, por supuesto.
Caminantes de los cielos
Los vendedores caminantes van de jorga en jorga de aficionados, que dan buena cuenta de sus golosinas. Aprovechan el minuto de diferencia que hay entre cada largada y ahí, literal, vuelan entre los grupos de comensales. Sudando la gota gorda llegó Armando, cargando tremendo palo de algodón de azúcar y mini peluches.
El trabaja de todo lo que sea posible, entre semana: albañil, lava carros, lotero. Y aprovecha de estos sucesos con gran asistencia de público para salir a pecharle a la vida. A dólar cincuenta el colorido paquetito de deliciosa azúcar batida y enfundada.
Su palo carga unos 25 de esos dulces. Para venderlos se recorre, en trepada, unos diez kilómetros, al filito de la misma estrecha vía por donde truenan los motores exigidos al máximo. El no se rinde, apenas suspira. Y cuando no hay coche a la vista, mete pulmón a 7000 RPM. “El algodón de azúcar, llevá el algodón”, medio grita, medio suplica.
Un rey silencioso entre los bólidos
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De regreso a Ambato, miramos fotos y vídeos de este magnífico espectáculo. Los Renault, Citroen, los Kia, los Hyundai, Volkswagen, los eternos Vitaritas, las camionetas, los Can-Am; cada uno en su mejor toma, que muestra valentía y conocimiento del asfalto.
La foto ganadora en categoría paisajes es una de ese imponente rey en silencio, el Chimborazo, que todo lo mira y luce retratado desde las alturas del mirador del cerro Millagua. La vista es preciosa: el magnífico nevado, cerca al Carihuayrazo, que luce de luto: sin gota de nieve.
El paisaje andino es imponente y tiene su vuelo místico. Me queda el trinar de unos cuantos pajaritos, en el silencio de la madrugada, con el sol rompiendo entre la montaña. Me fascina la efímera irrupción y el tronar de los motores pasando entre chacras, gigantes montañas y riachuelos.
Y al costado, esos compatriotas vendiendo sus cositas, corriendo en descarte; buscándole un minuto de tregua a la vida dura. Sorteándola, ni que curva dos.
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