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Buena Vida
Sara Arana, el arte le salvó la vida
La participante de ‘MasterChef’ cuenta su dura historia, en la que además de música hubo excesos, de los que salió por amor a la vida y a sus hermanos
No es abogada de profesión, pero así la reconocen en la calle. Es Sara Arana (25), de piel trigueña, dulce voz y hablar rápido, que cuenta con orgullo y resiliencia los detalles de su vida.
Uno de ellos, y tal vez el que la puso en el ojo público, fue su paso por la cuarta temporada de ‘MasterChef Ecuador’. Nacida y criada en las entrañas del Guasmo Norte, populoso sector guayaco, el barrio es importante en su contexto, ya que ahí fue conociendo las formas de arte con las que hoy se identifica: el rap y la gastronomía.
Cocina y cariño
El amor por la comida lo ha asimilado en su adultez. De niña, aunque faltaban ingredientes, su mamá ponía mucho cariño en la preparación y eso le dio la sazón que tiene hoy.
En su niñez y adolescencia hubo carencias, especialmente económicas, pero nunca faltó la música, el rap. La literatura de la calle, como la llama ella, fue su salvadora en uno de los episodios más difíciles de su vida: la adicción a las drogas.
“Yo soy del Guasmo Norte. Tuve una infancia muy complicada y de bajos recursos. Mi mamá hacía la mejor sopa de papas y fideos con mantequilla. También un pollo a la Coca-Cola exquisito, todo con muy pocos ingredientes, realmente lo básico. Jamás he vuelto a probar algo así desde que mi mamá se suicidó”, cuenta la novena finalista del reality de cocina.
Aquello ocurrió cuando Sara tenía 14 años, un domingo 13 de mayo, Día de la Madre. Pero, cuenta, fue el arte lo que la salvó y la cocina lo que hoy la reconforta.
“Cuando ella falleció me sentía muy sola y empecé a escribir. Lo primero fue un verso al estilo de una canción. ‘Yo triunfaré, yo llegaré, aunque en mí no crean yo lo lograré. No me podrán callar en el rap, yo lo haré. Soy un guerrero más y en los problemas no caeré”.
Grabó la canción, pero ha quedado escondida, menos en su mente. “He pensado en tatuarme esa frase. Siempre está presente en mí, es como un mantra”, explica la activista.
Sus excesos
Comenzó a consumir H (mezcla de heroína, anfetaminas y otros productos que varían según su fabricante) durante sus tres años de bachillerato. Pero el cariño por sus dos hermanos menores, quienes hoy son su apoyo más grande, le dio la fuerza para salir adelante.
“Casi me muero”, dice antes de contar un duro episodio que hoy le da sentido a su forma de abordar su causa. “En la casa donde vivíamos nos pegaban a mí y a mis hermanos. Una tarde que volví del colegio vi al menor muy golpeado por mi tío. Yo había comprado muchas fundas de H para revenderlas, pero cuando lo vi tirado en la cama me sentí muy mal. Mi papá ya se había ido de casa, lo hizo a los dos días de lo que ocurrió con mi mamá”, relata.
Ella tenía 16 años. “Me sentí tan mal que me fui al baño y consumí todas las funditas. Eran unas 60. Tenía mucho coraje y quería enfrentar a mi tío. Pero después pasó algo muy feo, se me tapó la nariz. No podía respirar. Estaba desesperada y no podía pedir ayuda a nadie. Eran como las once de la noche”.
Sara se muestra dulce y afectuosa al contarlo, aunque se ve en sus ojos que esto le afecta. “Nosotros dormíamos en un colchón y de repente se levantó mi hermanito, que tenía unos seis años en ese tiempo, y me dijo: ‘Ñaña, no llores. Tú eres nuestra mamá y tienes que cuidarnos. Además Dios te va a dar mucha sabiduría’. Me dijo eso y se volvió a acostar. Entonces me di cuenta de que de verdad era como su mamá. Le prometí a Dios que si me ayudaba a poder respirar, trataría de dejar esa ‘huevada’. Luego de un rato y cansada de respirar por la boca, se me cayó todo eso que tenía pegado en la nariz. Fue un ruego que se cumplió y ahí comencé a dejarlo”.
El proceso duró alrededor de seis meses y lo hizo sola. Sus familiares no quisieron ayudarla con apoyo psicológico y tuvo que permanecer encerrada. Entonces, nuevamente la música de la calle se hizo presente. “Todo ese tiempo tuve al hiphop para darme apoyo cuando me daban ganas de una nueva funda (de H). Escribía poemas, hacía una base. Yo me aferré a la música”. Aquello lo aprendió de Vico C, su más grande referente.
Camino al liderazgo
Terminar el colegio fue la siguiente meta, la misma que consiguió gracias a su tía Carmen Arroba y a Jahir Briones, uno de los miembros de Cepam, quien la empujó a darse cuenta de su talento.
Con las charlas, comenzó a vincularse con las comunidades y a potenciar su faceta de lideresa. “Cuando entré a Cepam pude comprender con el tiempo que lo que pasó con mi mamá fue un feminicidio indirecto. Ahora que estoy grande, pude analizar cómo le afectó lo que mi papá le decía y que la orilló para que ella tomara esta decisión. Sus palabras humillantes profundizaron sus problemas de ansiedad y depresión”.
Así, en sectores como Fertisa y Pablo Neruda les hablaba a personas que tenían vidas similares a la suya. “Yo soy una ‘artivista’, porque considero que el arte tiene mucho que ver con las comunidades y conecta con todos los sectores. Doy talleres de escritura para sanar mediante el hiphop. Considero al rap como la literatura de la calle, que nos ayuda a explicar lo que nos ocurre de manera poética, solo que con una pista y lenguaje de calle”, detalla la creadora de Música en Casa, fundación y gestora cultural asentada en el centro de Guayaquil.
La fundación, que tiene cerca de tres años, empezó como un espacio que Sara creó junto a su expareja para implementar un estudio musical y dar espacio a otros raperos, pero evolucionó y ahora cuenta con el apoyo de Fundación Garza Roja. Hay talleres de fotografía, teatro, escritura y, por supuesto, mucho hiphop y rap.
¿Y la cocina?
La música no es el único arte que maneja. También es una ‘master chef’ empírica. Un 13 de agosto, hace tres años, el día que nació su hijo, se reconcilió con este número que odiaba tanto.
Ese día también nació su sazón. “Antes yo no cocinaba nada y lo único que cambió fue el amor que le ponía. Sabía que solo tenía que entregarle amor y es lo que ponía en los platos que le preparaba”.
Marco Sebastián, así se llama el pequeño, vive con su papá, una decisión que tomaron en conjunto luego de la separación. “Mi expareja y yo somos muy amigos, incluso casi vecinos. A mi hijo lo veo mucho y me llevo excelente con mi ex”.
Así, con su sazón cambiada, se comenzó a dar a conocer, por lo que la impulsaron a ser parte del casting del programa ‘MasterChef’. Ya era famosa en su círculo por su seco de pollo cannábico y sus brownies.
“Hice el casting y gusté por mi personalidad y buena sazón, aunque tenía poca técnica”. Por su empuje y habilidad culinaria llegó a ser parte del top 10, aunque ella jamás imaginó avanzar tanto en la competencia.
Ahora ha sido becada por la Academia Santiago de Guayaquil para sacar su título de chef. Mientras tanto sueña, como en su canción favorita, la del rapero ecuatoriano Gerardo, en ponerse un restaurante de comida cannábica, sacar su nuevo libro (tiene un poemario ya publicado) y seguir luchando por causas justas, como lo dice su nombre artístico.
“Soy la abogada del rap porque defendía a mis amigos. Escuchaba música con los muchachos del barrio en las esquinas. De verdad solo oía música, algo muy sano, pero mi abuela me cuidaba y me decía que no me juntara con ellos porque estaban en malos pasos. En una pelea me dijo: ‘No seas la abogada del diablo’, pero ellos me pusieron la Abogada del Rap. Ya no sé de ellos. Algunos están muertos, otros presos. Pero yo sé que si las fundaciones y el arte vuelven al barrio, todo cambiará”.