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Un pequeño crustáceo poliniza las algas, como hacen las abejas en tierra
La investigación, que ocupa esta semana la portada de Science, indica que este pequeño crustáceo actúa como una "abeja marina" cuando se alimenta del alga roja.
La polinización a través de animales se ha considerado tradicionalmente un estrategia de plantas terrestres, pero también se produce en el mar, tal y como hace un pequeño crustáceo llamado idotea balhica, que es el encargado de fertilizar, como si de una abeja se tratara, el alga roja.
El descubrimiento que publica hoy Science se describe en un estudio realizado por investigadores de las universidades Austral y Pontificia Católica, ambas de Chile; la Sorbona de París y el Instituto Max Planck (Alemania).
El equipo sugiere que las estrategias de fecundación mediada por animales pueden haber evolucionado muchos millones de años antes de lo que se pensaba -quizá incluso antes que las plantas terrestres- o que lo hicieron de forma independiente y repetida en entornos terrestres y marinos.
La polinización por insectos es la forma de fecundación más común en las plantas con flores terrestres, pero recientemente se ha demostrado que los invertebrados marinos que buscan comida pueden transportar y dispersar "granos de polen" de las plantas marinas masculinas a las femeninas.
El equipo buscó ejemplos de polinización submarina y se centró en las algas rojas en las que los gametos masculinos, al no tener flagelo, no pueden llegar por sus medios a los órganos reproductores femeninos remotos y dependen del movimiento del agua, pero los investigadores vieron que hay más.
A través de experimentos descubrieron que un tipo de isópodo marino, la idotea balhica, una criatura que suele vivir sobre y entre un género de algas rojas, la Gracilaria gracilis, aumenta "de forma espectacular" el éxito de la fecundación de la planta.
La investigación, que ocupa esta semana la portada de Science, indica que este pequeño crustáceo actúa como una "abeja marina" cuando se alimenta del alga roja.
La superficie de las algas macho están salpicadas de unas estructuras reproductivas recubiertas de una sustancia pegajosa y cuando la idotea pasa por ella los gametos masculinos se adhieren a su cuerpo para depositarse luego en cualquier alga hembra con la que el crustáceo tenga contacto.
La relación es mutualista -en la que ambos sacan un beneficio-, pues la idotea obtiene refugio y alimento, mientras la planta mejora su éxito reproductivo. Los autores apuntan que esta es la primera vez que se observa una interacción de este tipo entre un alga y un animal.
Aunque estos resultados iniciales no indican hasta qué punto el transporte animal de gametos contribuye a la fecundación de las algas frente al papel del movimiento del agua, sí ofrecen una visión sorprendente del origen de la fecundación de las plantas mediada por animales.
Hasta ahora, se suponía que esta polinización había surgido en las plantas terrestres hace 140 millones de años. Las algas rojas aparecieron hace más de 800 millones de años, por lo que su fecundación a través de intermediarios animales puede ser muy anterior al origen en tierra firme.
El equipo quiere descubrir ahora si las idoteas provocan la liberación de esperma, si pueden distinguir entre algas macho y hembra o si existen interacciones similares en otras especies marinas.
En artículo de análisis que publica también Science, el investigador británico Jeff Ollerton y el chino Zong-Xi Ren indican que depender de un vector animal para asegurar la reproducción es muy arriesgado en un mundo de rápidos cambios antropogénicos.
La mayor parte de la reproducción de las algas rojas se produce en unos hábitats que están amenazados por la contaminación, las especies invasoras, la modificación física de las costas, el cambio del clima y el nivel del mar.
Además, los crustáceos en general pueden ser susceptibles a la creciente acidificación de los océanos, que se relaciona con el aumento de los niveles de CO2, porque el ácido descalcifica sus exoesqueletos.
Estos motivos pueden hacer -escriben los científicos- que una clase nueva de interacciones ecológicas, como la que muestra este estudio, esté ya amenazada incluso antes de que los científicos la comprendan plenamente.