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Mis Historias Urbanas: El balazo del profe
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22 de mayo, 2016
El profe Cristhian Aguirre no solo era profe, también era comisario de la Policía, y como buen comisario ochentero su arma siempre lo acompañaba. La cargaba ceñida al cinto. Era su compañera anticorruptos y su herramienta de orden para la cátedra de Lengua y Literatura que ofrecía en un colegio estatal de la ciudad de Guayaquil.
Ese día, los muchachos estaban más inquietos que de costumbre y él, sinceramente, no tenía genio para aguantar ‘movidas’. En un momento de desorden, los miró, se sacó el arma del pantalón, la puso en el escritorio y soltó: "Al primero que joda le pego un balazo en la cabeza". Los dejó calladitos, como en un sepelio. A todos menos uno. Desde la mitad del salón saltó un patán de esos que nunca faltan: "Ya pues, pégame el balazo".
El profe no lo creía. Era un desafío descarado. Se volteó, tomó el arma, giró la manzana del revólver, levantó la mano y le pegó un balazo. O bueno, más bien le lanzó uno. Es decir, le tiró la bala en la cabeza, como quien tira una tiza. Un acto así no puede perdonarse. Así que lo botaron. Al estudiante, claro. El ‘licen’ lo sacó de la clase. Merecido lo tuvo. ¿Quién lo manda a meterse con un profe comisario?
El profe no lo creía. Era un desafío descarado. Se volteó, tomó el arma, giró la manzana del revólver, levantó la mano y le pegó un balazo. O bueno, más bien le lanzó uno. Es decir, le tiró la bala en la cabeza, como quien tira una tiza. Un acto así no puede perdonarse. Así que lo botaron. Al estudiante, claro. El ‘licen’ lo sacó de la clase. Merecido lo tuvo. ¿Quién lo manda a meterse con un profe comisario?