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Funerarios han pasado sucesos paranormales, pero a pesar de todo siguen viviendo de la muerte
Desde la aparición de un fantasma durante una videollamada, o que una niña muerta se mueva en la plancha de metal de la morgue, han vivido las personas que se dedican a realizar los trámites y sepultar cadáveres. Pero a pesar de todo, coinciden en que más miedo les tienen a los vivos.
A muchas personas, tan solo la idea de permanecer cerca de un cadáver les ‘pone los pelos de punta’; pero para quienes trabajan en una funeraria, la muerte es su forma de ganarse la vida, a pesar de que muchas veces han sido testigos de hechos paranormales y espeluznantes.
Katiria Mejía Cepeda tiene 40 años y desde hace una década se dedica a todo el servicio que conlleva el fallecimiento de un ser humano, desde ‘embellecer’ al muerto, proveer la caja y coche fúnebre, hasta el entierro o cremación del cadáver.
Durante el tiempo que ha trabajado ‘sirviendo’ a los difuntos, varios hechos extraños y macabros se han manifestado en sus horas laborales, como que alguien se mueva después de muerto, o durante un traslado sentir el susurro y la respiración de una persona cerca de su cuello. Para cualquier persona estos hechos serían aterradores, pero ella ha aprendido a convivir con estos, ya que esta es su fuente de ingresos y el sustento de sus tres hijos.
Recostada sobre un féretro, con la voz entrecortada y nerviosa, nos confiesa que su piel se eriza cuando recuerda la extraña experiencia que vivió una noche de agosto de 2019, cuando a las 19:00 trasladaba el cadáver de un hombre que murió infartado, desde la funeraria en la que trabaja hasta una sala de velación.
“Salí contrariada porque me tocaba ir a dejar el cuerpo sola. Cogí un camino diferente al acostumbrado. En ese momento entró una videollamada de mi hija. Recuerdo que me dijo: ‘Mami, ¿dónde andas?’. Le contesté que iba a dejar un cadáver. Ella, extrañada y creo que algo asustada con mi respuesta, me cerró la llamada”, rememora Katiria o Katty, como la llaman sus familiares y amigos.
Los minutos transcurrieron, Katty ya estaba cerca de llegar a su destino, pero una corazonada la impulsó a hablar con su hija. Buscó el número y la timbró. “Hija, ¿qué pasó?”, le preguntó. “Mami, vi que alguien sacó la cabeza detrás de tu asiento, es un señor de cabello canoso y con bigote”, contestó la joven, ‘paniqueada’ por lo que había visto.
Ambas guardaron silencio probablemente por un lapso de 10 segundos. “Sentí que un frío recorría mi cuerpo y no sabía qué decirle a mi hija. Mi respuesta podía asustarla. Yo ya estoy acostumbrada a hechos como estos, ya en otras ocasiones había sentido que me abrían la puerta del carro. Pero bueno, es mi trabajo, no me dejo llevar por el miedo”, expresa.
Mejía ya había llegado a la sala de velación y no podía cerrar la llamada sin darle una respuesta a su hija. Sin pelos en la lengua, le dijo: “Ah, por la descripción que me diste, es el fallecido, no pasa nada”. Sabía que a su hija no podía ocultarle los sustos que ha vivido.
Confiesa que uno de sus ‘truquitos’ para que sus muertos no la espanten es hablarles y preguntarles sin necesitan algo. “Mientras hago el traslado interactúo con ellos. Les digo: ‘¿Te pongo música?, ¿quieres aire?’. Así la carga es menos pesada, tanto para mí como para ellos”.
Viajando con el muerto
Pero no solo Katty ha vivido momentos de pánico durante su oficio como funeraria. Hace tres años Stalin Peñafiel realizó el viaje más aterrador de su vida. Él y un colega trasladaban un cadáver desde Guayaquil hasta un cantón de la provincia de Los Ríos, cuando sintió que una persona le murmuraba cerca de la oreja.Se erizó todito.
“Estábamos conversando cuando sentimos clarito que nos soplaban, como que nos querían decir algo. Tanto mi amigo como yo lo sentimos. Los vidrios posteriores estaban empañados, es como si alguien hubiese respirado en ellos”, recuerda Peñafiel, quien tiene 15 años dedicado a este oficio que heredó de su padre.
La primera experiencia aterradora que vivió fue en su adolescencia y en compañía de su padre, cuando fue a retirar un cadáver. “Nos encontrábamos en una sala donde realizaban la tanatopraxia (métodos para higienización, conservación, embalsamamiento, restauración, reconstrucción y cuidado estético del cuerpo). Me asusté porque mientras conversaba con mi padre, el muerto movió la mano. En ese instante, del susto pegué un salto. El formolizador me explicó que son espasmos post mortem”.
Otra funeraria, Cynthia Palle Godoy, también cuenta las experiencias paranormales vividas por quienes se dedican al oficio de los difuntos. Ella relata que hace seis meses estaba cocinando cuando sintió que alguien le tocó la espalda. Una sensación de escalofríos le recorrió la piel. “Quizás esto ocurre por mi trabajo de funeraria y formolizadora. La semana pasada que fuimos a dejar un cuerpo al cantón El Empalme, sentí que desde la parte trasera alguien me miraba. En ese instante se me pasó por la cabeza que se trataba del muerto. Confieso que ya no da miedo, aunque sí siento respeto por los difuntos. Ya uno se termina acostumbrando”.
Se movió la niña
José Aníbal Arangure Fernández llegó hace dos años a Ecuador, a cumplir la misma labor que ejerció en su natal Venezuela: ser funerario. Una de las experiencias que lo marcaron en su país fue ver cómo el cadáver de una niña, que murió arrollada, se movía en la fría plancha de metal de la morgue de un hospital. Esta fue la primera experiencia de esta clase en su vida y ocurrió en el 2002.
“Parecía de no creer, quizás muchos no lo creerán. Incluso se lo dije a la persona que me dio el cuerpo. No me prestaron atención y la metieron al refrigerador de la morgue. La madre me preguntaba y lloraba diciendo que su hija no estaba muerta. No le quise decir nada al familiar por no alimentar esperanzas, pero me quedé con eso en la conciencia, pues lo vi”, sostiene.
Pero esa extraña anécdota no hizo que el chamo abandonara la profesión que le ha dado de comer durante 28 años.
Y aunque los sucesos paranormales que han marcado sus vidas no son los mismos, en lo que sí coinciden Katty, Stalin, Cynthia y José es que más miedo se le tiene al vivo que al muerto. “Los vivos son capaces de lastimar a otros seres humanos, por lo cual se les debe de tener mayor miedo que a los muertos, que ya no pueden hacernos daño”, sentencia Mejía.