Son los más queridos y esperados por los usuarios del sistema de transporte Metrovía. Y es que en medio del caluroso y ‘pegajoso’ clima que soporta Guayaquil en esta época del año, viajar apretujado y empapado de sudor es una experiencia desagradable.

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A inicios de este año, el pasaje de este sistema subió 15 centavos, debido a la tarifa diferenciada que beneficia a quienes ganan menos de 650 dólares mensuales y seguirán pagando 30 centavos. El Municipio cubrirá los otros 15 centavitos, que es lo que cuestan dos guineos, un alimento básico para la mesa de los guayacos.

Este aumento, impulsado por la administración municipal, llegó acompañado de una promesa: una flota renovada de buses con aire acondicionado y wifi. De ahí que estas unidades sean las ‘más queridas’.

El ‘paseo’ en la Metrovía

“Oe, aguanta, esperemos el que tiene aire”, le sugirió un estudiante de colegio a su amigo, quien ya tenía un pie dentro de uno de los tradicionales articulados en el paradero Colegio 28 de Mayo. Eran las 19:00 del 17 de enero.

“¡Chuta! Pero, ¿y si no viene?... Bueno, aguantemos”, cedió el otro, resignado.

Aunque la brisa nocturna suavizaba el calor sofocante del Puerto Principal, los muchachos se alistaban mentalmente para el ‘horno’ en el que se convierten las unidades de la Metrovía en ese horario. Pero prefirieron llegar tarde a casa en lugar de vivir de nuevo aquel viejo suplicio.

Pasaron cinco minutos y, para su suerte, uno de los nuevos buses, ‘maquillado’ de celeste y rosado, llegó para continuar su trayecto en el sentido centro-norte.

“Oe, está ‘a full’”, murmuró uno de los estudiantes al ver aquel vehículo repleto de usuarios. “Ya métete... tocó”, dictaminó el otro. No había más que pensar. Se lanzaron al interior y fueron absorbidos por la marea de pasajeros, empujados abruptamente por el cierre de las puertas.

Mientras gozaban por su decisión, el que tuvo la idea le lanzó una mirada cómplice a su ‘pana’ y, con una sonrisa culpable, se justificó: “Aire es aire”.

Dentro, cada pasajero estaba en su mundo: algunos pegados a sus celulares, otros cabeceando del sueño, niños conversando entre sí. Nadie parecía perdido, pese a que el conductor no anunciaba ninguna parada. El viaje avanzó en un silencio interrumpido solo por el murmullo de conversaciones y el sonido del motor.

A medida que el bus se fue vaciando, curiosamente parecía tener menor capacidad para nuevos pasajeros. La razón es simple: quienes suben prefieren quedarse cerca de la puerta, mientras que los de adentro también se agolpan allí para salir rápidamente, dejando espacios sin personas.

Desde afuera, más de uno culpa a los pasajeros por su caótica forma de viajar. Prueba de ello fue que una pasajera desesperada en el paradero La Florida exclamó: “¡Pero ábranse, que todos queremos subir!”. A regañadientes y empujando las maletas de dos hombres, logró su cometido.

Pero desde adentro la realidad es otra: al parecer, las dos puertas adyacentes de este bus no son suficientes para garantizar una fluidez adecuada. El ingreso y salida de este bus resulta más complicado que en los ‘vetucos’ articulados de tres puertas.

Así, entonces, las breves y codiciadas ráfagas de aire acondicionado (que se mezclan con olores a humedad, transpiración y comida de los pasajeros) al final del día se convierten en un alivio, un lujo y dos guineos menos en el desayuno del siguiente día de una familia.

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