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¡Un sueño y una promesa lo lleva a buscar a su hermana... 55 años después!
Dora del Pilar Martínez se llama la mujer. Debe tener unos 65 años, pero las dos únicas fotos que hay de ella son de cuando solo tenía unos dos años.
Dos fotos en blanco y negro, un dato suelto, una promesa y un sueño. Eso es todo lo que hay sobre Dora del Pilar Martínez. Nada más. Ni siquiera una dirección o un detalle familiar. Nada
Y pese a ello, Juan Calderón Córdova, el hermano materno de Dora -Dorita, como suele llamarla aún sin haberla visto hace 52 años- se ha dado la tarea de iniciar su búsqueda.
La busca con las dos únicas fotos que tiene de su hermana Dora, cuando tan solo era una niña de unos 2 años de edad. Juan, quien cree ser unos 4 años mayor que Dora, habría tenido 6. Hoy él marca los 69 en su calendario, así que la pequeña de la foto, zapatitos blancos, cabello corto, risita tímida y vestido de arandeles con encajes en la blusa, hoy estaría por los 65. Primera pista, casi nada.
Gabriela, de 21 años y sobrina de Juan, cuenta que lo último que él y una hermana de este recuerdan de Dorita es que se quedó con una tía por parte de padre y que era maestra.
Habría dado clases, dice el hombre, “en el Benalcázar, en el Buen Pastor y el Manuela Cañizares”, de Quito. Un segundo dato algo vago, pero que podría ser el punto de partida.
En este punto, Juan Calderón cuenta que hace algunos años, cuando aún vivía su madre, fueron a buscarla a Quito, pero la misión falló.
Y es ahí donde entra el tercer punto de la búsqueda: la promesa. Se la hizo a su madre, antes de que ella falleciera hace casi 8 años, el 25 de noviembre del 2012. “Busca a mi hija. Y si la encuentras, llévala a mi tumba para que me visite y me perdone”, le habría dicho Lidia María Córdova Calderón, a quien todos llamaban Sarita.
Al paso sale otro recuerdo en la memoria de Juan: Sarita nunca hablaba de ella. “Era como si se guardase para sí mismo aquel sentir de haberla dejado muy pequeña con unas tías”, relata.
Pero como el destino tiene sus cosas raras, ocho años después de esa promesa y cuando las cosas parecían haberse olvidado, un sueño parece haberle recordado a Juan lo que debe hacer.
“Fue hace pocos días nomás. Soñé que la encontraba. Que estaba en Quito y que le preguntaba a un chico que vendía dulces si sabía dónde vivía Dorita. Él me decía que sí y me señalaba la casa. Nos encontrábamos y todos llorábamos, hasta el muchacho que vendía chocolates”, cuenta Juan.
Este impulso es el que hoy en día lo tiene en la tarea a cuestas de encontrar a su hermana. No sabe qué pasará, si llorarán juntos, si reirán, si solo se abrazarán... promesa es promesa, a fin de cuentas.