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Sucumbíos: Guías de Cuyabeno aseguran que los 'gringos' promueven el turismo
Los guías turísticos de la Reserva de Producción Faunística Cuyabeno piden al gobierno de Ecuador que promueva el lugar
A ratos llueve; a ratos no. Sin Internet, sin automóvil, sin ruido. Cero hormigón a la vista. A donde gire la cabeza hay vegetación. En la Reserva de Producción Faunística Cuyabeno, ubicada en la provincia de Sucumbíos, al norte del país, a la madre naturaleza se la siente, se la mira, se la huele, se la escucha y hasta se la toca.
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Franceses, holandeses, estadounidenses, italianos, chinos, coreanos, argentinos y gente de otras nacionalidades se reúnen en el punto de encuentro para quienes van a adentrarse por los rincones de la selva ecuatoriana: el puente Cuyabeno. Desde allí, la Pachamama advierte a los visitantes que la lluvia será parte de la travesía o, tal vez, de esa forma los bendice. Algunos se refugian en una cabaña, mientras esperan a que lleguen las canoas.
Este sitio es mayormente visitado por extranjeros que ecuatorianos, expresa Jonathan Aragundi, guía de la reserva. “Muy poco turista nacional entra a la reserva”. Apenas el 10 % son nacionales.
Si en la urbe se huye de la lluvia, acá no se puede. Al llegar las canoas, los guías gritan los nombres del campamento ecológico: Caimán, Guacamayo, Jamu, Piranha, Bamboo. Cada persona se sube a la embarcación; ponen sus maletas al frente, todas son cubiertas con un plástico negro. Los turistas se ponen un impermeable.
Desde ese punto hasta los campamentos son dos horas de navegación, pero desde que se abandona la playa comienza la travesía. Los celulares no tienen señal; ni salen ni entran las llamadas, pero nadie lo comenta en voz alta.
El clima está fresco, no se siente el calor; la brisa lleva las gotas de lluvia al rostro; de pronto, el guía grita: ¡agachen la cabeza! Una rama pasa sobre las cabezas de los viajeros. Todos se ríen.
Poco a poco, varias especies de pájaros se dejan ver surcando el cielo o sobre una rama. El primero que se deja divisar, y casi siempre se lo ve, es la pava hedionda, ya que su aliento apesta, comenta Aragundi, durante el trayecto. Al final de la expedición, los turistas la logran distinguir de entre todas las aves.
De pronto, mientras la canoa se sigue adentrando en la selva, el guía pide al conductor de la embarcación que se detenga. Sus ojos detectan, desde los lejos, a los animales. El guía hace sonidos similares a los monos; trata de llamarlos para que se dejen ver. “Justo en la rama blanca, atrás, se está moviendo. ¿Sí le vio?”, pregunta. Era un mono.
Más adelante, las canoas están paradas. Todos miran hacia las copas de los árboles: los monos ardillas están saltando de un lado para otro, de una rama a otra.
Lisan Kuijpers y su novio Daan Manders, ambos holandeses, fueron hasta Cuyabeno porque en Baños, cantón de la provincia de Tungurahua, les sugirieron que vayan. Primero viajaron hasta Quito, de allí, en un bus de una operadora de turismo de la reserva se desplazaron hasta la Amazonía.
De pronto, la lluvia cesa. Todos se quitan los impermeables. Alguien en la canoa dice: “yo solito me pierdo”, los ecuatorianos se ríen. En la canoa van cuatro extranjeros y cinco ecuatorianos. En otras, a ningún coterráneo se distingue.
El guía turístico Jorge Maigua cuenta que muy pocos ecuatorianos visitan este territorio y suelen hacerlo en los días de feriado. Sin embargo, para los extranjeros, el Cuyabeno es un destino que no pueden dejar de visitar si están en Ecuador y van en cualquier fecha del año, comenta.
¿Cuánto cuesta excursionar en Cuyabeno?
Para Aragundi, los ecuatorianos perciben que el costo de las excursiones es elevado, ya que el mínimo, de tres días y dos noches, va desde los $ 310 por persona. Pero este valor puede ser similar al que invertirían si van a un balneario, ejemplifica el guía.
Sin embargo, el valor que la gente paga por las expediciones se reparte con las comunidades indígenas del sector, explica Adonis Muñoz, instructor de guías en la reserva. Es por eso que actualmente ellos ya no se dedican a la caza de animales ni a la tala de árboles para obtener recursos. Pero si el turismo sigue bajando, Muñoz teme que vuelvan a estas prácticas. En esta zona viven los sionas, secoyas, cofanes, quichuas y shuaras.
Desde la pandemia, la visita de los turistas foráneos y nacionales ha mermado, expone el guía turístico Maigua. Aunque, en su opinión, la declaratoria del conflicto armado interno también ha influido. Para él, eso se ha convertido en una mala publicidad, por lo que, a su juicio, el Estado debería dar un giro a ese mensaje de inseguridad y promocionar más Cuyabeno.
Al italiano Andrea Silvestro le pareció formidable el poder ver diversos animales, aves e insectos que en otros sitios no hay. Hace seis meses vino a Ecuador, a Lago Agrio, ubicado en Sucumbíos, y afirma que allá “es súper famoso” al igual que el Yasuní, por lo que quiso experimentar y conocer la localidad de la que tanto había escuchado.
En la tarde, alrededor de las 17:00, luego de casi tres horas de descanso y con terno de baño, todos vuelven a subirse a las canoas. La Laguna Grande es un gran espejo, los árboles se reflejan en el agua, el sol que va cayendo también pareciera que tocara este cuerpo de agua.
Algunos aprovechan para sumergirse. Los gritos de las personas que deciden no bañarse en la laguna se escuchan cuando sus compañeros se tiran al agua. Temen a que la canoa se vire, pero no lo hace. La tranquilidad reina.
Poco a poco el cielo va pintándose de azul, celeste, amarillo, naranja, plomo y rosado, mientras el agua se torna oscura. La noche se avecina. Mientras unos reman para volver a las cabañas, los sonidos de quienes habitan en Cuyabeno se intensifican.
El cielo promete que más tarde dejará ver las estrellas. Lo cumple. A las 20:00, luego de la cena y agradeciendo a la naturaleza de que no haya vuelto a llover, la excursión continúa. En esta ocasión, las grandes serpientes no se dejaron ver ni los caimanes. Pero un cielo tan despejado permitía gozar de divisar las constelaciones.
A pesar de que Silvestro se había imaginado cómo sería Cuyabeno, cuando lo vivió todo fue muy intenso, dice. A su criterio, “es una experiencia única”. Este sitio es “hermoso e increíble; la biodiversidad me encanta. Todo es muy lindo”.
Pero el disfrute de estos escenarios se lo pierden muchos ecuatorianos, expresa el riobambeño Rolando Casigña; también del participar de la preparación de un alimento típico o de conocer, aunque sea, un juego tradicional, una cultura de nuestro país, agrega.
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