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Momento en que los chiquillos querían llegar al punto más alto de la caña para poder bajar los premios.CHRISTIAN VASCONEZ / EXTRA

El suburbio de Guayaquil revive el palo ensebado

En la 41 y Bolivia, padres inculcan un festejo a la ciudad con juegos clásicos. Es una tradición que mantiene desde hace diez años.

Todos sudaron la gota gorda. Fueron 45 minutos de harto ñeque y apoyo, pero al final lo consiguieron. Los niños y jóvenes de la 41 y Bolivia, en el suburbio de Guayaquil, estaban felizotes porque bajaron los premios del palo ensebado, que en ese barrio organizaron por los 202 años de independencia de la urbe.

Desde hace diez años, durante las fiestas julianas y octubrinas, los juegos tradicionales son infaltables en esa esquina del suroeste de la ciudad. Los vecinos se organizan bien bonito para que sus hijos participen en estos concursos de antaño.

Juegan a las carreras de ensacados y de la cuchara con el huevo, a bailar en pareja sosteniendo entre sus cuerpos una naranja para que no se caiga, también ‘pelotean’, pero sin duda el plato fuerte es el palo ensebado.

Para estas fiestas, sus parientes utilizaron una caña de unos seis metros de altura, que enterraron en una pequeña área de tierra que hay en esa esquina. A los ‘pelados’ les emociona este reto, pues cada uno quiere demostrar su agilidad para trepar.

Sulay Conza, una de las vecinas y organizadoras de la actividad, llamó a los chicos por micrófono y todos se acercaron a la caña, formando un círculo alrededor.

Verlos alistarse para subir es gracioso. Aunque sus edades están entre los 8 y 14 años, parece que llevaran décadas concursando. Ya saben la maña: se sacan la camiseta para utilizarla como trapo e ir limpiando la grasa del palo mientras van subiendo, ¡son sabidotes!

Otra de sus picardías es que los más altos se paran junto a la caña, sosteniéndose de ella para que los más ‘peques’ se impulsen en sus hombros y asciendan. Hacen la función de una escalera.

Los premios se los repartieron entre todos.CHRISTIAN VASCONEZ / EXTRA

“Yo voy, yo voy... No, mejor que trepe él... Oye, empújame para arriba”, son algunas de las frases que se los oía decir, cuando intentaban llegar a la cima donde estaban los premios.

Uno a uno trataron de subir. Pero la mayoría llegaba hasta unos cuatro metros y no podían seguir. Se les resbalaban las piernas y los brazos. Otros se ‘paniqueaban’ al ver a qué altura estaban y mejor se deslizaban abajo.

Aún así, no se rindieron. Trataron una y otra vez. Era un grupo de 20, de los cuales tres pudieron alcanzar con las manos los productos que guindados con cuerdas. Pero como con una mano se sujetaban, con la otra pretendían arrancar las cosas, se debilitaban sus fuerzas y ya nomás descendían.

Los adultos y demás muchachos les gritaban que mejor, en vez de querer agarrar lo primero que podían tocar, hicieran un esfuerzo por sentarse en uno de los palos clavados en forma de pirámide, con una punta hacia el cielo.

Más de 40 minutos después, un chico de unos 12 años pudo sentarse, como aconsejaban. Desde abajo le lanzaron una tijera que usó para cortar los productos, que sus ‘panas’ iban metiendo en un saco.

A pesar de que siempre es uno solo el que logra subir completamente, los premios se reparten entre todos, comentó Sulay. “Les enseñamos a compartir, porque todos también ayudan para que alguien alcance a llegar”, dijo.

Sus palabras no son ‘cuento’. Rommel, hermano de Sulay, luego los ordenó para irles dando a cada uno los víveres.

Así festejaron a la ciudad. Reviviendo esa competencia que muy poco se ve. La tradición le ganó a la tecnología, al menos en las fiestas... ¡Qué bacán!