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Drama
¡Nila, una guerrera de la vida!
La mujer, de 64 años, sobrevivió a un aneurisma, coronavirus, hidrocefalia y neumonía. Su recuperación se ha estancado por falta de medicinas y terapia física, cuyos costos son elevados
El suplicio de Nila Pinargote, de 64 años, empezó con vómitos y dolores de cabeza, en mayo del 2020.
Ante la presentación de estos síntomas su esposo Ulpiano Párraga (68) la llevó a un centro de salud en Manabí, ciudad natal de ambos. En dicho lugar le dijeron que era dengue, pero una radiografía reveló el problema real: un aneurisma cerebral, que terminó en sangrado.
De emergencia la trajeron a Guayaquil, pero tuvo que ser derivada a una clínica, pues el hospital de especialidades Teodoro Maldonado Carbo no contaba con un neurólogo que la operara con prontitud.
Según el análisis del neurólogo, el aneurisma tenía 7 días. La coloración de la sangre lo evidenciaba y este impedía la óptima oxigenación del cerebro de Nila, quien estuvo dos meses en coma, en la Unidad de Cuidados Intensivos de una clínica del Puerto Principal, sitio en el que, para ahondar sus problemas, contrajo coronavirus.
El cuadro se complicó. Sus pulmones empezaron a fallar, al igual que el corazón. Es más, un galeno de la casa de salud les recomendó desconectarla. El riesgo de morir era de un 95 por ciento, pero su familia se opuso, aduciendo que la última palabra la tiene Dios, quien es el que da y quita la vida.
Esa fe se unió a la paciencia. Y Nila empezó a mejorar. El milagro se estaba gestando frente a los ojos de los galenos y enfermeras del centro médico que le dio el alta.
Por la condición delicada de Nila, una hija la acogió en su domicilio, alquilado en el norte de la urbe porteña.
En agosto se le presentaron convulsiones y con una tomografía detectaron que tenía hidrocefalia. Entonces tuvo que pasar por una segunda operación.
El neurocirujano les comunicó que la recuperación es posible, pero es necesario tomar todos sus medicamentos y recibir terapia física. Además, debe aplicarse un bótox ($ 380) que relaja sus rígidos músculos; solo su colocación cuesta $ 200.
‘Chiros’ pero con fe
Ulpiano trabajaba con Nila como vendedor informal, la única fuente de ingresos de la pareja. “Actualmente mi hija está asumiendo los gastos en pañales, fármacos y terapia, pero con lo que saca en la venta de muchines, bolones y demás alimentos no le alcanza para costearlos”, dice el sexagenario.
Al mes requieren de $ 800 aproximadamente para las medicinas (para sus huesos, músculos y cerebro). Son 7 pastillas diarias que su esposa debe tomar. Las terapias, que tienen un valor de $ 25 la hora, cesaron por falta de ‘billete’. Ella las necesita día a día, serían $ 500 mensuales.
Por ahora, en el día a día, él la contempla. Ella también, pero solo con un ojo, pues perdió la visión del derecho por un repentino desprendimiento de retina. “Ella no cuenta con el carnet de discapacidad y quisiera que alguna autoridad nos ayude”, solicita el hombre. Quiere atender a su mujer como se merece. Desea verla bien. Pero por ahora, sin dinero para completar su tratamiento, solo le puede dar todo el tiempo y amor que necesita.
Un amor que no se cansa
Como no hay plata para el terapista, Ulpiano recuerda algunos de los ejercicios que los especialistas le hacían a su esposa y con esmero los ejecuta.
Él saca fuerzas de dónde sea para a diario levantarla de la cama y llevarla hasta la silla de ruedas. La alimenta (jeringa por medio de sonda). La baña. La acaricia. Reconoce que cuando se ama no hay cansancio. También está pendiente del horario de los pocos fármacos que pueden comprar.
Llora al ver en ese estado a su compañera de vida por 45 años y por no poder ayudarla económicamente, porque no tiene ni para los pañales. Pero cree en los milagros, pues hace un mes su amada superó otra prueba, venció una neumonía. “Se me estaba ahogando y con unas pocas palabras ella le rogaba a Dios y Él la volvió a sanar”, relata.