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Héctor Armendáriz ha dedicado la mayor parte de sus 68 años a la conducción del famoso trencito.Juan Ruiz

La historia detrás del popular Gusanito del parque de La Carolina de Quito

El abogado Héctor Armendáriz ha dedicado la mayor parte de sus 68 años a la conducción del famoso trencito. Es un legado familiar. 

Sentado junto a un Tribilín de hojalata, Héctor mira titilar los foquitos de la rueda moscovita, recortándose contra el lienzo azul oscuro del arribo de la noche. Tiene 10 años, es el ‘corre ve y dile’ del American Park, el parque de diversiones de su abuelo.

El niño ayuda en lo que toque: traer herramientas, vender boletitos, cambiar billetes en sueltos y caminar entre fierros, reportando cualquier novedad. Son sesenta años y pico, es el remoto origen del emblemático Gusanito.

Héctor Armendáriz, a sus 68 vueltas, es el conductor titular inamovible del trencito que, cada fin de semana, a la fija, circula en torno al parque La Carolina.

Los vagoncitos pueden ser hasta seis, cada uno con un personaje inolvidable de las infancias quiteñas.

Con su licencia de chofer profesional, al mando de un brioso Toyota Land Cruiser ochentero, Héctor conoce cada metro de la ruta: jamás un accidente, sabe dónde hay congestión, dónde bajar velocidad y hasta en qué lugar parar, por cualquier suceso.

Plazuela del barrio La Loma, entrador y dicharachero. “Los vagones de fibra son casi nuevos, los primeros fueron de lata; hechos en Laso, en el taller metal mecánico del maestro Cevallos”, hace memoria. “El primero lo trabajó papá y, en los 80, correteaba al interior del parque, a 50 centavos de sucre el pasajero”.

Este trencito es un ícono de las infancias quiteñas, especialmente durante los fines de semana.Juan Ruiz

Actualmente la tarifa es de un dólar. Se renovaron con vagones de fibra, livianos y coloridos: Bugs Bunny, Minnie, Micky Mouse, entre otros nietos del gran Walt Disney. “Los clásicos, los que no tienen edad ni envejecen”, filosofa.

Canta antes que el gallo

Apasionado por los fierros, igual se graduó de abogado en la Universidad Central. En el 2000 muere su padre y él asume la tradición familiar. “Hemos educado a los hijos, tres varones y una niña; dos son profesionales. A veces ellos ayudan, también mis nietos. ¡Hay Gusanito para rato!”, promete.

Para eso es prolijo con el mantenimiento de las navecitas. “Cada dos meses: sueldas, pernos, grasas duras, foquitos; mano de gato a las cabinas, luces del frente, de freno, direccionales, desempeño del motor, suspensión, frenos, caja de cambios, aceites”, recuenta.

Héctor se levanta tipo gallo, pero más antes. “A las 05:30, limpieza integral y no más de las 08:30 ya salgo de una bodega de Turubamba; hora y cuarto de viaje y parqueadito en La Carolina, por ahí a las 09:00. Desayuno sostenido y, si ya llegan los clientes, de una circula la nave”, se ríe.

Los vagones, hechos de fibra, mantienen algunas figuras emblemáticas de Walt Disney.Juan Ruiz
El trencito de la felicidad entra al taller cada dos meses para mantenimiento.Juan Ruiz

El trencito cumple la vuelta, que se inicia en la calle Japón, Naciones Unidas, Shirys, República y Amazonas. “Unos quince o veinte minutos, nunca paso de los 35 kilómetros por hora. Yo trabajo con niños, familias y abuelitos: la seguridad, de entrada y sobre todo”, recita.

Más allá de sus principios de operación, Héctor tiene controles y visitas de los policías de tránsito. “Ven que todo está en orden: luces, vagones firmes, cinturones de seguridad. A veces, hasta me escoltan”, bromea el chulla.

Enamorado de su chamba

Héctor ama su trabajo: le gusta la forma presurosa y alegre en que abordan los niños. “La felicidad en cositas sencillas”, dice, modo bolero. “Pero hay que estar pilas, uno mismo y mi ayudante: son traviesos, repentinos. Cuando hay muchos, con sus padres y todo, toca recitarles el Reglamento del Gusanito”, advierte.

Son años de años: de trabajar entre las 10:00 y las 19:00, más los viajes a Turubamba, a la bodega donde, rendido, “duerme” el Gusanito. Quito, con sus solazos africanos e inesperados aguaceros, con su creciente caótico tráfico de vehículos: gente chévere, cada vez menos; el resto es lidiar con conductores agresivos, motociclistas audaces.

A ratos, el trajín factura. “La espalda, el mismo frío, el polvo en los ojos, el solazo. Los niños: por el espejo asoman, alegres, disfrutando el viento, medio bailando los clásicos de la Susha, salsa de la brava, el maestro Don Medardo, pasodobles en fiestas de Quito”.

"Hemos educado a los hijos, tres varones y una niña; dos son profesionales. A veces ellos ayudan, también mis nietos. ¡Hay Gusanito para rato!”Héctor Armendáriz

Tribilín, mi general Vargas y Rafael Correa

Los Armendáriz, tras décadas de ñeque y alegría en el trabajo, le han aportado a Quito con un entretenimiento propio y pintoresco. “Llegan unos peladitos, chiros. Están paraditos, ahí, como que nada quieren. ¡Me los paseo grateche!”, sonríe. “Usted viera la carita que ponen”. Por Navidad, recibe una delegación de abuelitos de un ancianato.

En la memoria del Gusanito hay momentos históricos. “Piloteando el tren, diviso un tumulto: gritos, puños en alto, banderas. Cercado por los bulliciosos, asoma mi general Frank Vargas Pazzos. Saludó y, muerto de risa, me pidió subir al tren. ¡Se le dio su vuelta!”, descarga. “Él vivió un tiempo en el CCNU”, revela.

Otro personaje que se embarcó en su propio Tribilín fue el expresidente Rafael Correa. “Fuimos al Innfa (Instituto Nacional del Niño y la Familia), allá, por el centro. De pronto, rodeado de comedidos, el señor presidente. Cerraron las calles, se embarcó con los guaguas, me felicitó por el trabajo”, no ha olvidado este crack.

“Otra vez, en modo fiestas de fin de año, me cayeron los locutores de radio Redonda, que queda acá a la vuelta, en la Shirys. Suelen llegar oficinistas, turistas también, a veces; futbolistas famosos, con sus hijitos; uno que otro vago, que se cola hábilmente”, se ríe sacando pecho el CEO del Gusanito.

El padre de don Héctor montó el popular American Park dentro del parque La Carolina.Juan Ruiz

Su propio, pequeño y risueño mundo 

Me encanta verle al Héctor. Maneja su 4X4, tararea las de Fruko y sus Tesos, la Sonora Dinamita. Concentrado, serio como guardia de palacio inglés; amable: es de esos espíritus livianos que se vacilan su propio, pequeño y risueño mundo.

Cuenta que, hasta que murió, su madre Maura Etelvina, a sus 90 y tantos, se daba modos para preguntar por el Gusanito y hasta querer colarse, en modo copiloto. “Tengo espíritu juvenil, crecí en el rigor y la disciplina del abuelo y de mi padre”.

Héctor suma tantos kilómetros recorridos como los de su Land Cruiser. “Yo ya hice, que vengan los nietos”, desafía. El American Park sigue en ferias, parques y pueblitos; tiene base en Carcelén. Las oficinas de los Armendáriz operan en La Carolina y ellos siguen ahí, de cara al viento, frenteando lluvias, truenos y tempestades.

Que cuando el día es bueno le quedan unos 60 dólares, fuera de gastos e imprevistos, dice Héctor. “Y ahí le damos. Aunque a ratos, ya con todo esto de la violencia, tipo siete de la noche ya da miedo”, acepta.

El ‘jefe’ del Gusanito va siempre acompañado en sus recorridos con una estampita religiosa de EXTRA.Juan Ruiz

Entonces, cuenta con la bendición de la Virgencita de Las Mercedes. Muestra una estampita, se alivia. “Soy devoto, alumno del San Pedro Pascual”, proclama.

Llega la hora, el sol afroandino de Quito cae en la cabina del jeep indestructible. Héctor arranca, suena musiquita, los niños listos a armar relajo; sus padres atentos.

Ahí va el Gusanito, con el corito hermoso de niños felices. Y ese Héctor, manejando atento, chequeando los retrovisores laterales, el central del parabrisas. Sigue el trencito, a paso lento pero seguro, metiendo risas de colores en plena mañana de mi Quito con su sol grande.

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