Ana se encontraba a tan solo 500 metros, aproximadamente, de su vivienda. Su camino hacia casa estaba por concluir. Ella ya había salido de clases y caminaba por una calle de su barrio, cuando una bala perdida la alcanzó en la parte superior de su cuerpo y la dejó sin vida en una acera del sector conocido como entrada de la 8, en el noroeste de Guayaquil.

El hecho violento, que sucedió la tarde del viernes 7 de junio, iba dirigido a un hombre de 36 años a quien conocían como Pikachu y había sido el blanco de un atentado previo cometido la tarde del domingo 26 de mayo.

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Sus familiares corrieron a la escena apenas conocieron del hecho de sangre. “Mi hermano (papá de la adolescente) estaba a una cuadra, en una tienda. Él escuchó los tiros, se asustó y como supo que una niña había quedado herida, caminó hasta donde había sucedido el asesinato y vio que era su hija”, contó el tío de la menor, que no quiso revelar su nombre.

Al hablar de su sobrina, las lágrimas saltaron en sus ojos. Por la luz de la noche, estas brillaban mientras recorrían sus mejillas. “Ella tocaba el piano en la iglesia evangélica a la que asistía. No puede seguir sucediendo que perdamos a nuestros hijos por la violencia”, sentenció.

Su familia, completamente entristecida, caminó de regreso a casa cuando el cuerpo de la menor fue levantado de la acera y subido al transporte de Medicina Legal para trasladarlo al Laboratorio de Ciencias Forenses, en el oeste de la ciudad.

El capitán Carlos Gordon, jefe del circuito Nueva Prosperina, confirmó la versión del tío. “La menor se encontraba sola cuando fue baleada. Ella es una víctima colateral”.

Un testigo del crimen comentó a EXTRA que la muchacha intentó correr al momento en que oyó las detonaciones de arma de fuego. Sin embargo, en su huida, una de estas le alcanzó el cuello.

“La niña tenía signos vitales cuando pasó una ambulancia y no la atendieron. Todos los que estaban cerca se desesperaron por ayudarla, pero ella requería la atención de un médico”, finalizó.

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