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Decenas de usuarios varados en la estrecha parada del Parque California, justo después de que un articulado se dañara.
Decenas de usuarios varados en la estrecha parada del Parque California, justo después de que un articulado se dañara.Extra

Crónica | Un 'paseo' el ya desgastado sistema Metrovía, que está por cumplir 20 años

Este transporte tiene paraderos con puertas inservibles y buses impuntuales y dañados

Es 17 del primer mes de 2025. El sol, tímido tras una prolongada lluvia mañanera, empieza de a poco a secar Guayaquil. Son las 09:45. La hora pico ha quedado atrás, pero la terminal Bastión Popular de la Metrovía sigue repleta; 20 minutos sin un bus rumbo al centro provocó cuatro filas interminables.

(Lea también: Cambio en líneas y salidas de circulación de la troncal de la Metrovía en Guayaquil)

Aun así, los que esperan son apenas una fracción de los 200.000 pasajeros que utilizan este sistema cada día, según cifras oficiales de este año. La paciencia se desgasta con cada minuto que pasa.

Finalmente, la espera termina. El bus llega y en apenas 15 segundos cada rincón se llena: cuerpos apretados, olores a humedad y rostros apáticos. Esa es la clásica y normalizada escena de este sistema. Aún así, los pasajeros dejan atrás la ansiedad de la espera tras el arranque presuroso del vehículo.

Pero la calma no dura. Apenas un minuto después de iniciado el trayecto, el altavoz rompe la monotonía del viaje: “Señores usuarios, no voy más. El bus está dañado. Bajen en la siguiente parada”.

La impaciencia vuelve. “¡Habla serio!”, “¡Tenemos que ir a trabajar!” y “¡Oe no pues!”, grita parte del público, mientras otros solo contienen el enojo. Pero el fastidio no es solo por el transbordo, sino porque el destino inmediato es el paradero del Parque California, uno de los más caóticos y asfixiantes de la Troncal 3.

Vendedores ambulantes son vistos constantemente dentro de los articulados.Extra

Todos se bajan, pero el bus aún no se mueve. El guardia encargado, impaciente, grita al chofer: “¡Ya, dele pues, avance!”. Sin embargo, el viejo bus parece tener otros planes. Después de varios intentos y un minuto que parece eterno, el motor resucita y continúa. Al menos, no se convirtió en una hoguera ardiente en media calle, como aquellos dos buses que se consumieron en abril de 2024.

Para entonces, los usuarios atrapados en el abarrotado paradero se empujan como pueden para ganar un puesto en el siguiente articulado, sin importar niños ni adultos mayores ni la presencia del ‘veintiúnico’ guardia. Aquel fue solo un corto trayecto en el ya desgastado Sistema Metrovía, que está a poco más de un año de cumplir 20 años en la ciudad porteña.

Hora ‘floja’

Estación Las Monjas, 13:00. El aire es abundante. Las puertas de la estación están abiertas, no para ventilar, sino porque no sirven. “Señores usuarios, cuiden sus pertenencias, especialmente su celular”, reza un letrero pegado con cinta, un eco constante de la inseguridad que plaga este sistema.

Un guardia custodia la parada. De repente, un bus tradicional aparece. “Espere...”, ordena con voz alta al chofer. Sabe que cualquier descuido puede ser fatal, y de hecho, son frecuentes. Con un rudimentario gesto de pulgar hacia arriba al retrovisor, el guardia da la señal para que la ‘metro’ prosiga.

Las puertas del paradero Las Monjas no sirven desde hace más de dos meses.Extra

El bus, con todos los asientos ocupados y pocos pasajeros de pie, ofrece un viaje relativamente tranquilo, no siendo un horario de alta afluencia. Sin embargo, tras apenas 10 minutos, un hombre con una funda de caramelos de manjar, acompañado de su esposa y dos niños, levanta la voz:

“Quizás a algunos les incomoda, hermano. Les pido disculpas. Si me ven parado aquí con mi esposa y mis dos hijos es porque necesitamos. Mira que dormimos en el terminal. Mira que nos mojamos en la lluvia. Mira que no tenemos un hogar ni un empleo”, expresó el hombre con acento extranjero.

Carteles de precaución contra la inseguridad en los paraderos de la Metrovía.Extra

La solidaridad aparece en forma de unos ‘sueltitos’, pero, como él mismo había previsto, no faltan las miradas incómodas.

Veinticinco minutos después, en la concurrida parada Biblioteca Municipal, dos señoras susurran: “Esperemos otra, van demasiado llenas”. Su espera se prolonga hasta después de cuatro buses, cuando finalmente encuentran un espacio apretado.

Ese bus era de los antiguos, pero al menos tenía aire acondicionado. El sol golpeaba fuerte afuera, pero dentro lo que pesaba era el cansancio de dos ancianos, ya que los asientos preferenciales estaban ocupados. Movían los pies para aliviar la tensión muscular. Aunque se conocían, no intercambiaron palabra hasta llegar al terminal Río Daule, donde su cansancio y amargura por fin cesaron.

Pasajeros atentos con los morbosos

14:15. “¡Vesa huev…!”, exclama un hombre rumbo a la terminal del Guasmo. Al llegar a la parada de la Aviación Civil Oeste, observa una ‘avalancha’ de personas esperando subir a un bus ya lleno, que además llevaba un ‘emprendimiento móvil’ de bolsas de basura de un pasajero.

Entre empujones y pisotones, todos logran entrar. El sudor comienza a brotar en la frente de los pasajeros. Sin embargo, algunos, como un joven con lentes, optan por dormir de pie, como si despertar justo al llegar a su destino fuera su única salvación de aquel momento caluroso.

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En la parada Centenario Oeste, sube una joven rubia de tez canela, absurdamente vestida con un abrigo rosado y jeans oscuros, a pesar del calor sofocante, pues los ventiladores no funcionan.

Intenta abanicar el aire con sus manos, pues hasta la ‘ñata’ le suda. En ese vaivén de manos, mantiene una expresión seria, atenta a que ningún hombre se acerque demasiado por detrás, evitando así cualquier acercamiento morboso. Ella está expuesta a esto, pues durante los 20 minutos que estuvo en el bus, estuvo junto a la puerta de salida.

Su técnica es sutil pero eficaz. Cada vez que un hombre tiene que pasar cerca de ella, gira el cuerpo y lo observa directamente, como advirtiendo con la mirada: “Cuidado, te estoy viendo”.

Hora pico

Paradero Centro de Artes, 18:55. La tarde cede su calor al frenesí de la hora pico. Un grupo de unos 15 estudiantes aborda el bus que ya está a tope. Su ruido, típico de la juventud, es tolerado a regañadientes por los pasajeros cansados tras largas jornadas laborales.

De repente, un olor inconfundible a hierba quemada se esparce por el vehículo. Los ojos de los pasajeros se dirigen hacia el origen: los adolescentes al fondo, uniformados de blanco y azul.

Avisos de baños inhabilitados en el terminal Río Daule.Extra

“¿Cuál es el ‘tiro’, ñaño?”, “¡Oye, bájalo!”, “Oe, apaga pues”, “¡Métele una cachetada!”, se escucha entre la eufórica multitud, consciente de que en el bus viajan también adultos mayores y niños.

Los jóvenes, ahora nerviosos, apagan el olor del cigarrillo con prisa, sustituyéndolo con el aroma a chicles de menta, mientras se limitan a reír entre murmullos.

“Esto es de siempre, amiga, justo a esta hora aprovechan para hacer sus cosas”, comenta una pasajera a su compañera de viaje. Quince centavos más a cada pasaje, pero más de lo mismo.

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