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Los migrantes salían a la zona de espera con mascarillas y una funda con sus pertenencias.CARLOS KLINGER

Ecuatorianos deportados muestran marcas de esposas: "me arrepiento de haberme ido"

Los migrantes llegaron a Guayaquil a bordo de un avión militar, solo con la ropita puesta. Pocos sienten vergüenza; otros reniegan de ser ecuatorianos

No hubo quien los recibiera en la sala de arribos internacionales del aeropuerto José Joaquín de Olmedo de Guayaquil. Tampoco los reconfortó el abrazo de algún conocido al pasar por el último de los filtros previos a la entrada a la ciudad. Estaban solos.

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Los pasajeros de aquel vuelo eran atípicos: se trataba de migrantes deportados de Estados Unidos que llegaron a Ecuador en un vuelo militar, en la noche del martes 28 de enero. Algunos cabizbajos y otros resignados aparecieron en la sala de espera luego de más de una hora de su aterrizaje desde la base aérea militar Biggs, en El Paso (Texas), como parte de las deportaciones masivas emprendidas por la administración de Donald Trump.

Su equipaje era ligero, demasiado ligero. Apenas tenían una pequeña funda transparente con documentos u objetos personales, que debido al ‘color’ del plástico, quedaban a la vista de todos.

Así fueron saliendo, uno a uno o en grupos de hasta cuatro personas, luego del proceso de migración y revisión al que fueron sometidos, entre quienes había hombres, mujeres y niños.

Según la Cancillería de Ecuador, quien se pronunció luego de más de cinco horas de la llegada del primer vuelo de deportados, este segundo grupo contó con un bono de 50 dólares para las primeras necesidades que debían cubrir al llegar al país.

Uno de ellos, José Toapanta, de 18 años, lo confirmó. Entre sus pertenencias estaba el volante que les entregaban las carteras de Estado presentes a su arribo (Salud, Inclusión, Interior, según la Cancillería), junto con una tarjeta.

Grupos con niños esperaron taxis para trasladarse hasta sus hogares.CARLOS KLINGER

“El recibimiento fue bueno, mejor que el trato en Estados Unidos. Ahora tengo que venir a seguir trabajando en lo que yo ya hacía: de mecánica”, comentó José. Él cuenta que hace un año y medio llegó a Estados Unidos y se estableció en Brooklyn, condado de Nueva York, donde al menos 13.000 ecuatorianos residen en albergues, según autoridades locales, y ‘cayó’ en una redada hace poco más de un mes.

José llegó solo con la ropa que vestía y sin haber logrado sus anhelos por los que se trasladó al país norteamericano: el encontrar “mejores días” para su familia. Él salió de la terminal aérea como si supiera qué hacer; sin embargo, aseguró que aún estaba “como perdido”, ya que, por segunda vez en poco tiempo, le tocaba cambiar de ambiente, trabajo y amigos.

¿Qué dicen los migrantes luego de llegar al país?

Don Piloso, como prefirió que lo llamaran, fue otro de los que llegó hasta Guayaquil en el Boeing C-17 del Ejército estadounidense la noche del martes. Resignado, porque “así Dios lo dispuso”, cargaba su Biblia en la funda de pertenencias que le entregaron al salir del centro de retención en El Paso.

Él había llegado por vía terrestre hasta la frontera de Texas junto con su sobrina hace un mes; no obstante, por recomendación del coyotero que lo debía llevar hasta Estados Unidos, se entregó a Migración para solicitar asilo.

“Aunque yo solo seguía lo que me decían que hiciera, creo que todo fue cosa de Dios. Él fue quien permitió o no que yo me quedara, pero el trato que nos dieron mientras nos trasladaban de un lugar a otro no fue justo”, expresó.

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Él se refiere al tiempo que lo mantuvieron esposado. No fue el único, ya que mujeres de todas las edades, incluida su joven sobrina, también tenían esa restricción. Piloso, originario del cantón El Triunfo (Guayas), revela que vendió muchas de sus pertenencias para realizar el viaje y que, al llegar al país, debía empezar con su vida casi desde cero.

EXTRA acompañó al hombre, a su sobrina y a dos amigas que hicieron en el camino hasta el Terminal Terrestre de Guayaquil. Aunque su familia acababa de enterarse de que llegarían esa misma noche a casa, sabían que los recibirían con el mismo amor con el que los despidieron. “Nos prestaron una llamada y ahí pudimos avisarles. Si no hubiera sido por eso, tal vez ni nos abren la puerta”, bromea Piloso.

En el avión, los migrantes acordaron denunciar lo sucedido en los albergues ‘gringos’, pero “a la hora de la verdad, ya no quieren nada”, cuenta Piloso.

Una migrante oriunda de El Coca, pero que prefirió no revelar su identidad, mostró a EXTRA las marcas que quedaron en sus muñecas por las esposas. “Apenas nos detuvieron, nos esposaron y así nos trasladaron a todos los centros. Primero, estuvimos en Matamoros y luego nos llevaron a El Paso. No sabíamos en qué momento nos iban a deportar. Yo pensé que ya iba a pasar ese mismo día porque me reunieron con otros ecuatorianos”, dijo.

Don Piloso, junto con su sobrina y dos amigas, llegaron al Terminal para tomar buses y dirigirse a sus hogares.CARLOS KLINGER

Aseguró estar arrepentida de haber dejado Ecuador y de vender sus pertenencias para pagar, también, a un coyotero que le prometió ayuda legal, pero que no cumplió.

“Viajé hasta El Salvador en avión. Luego, en transporte terrestre, crucé a Guatemala, luego a México y finalmente me entregué. Estoy arrepentida, yo podía haber cruzado sola y lograr la meta”, finaliza.

Su ‘viaje’ junto a EXTRA desde el aeropuerto hasta el Terminal fue corto. Sin embargo, las horas que les restaban para llegar a sus hogares serían “eternas”, dijeron.

“No me siento orgullosa de ser ecuatoriana”, dijo una de las deportadas

Mirna Párraga, de 54 años y originaria de El Empalme, fue otra de las migrantes deportadas. Ella no está inconforme con el trato recibido por el gobierno ‘gringo’, pero sí con el Estado ecuatoriano.

Durante nueve años residí allá (EE. UU.) y fui la mujer más feliz. Luego, tuve que regresar y debí pagar un ‘perdón’ de 16 años sin entrar al país. Lo esperé y ahora volví a intentarlo, pero me cogieron”, expresó.

No se siente orgullosa de ser ecuatoriana, pues dice que los beneficios son para los extranjeros y no para los compatriotas. “Por esa razón, decidí migrar. Aquí no me siento feliz”, mencionó entre lágrimas.

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