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Amor 'a punta de arpa'
La noche contempla a pareja que con su espectáculo se gana la 'papa'. Él entona el instrumento de cuerda y ella baila al ritmo que impone su amado.
En un semáforo de la avenida Francisco de Orellana, Albeiro Angulo y Lixy Flores escriben capítulos de su novela de amor y supervivencia. Él carga un arpa de ocho libras con un peso incalculable de aventuras por Latinoamérica. Ella luce un traje de colores que representan el pasado y presente de ambos.
La cálida noche guayaquileña los acompaña a laborar en esa intersección en que la Orellana se cruza con la avenida Rodolfo Baquerizo Nazur. En ese punto, en el carril central que va de sur a norte, la pareja hace lo que mejor sabe. Él entona su instrumento musical. Ella sigue el ritmo bailando de lado a lado con su ancho vestido.
La parte baja del atuendo tiene una franja amarilla, una azul y otra roja. Precisamente son los mismos tonos de la bandera de aquella Colombia que Albeiro dejó en 2013 y de la Venezuela que Lixy abandonó hace cuatro años. Pero también son las mismas tonalidades del Ecuador que hoy los acoge.
El colombiano, nacido en Bucaramanga, capital del departamento de Santander, carga además una mochila negra en su espalda. En ella guarda un armazón que ingeniosamente hizo con tubos de plástico, con la solidez suficiente para sujetar un parlante que proyecta el sonido que capta el micrófono puesto en su arpa.
Cada vez que el semáforo hace detener a los carros, Albeiro le da vida a esa esquina. Empieza con una canción suave. A veces es aquella alabanza católica... “Ten piedad, Señor, ten piedad”. Luego sigue una melodía movida, como ‘La pollera colorá’ o ‘Moliendo café’. En esas piezas más pachangueras interviene Lixy.
Procuran terminar su corto espectáculo unos 10 segundos antes de que la luz semafórica cambie a verde. Lixy rápidamente saca del bolsillo de la maleta de su amado una bandeja celeste para recoger el dinero que los conductores les dan.
Los artistas habitualmente trabajan en el horario nocturno porque de esa forma tienen tiempo en el día para cuidar a su hijo, de un año y tres meses, o para hacer algún trámite. Aunque en ocasiones también suelen ‘camellar’ en el día y deben pagarle un billetito a una niñera para que les cuide a su retoño.
RECORRIDO Y AMORÍO
Albeiro salió de su país para recorrer otras naciones. Durante un año se dedicó a probar suerte fuera de su patria junto a su compañera de cuerdas y madera. En esos meses estuvo en Argentina, Perú, Chile, Bolivia, Uruguay, y finalmente en Ecuador. Llegó a Quito, donde vivió seis años. En Guayaquil, él y su cónyuge llevan seis meses.
“En Colombia, cuando estaba más joven, migré a los llanos orientales. Allá tocan música con arpa”, refiere sobre el origen de su pasión artística.
En la ‘Carita de Dios’ conoció a Lixy. Ambos subían a los buses en la avenida Amazonas para ganarse el pan. En esa época, la joven, de 25 años, vendía alimentos. Después fueron conversando, él la invitó a salir y acabaron ennoviados. Fue entonces cuando ella retomó la danza que practicaba en su tierra.
VIVIR DEL ARTE
Lixy confiesa que subsistir del arte es complicado, pero tiene sus recompensas. Lo ‘turro’ es que no siempre la gente lo valora. Hay días en que ganan poca plata y otros en los que hay buena ‘chamba’. Pero lo bueno, asegura, es que maneja su tiempo y está más pendiente de su nene.
En su caso también demanda un buen estado físico, pues al danzar se agita más y por eso más o menos cada cuatro rondas de baile descansa un rato en el parterre de la avenida.
“Bailar bajo el sol es duro, por eso prefiero la noche”, expresa mientras muestra cómo se le han bronceado los brazos y hombros.
A pesar de las idas y vueltas de su actividad, los ‘tortolitos’ planean quedarse un buen tiempo en Ecuador. Ya ‘echaron raíces’ con el primogénito y están encantados por estos lares.