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Decenas de mujeres se sumaron a las tareas de búsqueda manual en la zona cero.GUSTAVO GUAMAN

Alausí: el papel de las mujeres en la zona del desastre

Con palas y picos, decenas de mujeres se sumaron a las tareas de rescate. Algunas como voluntarias y con experiencia en trabajo agrícola y entrenamiento civil.

Con polleras o con pantalones, las mujeres han sido durante la tragedia de Alausí los brazos fuertes que han sostenido las búsquedas o a quienes esperan por noticias de sus seres queridos. EXTRA recorrió la zona cero y se encontró con algunos ejemplos...

A Manuela Morocho se la puede ver caminando sobre la tierra que cayó de la montaña el domingo pasado. Su pollera azul con bordados en los filos se destaca entre los uniformes de los rescatistas. Ella no tiene familiares directos atrapados en el sitio de la desgracia, pero sí un compromiso.

Tiene un buf sobre el rostro y por ahora ha cambiado su sombrero de paño por un casco de seguridad. No se cansa, no le duelen los pies con el uso de botas de caucho, cuenta. Saca fuerzas de su corazón.

Ella tiene 33 años y tres hijos, vive en la comunidad vecina de Nigza. Su cotidianidad se trastocó por la emergencia. Ahora no se ocupa de sus sembríos de papas y cebollas ni de sus animales. Su día transcurre entre la tristeza y la esperanza de encontrar los cuerpos de los caídos. “Siempre hemos sido solidarios y ahora con más razón”.

Se levanta a las 04:30 para alistar a sus pequeños porque deben seguir asistiendo a la escuela. Deja cocinando el almuerzo y va a la zona cero, donde permanece hasta la tarde o hasta que la lluvia permite seguir en el sitio. “Estoy bajo las disposiciones de los bomberos. Esperamos que pase la maquinaria y seguimos el trabajo manual con pico y pala”.

Luego de la advertencia de grietas en la masa de tierra que cayó sobre Nuevo Alausí, ella solo espera. No piensa claudicar en sus labores. Su fuerza para cargar piedras y ‘meter’ azadón no es casualidad, pues ella lleva toda su vida cultivando la tierra, cargando trigo, papas y comida para el ganado. “Igual que cualquier hombre”, insiste.

Manuela Morocho está bajo el mando de un escuadrón de rescatistas.GUSTAVO GUAMAN

EN COMUNIDAD

Pero ella no es la única. Cerca del puente negro, junto a la zona del desastre, está un grupo de mujeres de la comunidad de Chivatus, situada en el cerro de enfrente de Nuevo Alausí. Están sentadas, porque ya el jueves no las dejaron pasar a cavar y hallar a sus amigos y familiares. “Ya sabemos que no están vivos, pero queremos darles sepultura, llevarlos a su tierra”, explica Carmen Cando.

Ella no lleva pollera, sino un pantalón térmico, saco y sombrero. Está con sus vecinas Gloria Apugllón y Victoria Vimos. “Aquí quedó mi sobrino y su familia”, lamenta Carmen.

Estas mujeres también se dedican a la agricultura, pero por ahora han decidido “dejar a los animales amarrados” para buscar a sus parientes. “Por unos días que no los llevemos a pastar no va a pasar nada. Esto es más importante”, dice Gloria.

Además de la familia de Carmen, allí vivían otras cinco personas oriundas de Chivatus, que por sus trabajos salieron de la comunidad y arrendaban departamentos justo en esa zona. “Ellos buscaban salir de la pobreza trabajando en el centro de Alausí y encontraron la muerte”, espeta Gloria.

Ella ha dejado a seis hijos en casa, al cuidado de otros familiares. Victoria, a cuatro menores de edad. Eso sí, están de pie antes del amanecer para asegurarse de que todos tengan comida preparada, uniformes limpios para ir a la escuela, pues aunque ahora son ‘rescatistas’, nunca dejan de ser madres.

CON UNIFORME

En los rescates ya no se ve solo a hombres. Hay mujeres uniformadas que no le han tenido miedo a los riesgos de esta zona, que según la Secretaría de Riesgos ya presenta infiltraciones de agua por las constantes lluvias.

“La zona es bastante inestable. Las imágenes del dron nos manifiestan fisuras en la zona cero”, informa Rodrigo Rosero, secretario general de Riesgos.

Se decidió que solo la gente especializada en rescates pase a la zona cero. “Lo que sirve es que los pobladores trabajen con los bomberos, indicando dónde estaban las casas”.

Esto no es suficiente para mujeres como Sandra Ascaribay, de 51 años, teniente del grupo Boinas Rojas, una organización civil entrenada en rescate y atención prehospitalaria. Llegó desde Cuenca en las primeras horas del lunes y también se puso a remover la tierra con pico y pala. “Aunque nos dijeron que no nos necesitan, nuestro perro encontró a una señora sepultada”.

Sandra Ascaribay puso en práctica sus conocimientos de scout, junto a su perro.GUSTAVO GUAMAN

Debido a las nuevas disposiciones decidió volver a Cuenca, pero con la satisfacción del deber cumplido. “Creo que tenemos la misma fuerza que los hombres y también somos mejores planificando”, sostiene.

A Sandra no le amilanó que hace unos meses fuera intervenida quirúrgicamente: una histerectomía. “Me siento más fuerte. Incluso mi perro volverá a los entrenamientos porque fue quien me acompañó en ese proceso”.

Ella puso en práctica los conocimientos adquiridos en más de 40 años como parte de los Scouts Ecuador. “Hasta embarazada me iba a los campamentos”.

Quien tampoco le tuvo miedo al duro trabajo de rescate fue Adriana Guzmán, suboficial del Cuerpo de Bomberos de Cuenca. Con 41 años ya ha estado en otros eventos de desastre. “Me he ocupado también de remover la tierra y coordinar algunas acciones con mis compañeros”, detalla. Tiene dos niñas y ha procurado mantenerse en contacto, pero también a salvo “por ellas”.

“Estamos entrenadas física y psicológicamente para los rescates, pero sí es duro ver a las madres esperando hallar a sus hijos”. Adriana piensa en los suyos y en que nadie está exento de sufrir alguna desgracia. Por ello, no claudica en su trabajo.