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Farándula
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Héctor Napolitano: “Cuando no joda, que me arrojen al estero Salado"
El icónico compositor y guitarrista, absorto ante las decadencias que nos asedian, tiene una veintena de nuevos pasillos, boleros y chacareras
Héctor contesta el teléfono. Su voz ronca parece romperse. Está feliz: tiene una veintena de nuevos pasillos, boleros, chacareras, tangos, sones, rancheras.
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Va por sus 69 ‘vueltas’ y su obra alienta su salud emocional y física. “A los tragos ya solo los toqueteo, duermo bien; mis dedos digitan mejor que siempre, eso me sostiene”.
Memoria crítica y social. Recuerda las semanas de los apagones. “No es culpa solo del aniñado, ojo. Pero pega en los jodidos: se pudre la papa, se jode la licuadora, nos cancelan pequeños shows. Yo me agacho, con ágil finta: días de modestia, de parar la olla, de respirar aliviado”.
Lejos de gozosas tentaciones de antaño, Héctor devora guatitas y compone: así surfea el infame presente nacional, tras una larga secuencia de asaltos a lo público. Tumba aquí lo que tú quieras, que mi primo es policía: ¡todo vale!
Tira del freno de mano. “Dignidad, lo único no negociable. Ecuador da pena, también risa. Cuando no joda, que me arrojen al estero Salado, en las tenazas del Cangrejo Criminal”, tose.
Calzoneado por la Gringa Loca
Sus hits pagan las “banderas”, pero complican al nuevo repertorio. “Como a Piero, con ‘Mi viejo’: full ‘Gringa loca’, ‘Bolón de verde’, ‘Guajira para Guayaquil’, ‘El sonero se murió’, ‘Cangrejo criminal’”. Se cuestiona. “Discazos como Promesas temporales o Iguana men se quedaron mudos”, reclama. “Vivo de mis canciones”, respira.
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Acto seguido, “sube” a Quito. “Me le incendian Guápulo, que vive en ‘Papas con cuero’, mi tema vetado por Paco Moncayo. Esas piedras, la tienda, la banda de pueblo, las chamizas. Esas calles, cuatro veces me las trepaba para ir a ver trago; hoy me da mal de altura”, dice. “Si subo, hago pretemporada en Santo Domingo”, mete risotada.
Pilas si oyes una moto
Es recurrente en su dolor por el planeta, la calle, los chicos. “La tentación de la riqueza violenta. -Si el pana mata por 250, yo le hago por 100- cuenta que se escucha”. Y maldice. “Por un puñado de dólares, como dijo Clint Eastwood”. Napolitano toca en pocos y modestos shows. Cree que la Guayaquil popular y criolla se va vaciando. “Sanborondón, allá se fueron. El Astillero, Centenario, mi cerro del Carmen: la nueva ciudad es la de las urbanizaciones cerradas, vía a la Costa”.
Ese estilo de vida impersonal borra los colores, la textura y sabores del guayaco de cepa. “Guayaquil es candela, raspar la olla, encebollado, chancla de biela, indor fútbol, cocolón, cangrejo, pernil. En el ADN Guayaqui, después de JJ: ¡ese soy yo!”, se agranda.
Algo denso se cocina en Guayaquil
Tensa convivencia de los extremos. “Mapasingue, al lado de los aniñados. Isla Trinitaria, Ciudad de Dios, La Entrada de la 8: otro mundo. Si eres de adentro, no pasa nada; ahí no entran ni los chapas. Una es defenderse, otra masacrar: ni la guerra es así. Algo muy denso hierve en estos polos”, carraspea.
Peregrino, guitarrista, cronista. No imaginaba esta versión del sonero piquetero y el blusero letal. “Voy a Olón, nadie pesca: dejas unos sacos en tal punto y sumas para camionetota y casa. Puerto López, Santa Marianita, Manta: playas de casas ostentosas y espantosas, el novísimo estilo cholo-rococó”, se ahoga de la risa.
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Quito, una visita de ocho años
Quito, 1982. Agarra un Colón-Camal y visita al pintor Antonio del Campo: se quedó años, fue un ícono del underground al que sorprendía en un Mercedes Benz, de su primera pareja, Mónica Vaca, madre de Bastián. “Me armo un whisky, aguanta”.
Suspira, ruge. “El Negro Acosta, su hermano Iván, Luigi Stornaiolo, Araña Barragán, Sheila Bravo, Ramiro Jácome, Atahulfo Tobar, Taller de Música y Rumbasón. Inventamos el son blues, con Sandro Celi, metiendo trago en las antenas del Pichincha. ‘Cuando pienses en mí’, el primer bolero con armónica; la Ópera Negra”.
“¡Quito me pertenece!”, decreta. “¡Nos metíamos todos en la Mazda 1200 de Atita Tobar! Mi era de panadero, con don Charlie, La Vienesa, en la casona de Fogón Fiallos, Miraflores; de ahí salimos Los alegres panaderos”.
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Iguana men y otros faunos
Un día del 89, Quito se le agotó. En Galápagos recarga baterías: conoce al Gringo Jhon, un blusero retirado, y monta su banda Iguana Men: ‘Pescador galapagueño’, ‘Camino a Puerto Ayora’, ‘Treinta y seis tarrinas’, entre otros. Con María Pérez, bailarina, tienen a Lucas: son ocho años, es surfista y el bronceado guitarrista sigue en pie.
Papo y un blues siciliano
Diana Napolitano, genealogista argentina, le trae novedades: su remoto pasado responde a migrantes calabreses en Buenos Aires, hinchas del San Lorenzo. “Papá jamás lo dijo: soy un cholo blanco”. En un tributo a Norberto ‘Papo’ Napolitano, blusero de las grandes ligas, sale airoso del mundo blues en Argentina.
Furia, risotadas y silencios
El humor de Napo es una montaña rusa. De la ira a la risotada, a los silencios, los suspiros. “No pensé llegar a viejo así, tranquilo”, dice el otrora rockstar que, en Guápulo, emuló a Nicolas Cage en ‘Leaving Las Vegas’.
“¡A mí nadie me levanta de mi hamaca!”, ríe gritando; pero le pone el brazo la nostalgia. “Cuando los hijos tardan en llamar”. Vive en plena armonía junto a Carmen Albán Perlaza, doctora experta en equinoterapia, nada menos. Y patanada al respecto, ríe estruendoso.
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A Barcelona le hizo un blues que describe cómo está el Ídolo. “Como el país: ya sabes en qué casa”, dispara. “Me esquivo, como Cielo Villafuerte, la Pantera Benítez, Maravilla Tenorio”. Y revela, muerto de risa: “Cuando me falla Barcelona… ¡soy del Aucas!”.
Vibra de orgullo por los hijos. “Les digo que se cuiden. -Que me cuide yo, responden; no me vaya a rodar las gradas-”, se ríe. Y pechea. “Bastián, baterista por la San Francisco; ahí con su aniñado restorán. Lucas, tremendo guitarrista; la niña Delia sigue tocando y bailando, Brenda es politóloga”.
En Quito juega de local
En 2024, en La Mezcalería, bar de su hijo Bastián, esa voz acuchillada de cantante de blues descargó un show estupendo. Su hinchada repletó el club, acabó con los tragos y celebró su poder tarimero.
“No tenía una guitarra de calidad. En un show asoma Juanito ‘La madre Teresa’ Terneus y me regala una Gibson conmemorativa, que es para tocar con los dioses. ¡Me la regaló!”, grita. “¿Te das cuenta?”, tose.
Casi una hora a bordo de ese traqueteado Mustang que es el corazón de Héctor Napolitano. “Estoy a salvo”, suspira. Lo recuerdo como animal nocturno a la caza de vida, de abrazos, sonidos. “¡Estoy a salvo!”, grita. Sí, Héctor: Dios cuide de sus duendecillos. ¡Aguante, Canciller del Cerro!
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