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Quito
La "resurrección" de Kruz Veneno
Por los 24 años de trayectoria de la primera drag queen del Ecuador, un show recordó sus inicios, su caída y ahora su renacer.
Aplauden o me matan, pensó Kruz Veneno, hacía 1998, cuando iba a dar su primer show drag –El fantasma de la ópera– en la discoteca 161. Aunque no se sentía preparada, su expareja, Patricio Brabomalo, le susurró: “¡Ya, maricón, te tocó!”. Y así lo hizo. Aquella noche la cambió para siempre...
Hoy, 24 años después, se maquilla en un camerino del Centro Cultural Itchimbía, en la capital, mientras entierra a Pablo Gallegos –su creador– en un enorme espejo. Se ríe. Llora. Habla de la pasión de Kruz, la primera drag queen del Ecuador, y de su “resurrección”.
Cuando Pablo aún no concebía a Kruz, su padre intentó matarlo a cuchilladas, cinco veces, por ser gay. Entonces, había una ley que condenaba con cárcel la homosexualidad en el país.
Aun así, en 1996, aquel muchachito decidió tomar un taller de teatro gestual con Abelardo, un costarricense que vio sus primeros pasos. No fue fácil. “Todo era escondidito, calladito, teníamos miedo. Si escuchábamos las sirenas eran policías que nos perseguían”, narra Kruz mientras toma una fina brocha y enluce de azul profundo sus párpados superiores.
El ambiente era sombrío antes de que se despenalizara la homosexualidad, en 1997. Un año después llegó a la capital el suizo Conny con la intención de abrir una disco. La 161. Pero necesitaba una drag queen. Fue entonces cuando Brabomalo, activista LGBTI, lanzó al ruedo a Kruskaya Dominique Buccelli Wandemberg (el nombre que dio vida al personaje).
Por supuesto, no la mataron. Aplaudieron su show. “Por fin me sentía incluida. Fue un arma para poder expresar y decir lo que me diera la pinche gana”, detalla la artista cuando faltan 30 minutos para que suba al escenario y, claro, ‘resucite’.
La carrera de Kruz despuntó hacía los 2000, el boom del drag en Ecuador. Diego Narváez, dueño de la famosa discoteca gay Matrioshka, fue un impulso para que más gente la conociera, como María Fernanda Restrepo, quien en aquella época le hizo un reportaje que salió en TV.
Sus padres ya habían asimilado el arte que hacía Pablo y su orientación sexual –luego de haber pasado por psicólogos, psiquiatras y hasta endocrinólogos–. “¡No soy un conejillo de indias!”, les dijo. Y ahí paró.
Kruskaya viajó a Guayaquil, se subió a una limusina, se presentó en bares heterosexuales. Parecía que la gente acogía abiertamente al drag. Pero no.
Cuando llegó a Dionisios, un centro de arte, cultura e identidad –junto con Daniel Moreno y Manuel Acosta– se dio cuenta de que aún faltaba mucho por hacer. Tres años les tomó a estos grandes artistas conseguir que hubiera filas de personas esperando para deleitarse con el teatro que ofrecían.
Al tiempo, en Ecuador se vivía el golpe del VIH/sida. No como en Nueva York en los años 80, recuerda Kruz, pero sí había miedo. “No sabías cuándo te iba a tocar”, asiente. Muchos morían con neumonía, sus familias no decían nada y cortaban la comunicación. Afortunadamente, ella no se contagió, pese a que –cuenta– tenía sexo sin condón con sus parejas. “Ni el Diablo me quiere”, bromea.
En 2005, la drag empezó a trabajar en la discoteca Blackout, cerca de la Plaza Foch. Su humor mordaz, oscuro, dejaba huella. “La gente se cagaba de la risa”, dice. Fue entonces cuando la rebautizaron como Kruz Veneno. Desde ese momento su carrera fue en ascenso, hasta 2016, cuando hubo un primer quiebre. Entonces comenzaba la pasión de la artista...
“Estaba harta”, lamenta. No había apoyo. El costo por presentación se redujo debido al nacimiento de otras drags. Pero, de pronto, aparecieron las Híbridas, un grupo liderado por Lilith, que para 2019 ya brillaban con sus performances. Kruz renació con ellas. Pero no duró mucho. Llegó la pandemia. Se acabaron los shows. Miles de personas morían –incluso en las calles–. Y por si fuera poco, a finales de 2021 se contagió con la COVID y sufrió una afección en el corazón. Se acuerda. Llora. Da un sorbo de agua. Llora otra vez. Y dice: “Decidí matar a Kruz”.
¿Fin? En absoluto. Esta ‘Kruz’ no está hecha de madera, sino del más resistente metal. Sus amigos insistieron en que no dejara a su personaje, así que idearon la forma de volverla a la vida, de acabar con la crucifixión y el calvario que había pasado meses atrás. Llamaron a otras artistas y despegó el homenaje por el aniversario de los 24 años de trayectoria de la drag...
Se apagan las luces
“¡Bienvenidas, icónicas!”, gritan Mishell Aguijón e Isis BabyAn. Más de 130 personas la escuchan. Aguardan impacientes frente al escenario. De repente, a las 20:20, renace Kruz, aunque parece más muerta que nunca. Peluca blanca. Vestido blanco. Piel blanca. El show que da es El fantasma de la ópera, el mismo que hizo –por primera vez– en la discoteca 161. Qué honor.
Todos aplauden. No la matan. Ella baila. Grita. Seduce. Hace lip sync (sincronía de los labios y la música). Y en el público, algunos apenas respiran. Termina. “El drag es arte y no una simple mariconada”, espeta la artista. Todos sueltan una carcajada. Se callan. Y sale Miss Onix con la canción de Isabel Pantoja, ‘Marinero de Luces’. Brilla. Atrae. Encanta. Se saca la corona. Se saca la peluca. Y los demás se sacan el sombrero.
Durante las próximas dos horas, nuevas e icónicas generaciones sudan bajo los reflectores y el vapor, como Simonné Bernardette, una drag nacida a inicios del 2002 y cuya carrera la ha llevado incluso a Colombia y Perú. Esta vez, tras dar una introducción sobre quiénes son las amantes, entona ‘Prefiero ser la otra’, de Enrique Ramil.
Entonces, sale otra vez Kruz y deja todo en el escenario con ‘Desátame’, de Mónica Naranjo. Luego aparecen Victoria Brown, Drysdalia Neuman, Dakira Bri, Rachel Diamond... y llega Lia Romanova a sacudir al público con una actuación perfecta. Impecable. Cuando falta poco para que termine, nuestra protagonista se sumerge en un breve viaje por un ensueño oriental con pinceladas de danza árabe. Es una diva. Es una reina. Todos la miran. La admiran. Y ella lo sabe.
Se acaba. El público se pone de pie. Kruz recibe elogios, incluso de la actriz Monserrath Astudillo, que no ha despegado sus ojos de ella. Le dan un regalo. Le dan otro. Insiste: “Apoyar el arte es cultura”. Agradece y se va. No para siempre. Porque Kruz ha “resucitado” y lo ha dejado claro esta noche.
Homenaje a las trans
• Dakira Bri rinde un homenaje a las mujeres trans asesinadas. Entrega rosas con sus nombres, levanta carteles de protesta, baila, se desgarra, sufre... ella, artista drag con amplia trayectoria, le cuenta a EXTRA que su performance, inspirado en la obra Travestirse es resistirse, de Gledys Macías, busca recordar a esas chicas “bellas, empoderadas” que luchan por mejorar sus condiciones, por la reivindicación de sus derechos, un cupo laboral y, sobre todo, por más vida. Lamenta que el promedio de vida de una mujer trans sea de 35 años.