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Quito: La historia de dos hermanas que crecieron en una fábrica de ladrillos
Mis Vecis Unidos: En el sitio aún quedan la estructura y las herramientas. La familia anhela que el Municipio legalice el barrio para volver a operar
Cecilia y Patricia Pilaluisa, de 64 y 58 años, tienen frescos los recuerdos de su infancia. Ellas fueron criadas en un sitio donde hasta hace poco se fabricaban ladrillos y sueñan con que este vuelva a operar, pero está asentado en un sector en proceso de regulación y esperan que pronto sea legalizado, en el barrio San Luis, noroccidente de Quito.
Estas hermanas abrieron a EXTRA las puertas de su antigua construcción para mostrar cómo se hacían los bloques de barro, contar anécdotas y sus anhelos, pero aclaran que en la zona existe otra fábrica que empezó sus operaciones junto a la de su familia. Sin embargo, en el lugar prefirieron no relatar sus experiencias.
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Estudio y ‘camello’
En su niñez, estas hermanas tenían muy bien distribuido su tiempo: estudiaban por la mañana, ayudaban en el negocio familiar en la tarde y de noche hacían sus tareas. Para ambas, el trabajo era una manera de divertirse. “Era como un juego, me gustaba llevar el barro a los moldes porque había que hacerlo con la carretilla y yo lo hacía como si estuviera jugando a las carreras. Era muy bonito”, rememora Cecilia.
Ella comenta que sus padres eran estrictos y debían hacer el trabajo de la forma adecuada. “Tenían que quedar bien bonitos los ladrillos (...). Para hacerlos, cavábamos en la tierra, golpeábamos, cerníamos y dejábamos bien compactado para que se pueda hacer el barro. Para eso remojábamos de un día para otro. Así, después removíamos con los pies y hacíamos el barro para ponerlo en los moldes de madera que teníamos”, detalla.
El siguiente proceso era dejarlos secar y llevarlos al horno que su padre y hermanos habían construido, el cual aún existe, pero ya no lo usan.
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Pioneros
Patricia Pilaluisa reitera que su familia es pionera en la fabricación de ladrillos. “Yo trabajé en la elaboración desde los 8 años. Poco a poco lo hicimos, hasta que se constituyó en un patrimonio familiar”.
Ella explica que en la época el ladrillo estaba en auge, pero con el pasar de los años empezó a decaer el negocio. “Esa fue nuestra fuente de vida, de trabajo, pero lastimosamente tuvimos que suspender (...). Con la llegada del bloque (de cemento), el ladrillo se extinguió”.
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Los inicios
La familia Pilaluisa se mudó al sitio en el que montaron su negocio luego de que unos italianos abandonaran un galpón y la fábrica de ‘jaboncillos’ (ladrillos pequeños) en la que aprendió este oficio el padre de estas hermanas quiteñas, pero el producto que empezaron a producir no era el mismo, porque decidieron hacer lo contrario a lo que hacían los europeos: ladrillos grandes.
“Nuestros ladrillos se han ido por todo Quito. En total somos doce hermanos y los mayores, que trabajaban en volquetas, ayudaban a hacer las entregas”, cuenta Cecilia, quien al igual que su hermana, a diario está pendiente de la propiedad en la que esperan algún día retomar el negocio familiar.
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