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Una ‘reina’ para los más matones
Lissa Caiza, acusada de envenenar a sus hijos, familia y amigos, sería la primera en llevarse el título de asesina en serie.
Si Lissa Caiza es declarada culpable por envenenar a 16 personas –entre las que murieron sus dos hijos y dos amigos- no solo se ganaría una buena cantidad de años en la cárcel, sino también el título definitivo de asesina en serie, el cual hasta ahora solo ha sido atribuido a hombres en Ecuador.
Los criminales que la antecedieron en el país, generalmente mataban a mujeres luego de violarlas o de mantener relaciones sentimentales, abandonándolas después. Ella, en cambio, supuestamente preparó pócimas mortales y las daba en bebidas a sus víctimas. Hasta ahora se investiga cuáles son los compuestos exactos.
“Nos encontramos frente a una persona con una psicopatía criminal por la forma en la que se cometieron los asesinatos y atentados contra gente de su entorno familiar y sentimental”, describe Iván Naranjo, jefe de la Unidad de Investigación de Muertes Violentas de la Dinased de la capital.
Además, todo ocurrió en una misma área geográfica, en la parroquia de Pifo, en el nororiente de Quito, añade Naranjo; y en lugares cerrados, factores que refuerzan el carácter serial del caso.
Según las investigaciones, las muertes sucedieron dentro de dos casas. La primera fue en la vivienda de Marco Escanta, amigo que Lissa habría envenenado, en el barrio Florida de Chantag, el 11 de junio. La segunda fue cuatro meses después en el departamento que ella arrendaba cerca del parque, donde fue hallado Geovanny Yanchaguano –también intoxicado con el compuesto- metido en una cobija y bajo un lavabo de la cocina.
“Supimos que era él por la ropa que llevaba puesta”, dice Lucía (nombre protegido), hermana de este último fallecido. El cuerpo de Geovanny estaba tan descompuesto que los agentes lo identificaron a través de sus huellas digitales en Medicina Legal.
El joven, que trabajaba como bodeguero en una fábrica de galletas de Guayllabamba, norte de Quito, salió de su casa de Checa –en el nororiente- el pasado 18 de octubre, fecha en la que posiblemente fue asesinado.
Ese día ni siquiera se acostó a dormir, como era su costumbre luego de una larga noche de turno. Solo se dio un duchazo, se puso un jean y una chompa negra, y antes de salir a las 06:30 fue donde su madre a pedirle la bendición.
Cuatro horas más tarde, aproximadamente, su familia recibió un mensaje de texto para comentarles algo alarmante: Geovanny supuestamente estaba secuestrado por unos traficantes de droga que exigían 8.000 dólares para liberarlo. Y la persona que les envió ese dato fue Lissa, con quien en realidad se había encontrado, dicen los parientes.
“Le dijimos si se trataba de una broma pesada. Y si era así, él debía pagar yéndose preso porque con eso no se juega”, explica Lucía acompañada de sus padres y demás hermanos. Sin embargo, ese día no regresó a su domicilio.
LAS TRETAS
Los días pasaban y Lissa supuestamente seguía en contacto con los parientes de Geovanny, quien fue declarado como desaparecido el 20 de octubre. Pero en cada comunicación, ella cambiaba la versión. Les decía que el joven necesitaba dar 4.000 dólares para librarse de los presuntos narcos.
En el último contacto que mantuvieron –el 25 de octubre, tres días antes de hallar los cuerpos–, Lissa les llamó a decirles que habría prestado 1.200 dólares a Geovanny para que hiciera una construcción y necesitaba su dinero de regreso.
“Esa plata es de mi hermana, señorita, mi abogado dice que les ponga una denuncia. Yo no quiero llegar a eso, pero la única perjudicada en esto he sido yo”, amenazaba la mujer por teléfono con una calma total, relatan. Además, supuestamente fingía estar preocupada por el destino de su amigo, al punto de decirle a los parientes que lo busquen con un policía que era su conocido.
Pero hasta entonces, Geovanny ya estaba muerto dentro de esa casa, luego de haberse encontrado con ella. Por eso, cuando supieron de la mala noticia, a través de una llamada de agentes de Medicina Legal, la familia se dio cuenta de que supuestamente solo eran tretas de Lissa para encubrir el crimen.
A pesar de todo esto, todavía no se sabe cuáles fueron los motivos de la mujer para aparentemente matar a las cuatro personas, por lo que “es necesario hacer una valoración psicológica para identificar trastornos mentales”, según Fernando Tinajero, diplomado en psicología forense.
Con eso se sabrá si Lissa actuó de ese modo por un problema en su cabeza o si el entorno familiar y social en el que creció influyó en ella. Además, para Tinajero hay que definir si es verdad que tiene un perfil psicopático como lo deduce la policía, para calificarla como una asesina en serie.
CRÍMENES
Por ahora, todas esas interrogantes se responderán cuando termine la instrucción fiscal que se abrió por el delito de asesinato y cuando Lissa sea llamada a juicio. En esas etapas es probable que ella relate lo que sucedió como lo han hecho otros criminales que pusieron en zozobra al país (ver infografía).
El último caso similar que se conoció fue hace 10 años. El protagonista era Luis Taipe, el conocido Asesino de la bufanda, quien en 2010 usaba la prenda para estrangular a sus parejas: seis en total, incluyendo al hijo de una de ellas.
Carlos Alulema, jefe de la Dinased en ese entonces, lo interrogó y supo de inmediato que se trataba de un asesino en serie, no solo por sus confesiones, sino por su personalidad. “A pesar de ser un maestro albañil era muy elocuente cuando conversaba”.
En su experiencia, los asesinos seriales tienen una inteligencia superior que les permite planificar los crímenes, desde el momento de atrapar a las víctimas hasta cuando utilizan coartadas para despistar a las autoridades.
Pese a eso, los autores de estos delitos “tienen profundas frustraciones surgidas en sus etapas formativas”, lo que les empuja a atentar contra los demás.
El exoficial puntualiza, además, que en nuestro país este fenómeno se presenta una vez cada siete o diez años, según análisis estimados. Luego de una década, Lissa podría integrar esa lista de asesinos seriales.