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Margarita se niega a dejar su oficio. Es una herencia familiar.GUSTAVO GUAMAN

Margarita, la vendedora de fe en Quito: 50 años en el portal de Santo Domingo

Esta casera vende objetos religiosos desde hace 50 años, en el centro de Quito. A pesar de que casi ya no hay ventas ella se mantiene en su oficio

“¿Ya va a llevar el rosario o le sigo guardando?”, grita Margarita a un hombre que sale casi escondiéndose de la iglesia de Santo Domingo, en el Centro Histórico de Quito.

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Así es su día a día. Esta mujer, de 60 años, ha estado en ese portal por más de 50 ‘vueltas’. “Desde que tengo memoria trabajo aquí. Venía con mi mamá y mi abuelita”, cuenta.

Hace unas décadas, los devotos eran buenos compradores y eran más. Ahora incluso las misas se han reducido. “Yo tenía que salir de mi casa en La Libertad a las tres y media de la mañana. Ahora ya duermo hasta las seis”, dice entre risas.

Su venta consiste en rosarios, denarios, velas, inciensos, cuadernos de catecismo y cuando hay algún pedido especial: biblias. “Tengo en mi casa porque son grandes y pesadas. Entonces, solo si van a comprar las traigo”, sostiene.

EL OFICIO SE PIERDE

Margarita tuvo tres hijos y a todos los sacó adelante con el trabajo en el portal de la iglesia. “Nunca les faltó nada, pero ahora ya están grandes, soy sola. Una viuda alegre”, dice burlona. Una estruendosa carcajada le sigue.

Durante un tiempo lidió con los agentes metropolitanos, pero ahora ella y las demás mujeres que venden accesorios afuera de los templos ya tienen permisos y son reconocidas como parte de la cultura quiteña. “Quedamos pocos. Yo vi cómo poco a poco desaparecieron las cajoneras”, asevera.

Las cajoneras eran mujeres que vendían cosas de bazar en la calle Bolívar en un pasillo de piedra. “La modernidad nos va ganando”, lamenta. De algunas supo que murieron y otras simplemente desaparecieron. “Lo mismo ha pasado con los lustrabotas. Esto estaba lleno de vida y de gente. Ya no hay nada”, lamenta.

Sus ventas tampoco mejoran. Desde la pandemia, la gente disminuyó aún más la visita a las iglesias y la crisis económica también contribuye. “Hay días que vendo dos dólares, con eso al menos saco para la comida del día”, relata.

Sin embargo, no falta quien le brinde un café con pan. “Yo sigo saliendo a vender porque me gusta estar aquí. Metida en mi casa me muero”, menciona. Eso sí, espera con ansias los jueves que es el día de san Judas, ya que tiene muchos fieles. ¡Ese es su milagrito!

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