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Guayaquil: La 'vieja guardia' del vóley se reúne en una cancha de Florida Norte
La asociación que administra la pista ha puesto reglas claras: En todos los partidos hay que ‘casar’ (apostar) y los adultos mayores tienen prioridad
Desde las dos de la tarde, hasta las diez de la noche, de lunes a lunes, la cancha de vóleibol de la Florida Norte es una caldera. En esta pista, ubicada en la avenida del mismo nombre, aun cuando llueve o está pegando un sol infernal, igual se reúnen los ecuavolistas más templados de la zona y todas las partidas se juegan por el honor… y por la plata.
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La “casa (apuesta) está fijada en cinco dólares por cabeza, ese es el mínimo. De ahí, que si quieren poner más, no hay límite, puede ser de a ‘sota’ o veinte por ‘mate’”, explica William Laz, quien funge como vicepresidente de la Asociación Florida Norte, la cual administra este parque, que es de propiedad municipal.
A más de lo que se ‘transa’, se debe dar una colaboración para pagarle a la persona que se encarga de la limpieza y la guardianía. “Mantiene todo en buen estado y evita que se metan gente peligrosa o viciosos en las noches, cuando está cerrado”; además, el hecho de que en la zona vivan muchos policías, quienes incluso juegan ahí, ha mantenido alejada la inseguridad, resalta Laz.
LUGAR DE AMIGOS
En este reducto la espera del turno para jugar se hace en ambiente. Música a buen volumen, alguna bebida “para refrescar la garganta” y sobre todo la buena camaradería de años de amistad dentro y fuera de la cancha. Aquí todos se conocen con una “chapa” o nombre cariñoso.
“Él es Palosanto, porque siempre llega ‘oloroso’; el de al lado es Montebello, porque viene de ese sector; don Carlos, Pedrito, el Huevo, porque se dedica a vender cubetas de huevo; la Hormiga, porque lo tiene todo chiquito; el Bobo manonegra (de quien nadie da razón del sobrenombre, pero todos los conocen así); Micky Mouse, el profesor, y el que está colocando es el Toro, pero no por la fuerza sino por los cachos (se desata un estallido de risas)”, señala Laz uno a uno a quienes tertulean en una grada.
Mientras, en la cancha, dos tridentes se disputan un reñido partido. El equipo de la izquierda va arriba en el marcador 4-3 cuando un remate del contrario cae fuera. “¡Mala!”, canta el árbitro y el reclamo se desata. “¡Fue adentro, clarito!”, dice uno de los jugadores del equipo supuestamente perjudicado, pero la decisión se mantiene: “¡Nada, aquí pegó (se acerca el réferi, señalando con el pie el lugar)!”. Es 5-3 para el equipo de la izquierda. El primero que llega a 16 puntos gana.
CON REGLAS CLARAS
En esta cancha, la decisión del juez se respeta y no se le ofende por nada. Para asegurarse de que todos sepan cómo deben comportarse, un cartel grande enumera todas las reglas y en otro más pequeño los nombres de quienes están vetados.
“A los que se ponen malcriados se los suspende por quince días, ahí se los anota y por nada del mundo pueden jugar”, comentó Demetrio Rodríguez, quien vive en la zona desde hace más de 30 años y va a la cancha todas las semanas.
“Vengo desde hace 25 años, especialmente los fines de semana (“¡pero solo cuando lo deja la señora!”, se escucha desde una grada, seguido de una carcajada colectiva). Me gusta porque aquí no hay pito, solo malos entendidos, cuando eso pasa se repite el punto y se acaba el asunto. Antes sí me pegaba mis tres partidos, ahora ya solo uno”, agrega, pues a sus 64 años el físico ya no le da para mucho más.
Otra de las reglas conocidas es que aunque ahí juegue la ‘crema y nata’ del ecuavóley local, los que mandan son los jugadores de la Sub 60 en adelante. “En la asociación se llegó a un acuerdo: las personas de la tercera edad tenemos un privilegio, cada vez que se abre la cancha, los tres primeros partidos tienen prioridad los adultos mayores, ellos juegan primero”, explica Cicerón Carvajal, alias Palosanto, de 68 años.
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