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Esmeraldas: Así se recupera la paz en una de las ciudades más violentas de Ecuador
La capital del ritmo vive una película de acción, pero sus hijos la aman. En Las Palmas se pudre el edificio Flopec, pero ha regresado la vida.
La parejita paró el taxi. Cuadraron la carrera a Atacames. Chinto sonrió: hago la vuelta y a dormir. Los chicos hablan de rumba. Llamada. “Te paso viendo, saca diez latas para el taxi”.
Habló el chico. “Por esta lateral, en la puerta negra, pita tres veces”. Algo huele a pescao. Salieron dos tipos, cerveza en mano. Uno se le acercó.
-El celular y lo que tengas, pasa la matrícula del auto- ordenó, con una pistola artesanal que se la sacó del trasero y se la enterró en el oído. ¡Bájate!
El otro le vendó toda la cara, con cinta pegante de la industrial. Su compinche abrió la cajuela.
-Te subes, no jodes y no te pasa nada. Si me cabreas, te vuelo el coco, sentenció.
Aterrado, Chinto se acomodó en el baúl. Antes del portazo -con lo que quedaba de cinta- el tipo le amarró las manos.
De una, asaltaron un garaje de repuestos y una hueca. Los golpes salieron perfectos. Los panas brindaron por ello. En la radio sonaba una de Residente.
Uno de ellos preguntó por “el material”. Chinto pudo oler: full bazuco. De lo que escuchó, van para una finquita, pasando Súa.
Llegaron a la fiesta, que se escuchaba estruendosa. Una hora más tarde, Chinto zafó la cinta de las manos y luego la de la cara. Con la llave de ruedas abrió la portezuela. En carretera, un camión paró. Lo dejaron cerca de un puesto de policía.
Chinto se salvó: sus asaltantes no eran asesinos. Los agentes pidieron describa a uno de ellos. Con su celular, uno le mostró una foto.
-Este, ¿te suena?- preguntó. Asombrado, el taxista reconoció al que le puso la cinta en la boca. -Sí, creo, jefe.
El otro le dijo que puede marcharse, que consiga un teléfono con otro número y le llame. A los dos días, timbrazo.
-Trae los papeles del auto. Ya los cazamos-, dijo.
El taxista agradece al Buen Señor su suerte de campeón. Recuperó su nave y sigue trabajando, en el perímetro urbano y nada a orilla del río. Su mujer lo maleteó: vive para pagar la deuda.
-La calle está ‘care’ pescao- dice. Y se persigna, besándose el pulgar.
La vida está: los esmeraldeños han vuelto a salir, a gozar, a voltear los tragos. Chinto contaba que, tras la declaratoria de guerra del presidente a grupos terroristas, la violencia amainó. “Que están de limpieza, dicen”. “Pero los bravas están en el campo”.
René, un nieto de Petita Palma, es DJ en la playa. Salsa amatoria, que acelera con merengues noventeros. Besos robados, besos bien dados; pagados también.
Con el genial repentista y poeta Julio Micolta, mejor vamos a casa. Al fondo, la tétrica figura del edificio Flopec: se va pudriendo. Antes aniñadote, hoy tapado con plásticos, como se cubren los muertos. “Con el mar no hay huevadas. Ya le comió el acero”, dice un veterano que vende tabaco chino.
Caminando el malecón, la movida vive: la familia, las chicas, sus galanes tirando biela. Persiste un ánimo de no bajar los brazos, tampoco el volumen de los estéreos. “La noche es parte de nuestra vida, acá se vive afuera”, dice Julio.
También el caos. En el malecón, visitas no autorizadas: los vecinos parquean sus cacharros o camionetotas en zona peatonal. No hay componte. ¡Viva el Ecuadorcito nuestro de cada día!
En mi lindo hotel, su dueña, una veteranita migrante manaba, cuenta que llegó a los 12 años con su familia, cuando todo el malecón tenía cocoteros. “Por eso se llama Las Palmas, pues”, enfatiza.
acá se vive afuera"Julio Micolta,
poeta
“Se gasta en seguridad, pero el pasajero no es que muera por venir a Esmeraldas. Aquí hicimos vida, aquí morimos”, dice. “Miré en YouTube cómo una manada de leones se oculta esperando a su víctima. Los búfalos se mantenían unidos, sabiendo que la muerte los espía, pero que juntitos quizás se salven. Eso siento.”, suspira.
Una bielita en el balcón, de cara al silencioso océano. El puerto, apenas alumbrado, desierto: ahí no fondea ni el barco fantasma ni llega una caja de tuercas. No más de quince años, esta plataforma era repleta de autos, grúas, maderas, montacargas, brazos de acero. Hoy, de cara al mar, el puerto se asfixia.
Complejo Don Vini: piscinas, hamacas, mesitas de madera, comida criolla. En un altillo: máquinas de escribir, registradoras, televisiones blanco y negro; estéreos de los tres en uno, los abuelos de las PlayStation.
Camisetas autografiadas: la de Billy Arce en Barcelona, la conmemorativa de la mejor formación del Esmeraldas Petrolero; la de su heredero, el Vargas Torres; un par de la Tri, de los pioneros.
Todos vuelven: Arce, tras su campaña en Once Caldas, regresó al barrio. No olvidó a los pelados: Vini puso el local, el crack, los regalitos, el payaso. La solidaridad, a golpe de piñata.
Vini migró de Bahía, Manabí. Fue barman, lavaplatos, cocinero y empresario de catering, sirviendo en la Texaco de los 70 y en lo que fuera la Corporación Petrolero Ecuatoriana (CEPE).
Exconscripto de frontera, Batallón de Selva 54, Aguas Negras. Ganó la licitación para Refinería y se instaló en Esmeraldas. Su complejo cumplió 14 años, a ciencia y maña. “Los gobiernos nacionales y locales quedan debiendo, de largo”.
¿Una obra? “Cuando se terminó con el “Callejón sangriento”: los muertos del Cementerio General, tipo zombis, se salían con las lluvias. El alcalde Ernesto Estupiñán trabajó el alcantarillado y las aguas servidas dejaron de reflotar”.
Lidia con cartas y visitas de ‘vacunadores’. Pero la comunidad le ama: que no se va, jura. En la misma mesita, el abogado Fredy Portocarrero habla de caminar del lado de la ley.
Y dispara una pepa. “¿Dicen, no? La vida no es esperar que pase la tormenta, es aprender a bailar bajo la lluvia”. Con el aplauso de los comensales, llegan camarones en salsa de aguacate. “Que se quede la paz. No guindaremos los guantes”, declara.
El Hombre Araña en el Folke Anderson
Vargas Torres 0 - Cuniburo 1. Su DT, Juan Grabowski, trabaja con seis profesionales. El local, Luis Tenorio, es un llanero solitario tropical. El brasileño Allison no honra al legendario Guga, goleador en Esmeraldas Petrolero. ¿Quinientos hinchas? Palco a siete dolaritos. Un Hombre Araña alienta a los varguistas: percusión, brincos y piruetas.
Como todos de LigaPro, Vargas Torres espera el pago de Gol TV. Su presidente es Patricio Garcés: fútbol contra la balacera, las familias rotas, la migración, la emboscada de la droga. En su oficina, austera y con trabajo por todo lado, no repasa sucesos letales cometidos a propios y cercanos.
Ambateño, 48 años, esmeraldeño hace 10; emprendedor pura sangre: camionero, busero, taxista. Pero banca no le banca: de 100 proveedores, quedan 40. Migrante en Inglaterra, le trataron como a perro. Volvió, se enamoró de una esmeraldeña, hizo tierra y familia. Un 50% de colegas, ya bajó la lanford. “Dios me sostiene”, proclama. “¡Yo me quedo!”.
Camino al hotel, imágenes del Folke. Extraños en el camerino: policías con armas largas y tucas. Los creativos del hambre: un insultador oficial que, arrebatando la grada, por cada alarido recibe centavos. Un abuelito alquila cartones para evitar la mugre de la grada.
Un niño blanco, precioso: 90 minutos vendiendo agua helada. Al dejar la tribuna, yace en un rincón: sudadito, extenuado, contando cada moneda. Dios quiera, le queden unos cinco centavitos de felicidad.
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