Exclusivo
Actualidad
¡A recuperar la ‘papa’!
Personas que trabajan cerca de hospitales cuentan que sus ingresos son escasos. Buscan sobrevivir vendiendo ropa para pacientes y aguas medicinales.
Blanca Acosta no contuvo el llanto cuando cerró su restaurante, luego de 25 años de arduo trabajo. El paro de octubre pasado dio el primer golpe, pero la pandemia fulminó su negocio que se ubicaba en La Gasca, norte de Quito.
Se deprimió más porque tuvo que despedir a sus dos empleados. Pero decidió levantarse. Su hija arrendó un local frente al hospital Pablo Arturo Suárez (PAS), también en el norte, y ahora venden pijamas para los pacientes que ingresan a esa casa de salud, además de ropa para recién nacidos.
“Llevamos poco más de una semana. Ella (su hija) se arriesgó a emprender en plena crisis y le ayudo a administrar”, dice Acosta, con optimismo.
Su visión las guió a ese sector para salir adelante. Acosta sabe que, pese a la emergencia, los alrededores de los hospitales que atienden casos de COVID en Quito se han mantenido activos económicamente. Aunque los ingresos sean ínfimos.
Blanca Acosta. Comerciante
La venta ambulante
Frente al PAS, por ejemplo, negocios como el de Acosta se arriesgaron a seguir abiertos. El movimiento comercial incluye tiendas, farmacias, restaurantes... funerarias.
Pero también hay comerciantes ambulantes como Ángela Marín, quien vende aguas medicinales en su coche metálico. Ella ha trabajado durante 15 años cerca de la entrada principal del hospital.
Marín, de 50 años, se aventuró a salir nuevamente en junio. Llega a las 06:00 empujando su única herramienta de trabajo y se va al mediodía. Por temor a un contagio no se queda hasta las 16:00, como solía hacerlo.
“Desde que cambiaron de semáforo no tuve más remedio que trabajar”. Los primeros días vendía hasta dos dólares por jornada. Pasaron los meses y la situación mejoró un poco. Logra reunir entre 5 y 7 dólares, lo que le alcanza para la comida.
Sin embargo, no es suficiente porque tiene un hijo que estudia Medicina en Perú, de donde Marín es oriunda. “Antes de la pandemia reunía cerca de 20 dólares y junto a mi esposo –que se dedica a lo mismo– enviamos dinero a mi hijo”, dice.
Algo similar vive Teresa Haro, quien vende pijamas afuera del Hospital Carlos Andrade Marín (HCAM), centro - norte de Quito.
La mujer, de 69 años, grita para ofertar la ropa que sostiene en sus manos. Lleva una capucha y a más de la mascarilla usa un visor de plástico. “Vengo protegida de esta manera porque tengo diabetes. Soy una persona vulnerable”.
La mayor parte de su vida como comerciante –25 años– la hizo en la calle, principalmente por el HCAM. Con su sacrificio consiguió que su hija se graduara como ingeniera en administración, pero por la crisis perdió su trabajo de contabilidad en una empresa.
Con todo eso, Haro se deprimió y solo en el trabajo encontró la solución. Asimismo, aprovechó el cambio de semáforo para conseguir algo de dinero. “Vengo en bus desde Santa Bárbara y me quedo hasta tarde para vender algo”.
No es mucho, pero sí lo suficiente para mantener al margen al hambre y la necesidad.