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Las sexoservidoras mayores de 40 captan menos clientes que las jóvenes.Christian Vinueza / EXTRA

Colgar las tangas a los 40... ¡qué 'fregado'!

A partir de las cuatro décadas, las trabajadoras sexuales tienen menos clientes. No todas pueden ahorrar y jubilarse es difícil

A sus 46 años y aprovechando la previa festiva por los 486 años de fundación de la ‘Carita de Dios’, Luisa dejó atrás Guayaquil, y en ella parte de los tormentos de ser trabajadora sexual en plan de retiro. A su edad, busca ‘sacarle’ el cuerpo a los problemas. Por un lado, la disputa desigual de clientes con chicas ‘pollitas’ y esbeltas. Por otro, el ‘paniqueo’ de que algún conocido la vea ‘camellando’ y le cuente a sus cuatro hijos su secreto laboral.

Allí en el centro histórico capitalino hace gala de sus 27 años de experiencia llamando la atención de los usuarios. Su trajinar no solo le ha dejado canas y malas noches, sino la sapiencia de cómo complacer en la cama. Eso sí, no pierde su ‘norte’: retirarse pronto del negocio del placer.

La altura quiteña no es extraña para ella. Ya ha laborado antes temporalmente en esa ciudad y en otras localidades. Hasta al Oriente ha ido a parar. Es una itinerante del ‘cuerpeo’, aunque en esta crisis post pandemia ganar ‘billete’, y mucho más por su edad, no es sencillo.

“Es difícil, si uno no es joven no hay plata”, refiere. Según su testimonio y el de otras sexoservidoras, las cuatro décadas marcan un punto de quiebre en esta actividad. A partir de entonces en muchos ‘chongos’ no las dejan trabajar. Los dueños prefieren jovencitas ‘tuneadas’.

A su edad, Luisa siente más necesidad de enrumbarse en otra cosa. Su meta es hacerlo cuando su primogénito, de 24 años, sea un profesional. Él y sus otros dos hijos varones cursan la ‘U’ y su niña está a punto de ser bachiller.

Su relato es la otra cara de la moneda. En la prostitución no todo es como lo pintan. Quienes como Luisa deciden no tener ‘chulos’ que las dominen deben mantener un hogar solas. Casi siempre sin apoyo. A ella, por ejemplo, el padre de sus cuatro hijos rara vez le ha dado dinero para la manutención luego de que se separaran.

Años atrás, Luisa estuvo en un curso para estilista. Aprendió todo lo suficiente para montar un gabinete de belleza, pero no lo hizo por falta de plata. Ahora piensa concretar ese anhelo reuniendo algo de dinero, ya que dos de sus hijos trabajan a medio tiempo. Ahorrar es el único camino, enfatiza, pues los créditos bancarios son impensables. No se los dan.

Si logra lo de su gabinete dejará el trabajo sexual. Esto también le permitirá afiliarse voluntariamente al Seguro Social, beneficio que la mayoría de sexoservidoras no goza al no tener un patrono.

Como las servidoras sexuales no suelen estar afiliadas, no tienen acceso a créditos.Christian Vinueza / EXTRA

Además de la incertidumbre económica, hay otro efecto de decidir retirarse de este oficio. “Temo quedarme sola”, cita entristecida Luisa. Piensa que sus retoños podrían rechazarla cuando les diga a qué se dedica. Ahora creen que ella es una comerciante que viaja a vender artículos varios.

El mismo dilema vive Alexandra, una trabajadora sexual de 46 años, quien labora en una de las alas del barrio de tolerancia en Guayaquil. Sus hijos no saben cómo se gana el pan.

Su rostro luce algunas arrugas, como estrago de los más de 15 años que lleva en el ‘ruedo’. “Casi todos mis clientes son fijos, pocos son nuevos, a diferencia de cuando era joven”, confiesa.

Este año, antes del confinamiento, iba a poner una tienda en su casa. Quiso ahorrar 500 ‘latas’ para empezar, pero la emergencia sanitaria le truncó todo. Alejarse de la prostitución parece lejano, más aún debiendo cuatro meses de alquiler.

“Deben reconocer el trabajo”

Lourdes Toscano, presidenta de la Asociación de Trabajadoras Sexuales 20 de Abril, institución adscrita a la Red de Trabajadoras Sexuales del Ecuador, indica que uno de los objetivos que tienen es que se reconozca el oficio formalmente.

Menciona que en el Gobierno anterior iniciaron conversaciones con las autoridades, pero no se concretó nada. Este año quisieron retomar el diálogo, pero la pandemia del coronavirus frenó todo.

La dirigente expresa que el régimen debería analizar un mecanismo de aportación bajo la figura de trabajo autónomo para las sexoservidoras, teniendo como base de sueldo un salario básico unificado.

“No queremos tener una dependencia laboral con el dueño de un prostíbulo, porque tendríamos que trabajar para él. Y si al día se gana unos 100 dólares, todo habría que dárselo y uno solo ganar un salario fijo”, reflexiona.

Trabajar bajo dependencia no es conveniente económicamente, dice Toscano.Freddy Rodriguez / EXTRA

Toscano lleva 25 años como activista de las trabajadoras sexuales. Aquella labor le permitió alejarse totalmente de dicha actividad hace ocho años. Desde entonces subsiste mínimamente a través de las donaciones de organismos internacionales a la oenegé que lidera.

“Mi familia poco a poco fue aceptándolo y se dieron cuenta que ya no estaba realizando el trabajo sexual (...). Cuando ando en los recorridos en los prostíbulos me digo: ‘quién creyera que estuve en ese lugar’. Estar dentro es duro”, cuenta la fémina, de 58 años.A

Categorizar la actividad

El abogado Franklin Lituma, experto en temas de seguridad social, opina que el Estado debe dar facilidades para la afiliación voluntaria de las trabajadoras sexuales.

“Ellas pudieran tener alguna subvención (ayuda económica) si se las categoriza”, comenta. Y pone de ejemplo a quienes se dedican a la cosecha de la caña de azúcar, que al estar vinculados a una actividad que se desarrolla en una temporada determinada en el año, su afiliación también es temporal, pero están protegidos el resto del tiempo.

El especialista indica que otra muestra de este tipo de afiliaciones es la de los campesinos, en cuyo caso el hombre, al ser cabeza de hogar, paga por su seguridad social y con el mismo monto su familia también está cubierta.

Lituma cree necesario que además de categorizar la labor sexual se debe realizar campañas de afiliación masiva a las trabajadoras, explicándoles los beneficios de enrolarse a la seguridad social.