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Caso envenenados de Pifo: “¡Me odiarás aún más!”
Se llamó a juicio a la mujer acusada del crimen de sus dos hijos y tres personas más. La mujer escribió una carta al papá de los niños.
Lissa María Caiza empuñó un esfero y escribió una carta antes de supuestamente envenenar a sus hijos, de 9 y 5 años. Se la dedicó al papá de los pequeños hallados sin vida en un departamento, en Pifo, parroquia del nororiente de Quito, el pasado 28 de octubre.
“No sé si iremos al cielo, al infierno o solo se tratará de un sueño, pero sé que para mí este momento es el infierno. No espero que me perdones, sé que me odias... ahora me odiarás aún más”, plasmó.
El texto fue revelado en la audiencia de llamamiento a juicio contra Caiza, el 22 de diciembre, que se hizo virtualmente. La implicada compareció desde el Centro de Rehabilitación Social de Latacunga (Cotopaxi), vistiendo el característico uniforme color naranja.
Se puso audífonos para escuchar la intervención principal de Elba Garzón, fiscal del caso, quien leyó el contenido de esa carta “exculpatoria y de reproche”. Allí, la mujer escribió que le dio mucho amor a sus hijos, algo que a ella le negaron. Además, Caiza aseguraba en ese cuaderno que jamás dejaría a los niños con su padre.
“He llegado a un límite que ya no puedo más y me llevo lo que es mío. Me llevo lo que nunca te importó y es lo único que tiene valor para mí (sus hijos)”.
Era el 27 de octubre, cerca de las 20:00. Según las investigaciones, después de esto presuntamente dio a los niños pastillas para la epilepsia, medicamento que el mayor de ellos tomaba porque sufría esa enfermedad. Aunque en las pericias encontraron además dos tipos de insecticidas y un desinfectante.
“Yo quería que mis hijos también mueran porque ellos no tenían a nadie más en este mundo”, confesó Caiza al perito que hizo una indagación de su entorno social y que también se reveló durante la diligencia.
Después, ella le contó que tomó dos pastillas de las que no recordaba el nombre y se desmayó en la sala. En ese lapso, la Fiscalía indicó que el menor de los infantes quedó sin vida en la cama. Su hermano mayor se levantó a pedir ayuda, dio unos pasos, se cayó y murió asfixiado por el compuesto.
Negligencia en su crianza
Fiscalía culminó la lectura de la carta e indicó que no solo los niños fueron localizados sin vida sino también Jaime Yanchaguano, amigo de la procesada. Solo que él murió envenenado, al menos, cuatro días antes. Estaba embalado y debajo del lavabo de la cocina del departamento.
La audiencia llegó a la parte en la que se detalló la vida que llevaron los niños un mes antes de la muerte. Hasta ese momento, Caiza lucía serena, pero cuando los nombraron, lloró.
Garzón explicó que en septiembre, el niño, de 9 años ingresó al hospital Baca Ortiz, norte de Quito, con náuseas y vómito. Sin embargo, en estos primeros chequeos, que duraron del 1 hasta el 18 de ese mes, no se pudo determinar cuáles fueron las causas de estos síntomas. Solo se confirmó que la glucosa estaba elevada.
“Le diagnosticaron que tenía epilepsia. Luego entró nuevamente el 5 de octubre”. En esta última fecha, el infante llegó intubado desde un centro médico de Yaruquí, por las crisis convulsivas.
“La médico tratante indicó que le llamó la atención que el niño fue bastante delicado”, informó Garzón. Los doctores determinaron, según Fiscalía, que esa crisis sucedió por negligencia en el manejo de la medicación por parte de la madre.
Dos días más tarde, le dieron el alta e insistieron a Caiza en que debía acudir a un seguimiento médico, por lo que hizo un compromiso verbal para cuidarlo. “Incluso la Dinapen podría quitarle a los niños”, le advirtieron.
Sin embargo, la mujer no fue a los chequeos y se molestaba cuando los médicos le llamaban por teléfono. Días antes del asesinato, los galenos le rogaban que fuera más colaboradora.
La Santa Muerte
Poco a poco la fiscal se acercaba a la lectura del hallazgo de más evidencias y de lo que encontraron los peritos sobre la personalidad de Caiza, algo que a la procesada le causó risa. Una psiquiatra que la entrevistó supo que Caiza posiblemente fue víctima de violencia física y psicológica en su niñez, la que fue muy triste. Desde los 11 años trabajó para pagar sus estudios -se graduó del bachillerato- y en la adolescencia se embarazó, solo que no se especificó si fue de uno de sus hijos.
Agregó que la evaluada no tiene enfermedades mentales, que su atención es normal al igual que su pensamiento. Sin embargo, le encontraron ideas suicidas constantes. Caiza le manifestó a la doctora que hubiera querido lanzarse de un puente o se habría ahorcado.
Luego de esto, la Fiscalía mencionó que se hicieron peritajes en los celulares que ingresaron como evidencia y algo llamó la atención: Caiza tenía imágenes del Libro de la Santa Muerte y ritos funerarios.
Llamada a juicio
A las pericias tecnológicas se adjuntaron los resultados de la autopsia, en la que se determinó que la muerte de los niños fue violenta. En sus cuerpos hallaron rastros de una sustancia extraña que, hasta la fecha de la audiencia, no se supo cuál era. Pero además se precisó que en los pulmones de los cadáveres había rastros de COVID.
De esto se aprovechó la defensa de Caiza, una vez que Fiscalía acabó su intervención, para decir que los infantes tuvieron una muerte natural. “Se habla de una asfixia accidental pero no causada por mi defendida”.
Sin embargo, tras exponer estos argumentos, la jueza Ximena Rodríguez le recriminó que no podía hablar de una muerte natural si las pruebas demostraron lo contrario.
Ante esto, Doña Veneno, como se la conoce luego de estos hechos, fue llamada a juicio. Al escuchar que la audiencia culminaba, Caiza se sacó los audífonos, se levantó de la silla y se fue nuevamente a su celda.