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Los carameleros de Quito, una tradición de 93 años que se resiste a desaparecer
Los artesanos quisieran nuevos espacios, en los que exista concurrencia de personas, para que resurjan este tipo de puestos. Actualmente, quedan cinco
Hay al menos cuatro cosas que distinguen a los históricos carameleros de Quito: su amabilidad, los charoles blancos, el mandil que les da el toque de elegancia y -lo que no puede faltar- los dulces elaborados de forma artesanal.
Este oficio es antiguo y existen familias que se dedican a esta actividad desde 1930. Sin embargo, la vida formal y jurídica de este gremio se escribe desde el 13 de abril de 1939, con la creación del Sindicato de Carameleros.
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Este grupo de emprendedores empezó con pocas personas y luego superó el centenar, sobre todo en su época de oro, cuando los socios se turnaban los mejores puestos en las afueras de los treinta cines que había en la capital. Ahora cuentan con apenas tres lugares para vender sus productos: los exteriores del Hospital Gineco Obstétrico Isidro Ayora, el Teatro Bolívar y el Teatro Universitario.
En estos sitios rotan cinco carameleros, porque no en todos los puestos es rentable llevar a cabo este oficio. Es por eso que para generar un poco más de ingresos deben exponer en sus charoles también otros productos para que los clientes se acerquen y les hagan el gasto.
SUS ANHELOS
María del Carmen Muñoz Barrera lleva 20 años en esta actividad. Vestida con su característico mandil, en uno de los puestos de la esquina de las calles Luis Sodiro y Los Ríos, al frente de la maternidad, cuenta que heredó el negocio de su madre, quien empezó en esta labor “a los 15 años y se fue a los 92”.
Ella sueña con el momento en que alguien llegue y los sorprenda con la apertura de nuevos espacios para la venta de sus productos. “Ese es mi anhelo, que nos ayuden...”, sostiene.
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Otro comerciante, que aún está en actividad y que recibió el puesto de parte de su madre, es Hugo René Pérez, quien hace 43 años es parte de este grupo de carameleros, pero quedó a cargo del charol de su progenitora en 2008, cuando ella falleció.
Su pedido también es que los “pongan en una parte que haya salida. Tenemos que pagar agua, luz, arriendo, vivimos del día a día. A veces no tenemos ni para el carro, peor con esto de la pandemia. Recién estamos tratando de hacer algo. (...) Por nuestra edad tampoco conseguimos trabajo”.
SU PROPIA CIUDADELA
En algunos avisos municipales, de obras o cierres de vías, se ha visto el nombre de la ciudadela de Los Carameleros. Sin embargo, pocos conocen el origen o la existencia de esta, que se encuentra en el norte capitalino, junto a la avenida Eloy Alfaro, antes de llegar al ingreso del sector Comité del Pueblo.
No obstante, el verdadero nombre de este sector es Lucía Albán de Romero. ¿Por qué? Magdalena Guamba, secretaria de actas del sindicato, explica que lleva esa denominación en honor a la esposa del doctor Patricio Romero, quien fue alguien que aportó mucho a este grupo social y que incluso contribuyó en la gestión para tener su propia sede, en la cual aún conservan fotografías de sus directivas, credenciales antiguas y un estatuto de 1973, de cuando la zona todavía era una cooperativa de vivienda y, en ese entonces, sí tenía el nombre de Los Carameleros.
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EL AZÚCAR, LA BASE DE TODO
Patricia Guamba, quien fue secretaria general por 20 años, cuenta que la base primordial de esta actividad es el azúcar. Recuerda que en sus inicios, al igual que la mayoría de sus amigos y parientes del sector, los hijos eran quienes ayudaban con la mano de obra a sus padres.
“Ayudábamos con el caramelo, la caña, la clarita, las gomitas, el maní de sal, de chocolate, el resto de cosas de dulces. Cada hogar era independiente, pero se trabajaba por el mismo objetivo (...). En ese tiempo era muy bueno el negocio”.
María Raquel Rojas, a sus 90 años, rememora que “en ese tiempo usábamos el papel celofán, que poníamos en un palo y (para sellarlo) le colocábamos la goma. Después de eso (cuando quedaba como una pequeña funda) lo llenábamos con el maní”.
Para los otros dulces aplicaban otro tipo de procesos, en los que había la participación de todo el hogar, comenta. En su caso, ella se encargaba en casa de preparar los productos, mientras que su esposo salía a vender a los cines.
DABA BILLETE
Rojas asegura que en su mejor época la venta de caramelos era lucrativa. “Daba plata, Dios mío”, exclama. Magdalena Guamba agrega que eso se debía a que, en la época, los quiteños preferían los dulces artesanales a los que vendían las grandes industrias. “La gente llegaba a buscarnos a los cines”, señala.
EL DECLIVE
En su adolescencia, Mariana de Jesús Torres empezó a trabajar con su mamá y luego, cuando creció, acompañaba a su padrastro, a quien ayudaba en el reabastecimiento del producto, el cual iba a retirar en una bodega que tenían los carameleros en el centro.
Después pasó a colaborar en las ventas, en las afueras de los colegios. Recuerda que estuvo en esa actividad, junto a él y a su mamá, por al menos 50 años. Incluso, cuando enfermaron, ella se hizo cargo, “pero con el tiempo todo fue acabando. Empezaron a cerrar los teatros y cines, por lo que quedamos sin nuestras fuentes de ingreso”.
LAS NUEVAS GENERACIONES
La caída del negocio hizo que los padres inculcaran a sus hijos a buscar nuevos oficios. Es por eso que en la actualidad son pocos quienes mantienen el legado.
Yolanda Reinoso, nieta e hija de fundadores, narra que en casa todos colaboraban y que se siente orgullosa de haber crecido en ese mundo, sobre todo porque lo mejor era compartir entre hermanos, padres, hijos. “Es una de las partes fundamentales de los hogares de ese tiempo. Soy la tercera generación, pero ya cada uno coge su profesión y cada uno sigue adelante”.
Pero asegura que no piensa dejar que muera lo tradicional. “Aprendimos a hacer todo: maní, habas, caramelos, cañas. Actualmente, preparamos en casa, para nosotros, pero si en algún momento hay que hacerlo, se lo hace. Eso se lleva en la sangre”, añade.
Con ella coincide Mónica Noboa, bisnieta de un fundador, quien añade que tenían tácticas especiales para hacer y dejar listos los dulces para la venta, como saber el punto exacto para que los caramelos quedaran listos. “Todo era muy artesanal. Era muy divertido aprender. Estoy muy orgullosa, me acuerdo y me da nostalgia”.
De las generaciones recientes, quien no aprendió mucho de esta labor fue Héctor Turiago, hijo de María Raquel Rojas, pero cuenta que tiene los mejores recuerdos de su niñez, cuando debía ayudar a su madre en casa, pese a que no le gustaba hacerlo, pero sentía satisfacción al recibir como recompensa los dulces que estaban listos. “Me gustaba, porque ahí me los comía”, manifiesta.
Ahora, la aspiración de los carameleros es que su oficio no desaparezca para seguir llenando de alegría a la gente con sus dulces tradicionales.
- José Revelo es uno de los artesanos que aún prepara los productos para la venta en su casa, al igual que hacían sus predecesores. Cuenta que heredó el puesto de un tío, hace 27 años, y en la actualidad sigue siendo el secretario de su gremio, porque a causa de la pandemia no se dieron reuniones entre los socios.
- El comerciante manifiesta que prepara maní dulce y habas en su inmueble, de la misma forma en que lo hacía su madre, de quien no aprendió a realizar otros caramelos tradicionales, como las cañas o las bombolinas, porque eran más complicados de preparar: “se quemaban las manos”.
- Revelo también lamenta que su situación y la de sus compañeros cambiara: “ahora ya no es como antes, la mayoría ha fallecido, pero los pocos que estamos, estamos reunidos y ojalá la economía se alce”.
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