La Colmena es un barrio del centro de Quito que cuenta con mucha historia, empezando por su nombre, pues tiene tres posibles orígenes y sus habitantes, de todas las edades, los conocen y cuentan a quienes los visitan. Una de las procedencias correspondería a que en el pasado había algunos bosques, con gran cantidad de flores, lo que atraía a las abejas y lo convertía en una extensa colmena natural. Además, los padres católicos franciscanos usaban este sector como el huerto mielero de la ciudad.

El segundo motivo que daría nombre a este barrio es su vista desde El Panecillo. Desde ahí, por su forma geográfica, parece colmena. “Y la tercera razón es porque por este lugar cruzaban grandes quebradas, las mismas que por su forma natural hacían que aparezcan las abejas y las reinas”, explica Guadalupe Panchi, quien es moradora e impulsa el turismo comunitario a través del colectivo Chakiñan UIO La Colmena. La lugareña detalla que en las caminatas pasan por las casas de los vecinos, quienes también participan y no solo muestran su casa, sino fotos de su pasado, de reuniones familiares, para que los turistas conozcan un poco más de cómo era la vida antes y ahora en este sector.

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También les muestran los miradores naturales, que se forman en las pendientes o en los patios de algunos inmuebles, añade el residente Iván Villacís. Menciona que para los visitantes se han preparado diferentes rutas, que atraviesan algunos sectores e incluso un cementerio y la zona de tolerancia más antigua de la capital, que en la actualidad está prácticamente en ruinas, señala. En el recorrido por los inmuebles se pueden ver cómo eran las construcciones en el pasado e incluso algunas casas consideradas patrimoniales, como la de Jesús Ramos, que está ubicada en la calle principal de la zona, que lleva hacia la avenida Mariscal Sucre.

En su inmueble, el hombre cuenta con un horno de barro creado por su padre hace medio siglo, cuando era panificador. La parte frontal se encuentra revestida con cemento, pero el interior permanece intacto. Este tiene aproximadamente 2,5 metros de ancho y 3 de fondo. Ramos recuerda que en su niñez colaboraba con su papá en la elaboración y distribución de los panes.

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Pedido

Guadalupe Panchi -o Lupita, como la llaman en el barrio- cuenta que el trabajo de preservar el sitio, la cultura, sus costumbres, ha estado en manos de los habitantes, pero también han pedido apoyo a las autoridades municipales, porque quieren que la zona se reactive y se considere un punto importante para el turismo, local e internacional.

Y, sobre todo, para eliminar la estigmatización que en otros sectores capitalinos tienen hacia este barrio, porque lo catalogan como una zona roja, a la que no se puede visitar. No obstante, Lupita sostiene que a través del trabajo que hacen los vecinos, en unión, se demuestra lo contrario.

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