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¡Alabados sean los combos!
Joven reinventó la modalidad de negocio familiar. Las cajas de plátano verde que no exportaron por la pandemia, Nola Manobanda las vendió en Guayaquil
Por un experimento comercial, ante una necesidad económica por la pandemia, Nola Manobanda Zambrano, a sus 23 años, pasó de ser oficinista a empresaria. Publicó un anuncio de venta de verdes en redes sociales para probar suerte y ahora tiene 150 clientes fijos.
La joven, originaria de Quevedo, provincia de Los Ríos, recuerda que hace dos meses y medio el negocio de su familia empezó a ‘tambalear’ financieramente. Se dedican a la exportación de productos agrícolas, entre ellos plátano verde. Pero por la situación sanitaria que vive el país se les hizo ‘fregado’ enviar la mercadería al exterior.
Además, por una terrible coincidencia, a Nola justo le tocó salir de la empresa donde trabajaba. Frente a esas dificultades pensó en vender las cajas de manera local. Específicamente en Guayaquil, ciudad a la cual vino a estudiar hace un tiempo.
“Hice una publicación en Instagram, puse una imagen y eso lo comenzaron a compartir mucho, tanto así que tenía muchos mensajes que no podía leer ni agendar”, dice.
Tras esa promoción, la gente empezó a mostrarse interesada. Ella ofrecía hacer entregas a domicilio y de a poco comenzó a tener pedidos. Inició el 6 de junio y al poco tiempo repartía hasta 1.000 cajas semanales.
Añadió variedad
Su negocio empezó a ir ‘viento en popa’. Sin embargo, luego de un mes ya no vendía mucho verde. La gente quería algo más. “Me decían, ‘¿no tiene arroz, no tiene naranja?’ Entonces de ahí me surgió la idea de surtir”, cuenta.
La joven creó combos con algunos productos y de diferentes costos para tener más opciones. La estrategia quedó ‘pepa’, pues ahora sus ventas se manejan más bajo esa modalidad.
Tiene tres combos de 8, 20 y 35 dólares. En el primero vienen 5 kilos de verde, 30 naranjas, una pulpa de maracuyá y 2.5 kilos de banano; en el segundo, 10 kilos de verde, 50 naranjas, una pulpa de maracuyá, dos kilos de banano y un pollo criollo de cinco libras; y en el tercero, un frasco de miel de abeja, 10 kilos de verde, una pulpa de maracuyá y cinco libras de camarón de exportación.
Todos los componentes provienen de la hacienda familiar, mientras que el crustáceo se lo compra al por mayor a una amiga en Quevedo.
Al mismo tiempo, en la finca familiar se empezó a sembrar otro tipo de frutas y legumbres, que luego las ha ido incorporando a sus combos. Actualmente, Nola utiliza el 15 por ciento de la producción de la hacienda.
“Fue un cambio muy radical, estaba acostumbrada a andar en tacos, en ropa formal y muy maquillada. Ahora tengo que andar en zapatos deportivos, una camiseta y lo más cómoda posible”, cuenta.
Ella planifica sus entregas con un cronograma sectorizado. Incluso sus compradores conocen las rutas y le piden encargos para los días específicos.
También identificó una manera en que podía ahorrarse algo de billete y, al mismo tiempo, reciclar. A sus clientes los premia dándoles una ‘yapita’ o algo adicional si le devuelven la caja que le compraron la vez anterior. Y como son cajas resistentes adquiere nuevas con menor frecuencia.
Los trata bonito
Para lograr establecer un negocio en tiempos de coronavirus a Nola no solo le fue útil contar con la materia prima, sino hacer algo más que una simple venta. “Más que mis clientes son mis amigos. Les escribo y les pregunto si las cosas llegaron bien, les mando recetas de cocina y ellos me llaman y me preguntan qué pueden preparar”.
Así esta joven se levantó en medio de la incertidumbre que generó la pandemia en los primeros meses. Ella ha demostrado que con creatividad y decisión se puede reactivar la economía familiar.