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En el Centro Histórico se registran más niños vendiendo en las calles.Angelo Chamba

¡Volvieron a ser niños tras dejar las calles!

En Quito existen programas de reinserción para que los menores de edad retomen sus estudios y ejerzan su derecho a jugar y a soñar.

Sofía ya no piensa en si los aguacates están buenos o pasados. Ya no le preocupa si la venta alcanza para el día o si en algún momento tendrá que esconderse de los agentes metropolitanos que controlan las ventas ambulantes en Quito. Solía contar monedas o correr a cambiar billetes para dar vueltos. Ahora solo quiere seguir estudiando para ser profesora, como las que le enseñaron que “los niños no deben trabajar”.

La menor, de 13 años, junto a sus cuatro hermanos vendía verduras con sus padres en el mercado San Roque, en el centro, hasta que los técnicos del Patronato San José los abordaron para contarles que podían recibir apoyo en el proyecto de Erradicación de Trabajo Infantil. EXTRA conversó con quienes lograron ‘rehabilitarse’, recuperar sus sueños y volver a vivir como lo que son: unos niños.

“No me gustaba porque la gente me miraba mal y ni compraban”, cuenta la niña que interrumpió el coloreo de su cuaderno para conversar con nuestro equipo.

Ahora los niños 'rehabilitados' estudian.Angelo Chamba

La realidad de Sofía era la de 25.000 niños que trabajan en Quito como vendedores, ayudantes de oficios o servicio doméstico -dato recabado por la Junta de Protección de Derechos en noviembre de 2019- aunque durante la pandemia se presume que la cifra se disparó debido a la crisis económica.

“Esto se debe a la pobreza extrema que están viviendo muchas familias”, comenta Sybel Martínez, vicepresidenta de la Junta.

La pobreza es una de las causas de que los menores de edad se conviertan en una fuente más de ingresos de sus hogares, también la violencia y el desplazamiento migratorio. “Nos vinimos con mis papás de Colombia porque los iban a matar”, cuenta José, un adolescente de 14 años que ahora aprende a tocar la guitarra.

El muchacho -alto y fornido- llegó al proyecto hace tres meses, años atrás dejó de estudiar para ayudar a su familia a vender plátanos en las principales avenidas del norte de Quito. “Yo antes no tenía amigos, no me gustaba estar en la calle”, relata con voz muy bajita.

El 12 de junio se celebró el Día Mundial contra el Maltrato Infantil. Si bien existen esfuerzos por ‘reinsertar’ a estos niños a su vida, para la Junta de Derechos no es suficiente, pues se necesita trabajar en políticas públicas.

El trabajo no es el camino

Ellos cambiaron las fundas de productos, el cansancio por el sol y la mala alimentación por los esferos, los cuadernos y el cansancio por los partidos de fútbol que juegan en el patio de la Casa de la Niñez, donde reciben apoyo académico, psicológico y diversos talleres.

Los 100 niños que son atendidos en este sitio, que es parte de proyecto, corren a saludar con un abrazo a todo el que entre a los salones. Muestran sus dibujos, sonríen, saltan... conversan entre ellos.

“Los niños no deben tener preocupaciones por las ventas, ni porque no tienen el vuelto o cosas así. Ellos deben concentrarse en jugar y aprender”, comenta Elba Gámez, jefa del proyecto.

Por eso, una de las directrices de esta ‘rehabilitación’ es que los niños de entre los 5 y 15 años dejen de lado las formas incorrectas de relacionarse como la violencia. “De por sí la sociedad es violenta, más aún en la calle”, agrega.

Los niños han comprendido que no deben trabajar en la calle.ANGELO CHAMBA

Cuando los adultos acceden a que sus hijos dejen el trabajo, las posibilidades para que salgan adelante aumentan notoriamente. Según Irene Bonilla, psicóloga del centro, ellos empiezan a ver el mundo desde una perspectiva real.

“Primero recuperan la parte del niño, de la diversión, de la fantasía, del sueño, del juego”.

A partir de esto, los profesionales retoman la parte educacional. El cambio es inminente porque empiezan a exigir sus derechos. “Algunos padres no conciencian la importante de la educación y son ellos los que les piden seguir estudiando, por ejemplo”, relata la funcionaria.

Entonces los padres también cambian el ‘chip’, según la psicóloga, van aprendiendo que el trabajo no es el único medio para salir adelante y que la educación les abre más posibilidades a sus hijos de salir de los círculos de pobreza y de violencia. Es por eso que en los nueve centros que funcionan en Quito también se trabaja con los progenitores.

Ellos deben comprometerse a asistir a las reuniones con las trabajadoras sociales y, de ser el caso, ir a terapia psicológica. “No es que vienen y los dejan nomás. Esto no es guardería para niños grandes”, aclara Elba Gámez.

Entre otras obligaciones están: llevar y retirar puntualmente a los niños, llevarlos limpios y sanos y sobre todo que no vuelvan a trabajar.

A José le gusta la idea de jugar fútbol con los amigos que ha hecho, también ha descubierto que le gusta tocar la guitarra. Sabe que cuando sea grande quiere ser policía “para proteger a los demás”.

Irene cuenta que allí se modelan nuevas formas de relacionamiento. “Aprenden que la violencia no sirve para resolver conflictos”.

"Los niños que trabajan asumen responsabilidades que no van acorde a su edad y reproducen los círculos de pobreza”. Elba Gámez, jefa del Proyecto de Erradicación de Trabajo Infantil del Patronato

Los padres

Fabián es padre de Sofía y sus cuatro hermanos. El hombre de 56 años trabaja cargando bultos en San Roque y asiste puntual a las reuniones.

Luego de cinco años de unirse al programa, cuenta orgulloso que la mayor de ellos ya está en segundo año de bachillerato y que el próximo año se gradúa.

“Ellos se quedan aquí (en el centro) y les ayudan con las tareas. Nosotros nos quedamos tranquilos porque los cuidan”, comenta.

Según la experiencia de quienes los abordan, todas las familias que llegan atraviesan por una economía precaria, por lo que es difícil, además, conseguir un lugar donde dejar a sus hijos mientras trabajan.

María es una de ellos, es madre soltera y ha tenido que llevar a su pequeño de 6 años a la venta de gafas. Oficio con el que recorre varios kilómetros en el norte de Quito. “Yo estaba angustiada porque lo tenía en el sol, en la lluvia”, dice.

Su hija mayor, de 19 años, creció así y aunque no sufrió ningún maltrato o abuso, no quiso que el menor viviera lo mismo. “Hasta correteado por los (agentes) metropolitanos vivía”, relata.

Tiene claro que la educación es el camino para que su niño tenga más oportunidades. Dice: “No quiero que tenga que vender en la calle para sobrevivir”. ¡Y sí se puede!

EXTRA cambió los nombres de los protagonistas para evitar la revictimización. 

Huyen de los 'cazadores'

Un equipo de técnicos recorre las calles, sobre todo del Centro Histórico, a la ‘caza’ de niños trabajadores. Cuando los divisan se acercan y preguntan por los padres. Algunos de los pequeños se asustan y salen corriendo con las fundas en sus manos.

“Algunos se cambian los nombres o dicen que no se acuerdan. El trabajo infantil está normalizado”, dice Pablo Aguas, uno de los técnicos.

La idea de que los niños deben “aprender a ganarse la vida” es un tema cultural, según Sybel Martínez. Pues las situaciones de pobreza, en la que muchas familias están, hacen que los esfuerzos de los adultos no sean suficientes para mantener el hogar.

Para la activista, los esfuerzos de entidades como el Patronato resultan insuficientes, pues se necesita además de políticas públicas que intervengan la problemática de manera integral.

“Necesitamos datos para aplicar esas políticas públicas y también hay que buscar presupuestos para aplicarlas”, agrega.

Además, considera que estas políticas deben ser interdisciplinarias y financiar planes de atención a toda la familia. “Con la pandemia estos temas se han dejado de lado. Sin dinero no se puede intervenir adecuadamente”.