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Drama
Guayaquil: Bebé necesita una operación y casco ortopédico de urgencia
Keyner nació con una malformación craneal. De no ser intervenido con prontitud puede sufrir problemas en su audición, movilidad y demás facultades. Sus padres piden ayuda
Jonathan Murillo y Andrea Villavicencio van contra el reloj por su pequeño hijo Keyner, de cuatro meses, quien nació con craneosinostosis sagital, una malformación en la cual las articulaciones que unen los huesos del cráneo (suturas) se cierran (fusionan) de manera prematura, antes de que el cerebro esté completamente formado.
Esto hace que su cabeza crezca hacia atrás, presentando un aspecto ovalado, pero a sus padres no les preocupa lo estético, sino que su cerebro y sus facultades puedan ser atrofiados por la deformación, que suele ser genética.
“Las suturas se mantienen flexibles en la infancia, y eso le da tiempo al cerebro para que crezca bien, pero el cráneo de Keyner está totalmente cerrado y llegará un momento en el que no haya espacio suficiente y se vea afectada su movilidad, audición, entre otra capacidad, pues este órgano ordena al cuerpo”, detalla Andrea.
Para ello es necesaria una operación, la cual debe realizarse hasta el sexto mes de vida. A Keyner le quedan dos para tener un normal desarrollo.
“Lo están atendiendo en el Hospital del Niño (Francisco de Icaza Bustamante), está en lista de espera, necesitamos tener un cupo en una cama de la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI). Cada día cuenta”, expresa Jonathan, de 26 años.
Casco de $ 3.000
La pareja también necesita dinero para comprarle un casco ortopédico a su pequeño, el cual necesitará después de la intervención quirúrgica.
Su valor es de 3 mil dólares, pero ambos están desempleados, fueron despedidos durante la época crítica de la pandemia del coronavirus.
“Ya averiguamos sobre el casco, lo traen de Estados Unidos, pero lo venden en Quito. Cada mes tendríamos que viajar allá para que hagan el respectivo ajuste. Gracias a Dios solo es un casco, no hay que cambiarlo, solo graduarlo”, indica la madre.
La situación económica de la pareja es complicada, y no les quedó de otra que mudarse a la casa de los padres de Jonathan, en la cooperativa San Nicolás, Pascuales.
“Yo era impulsadora de productos en las gasolineras y mi pareja trabajaba en construcciones, ebanistería y conducción. Si actualmente comemos es por los ‘cachuelos’ que le salen a mi marido”, confiesa Andrea, quien revela que en ocasiones no tienen ni para los pañales de Keyner.
“Su sonrisa nos da fuerzas para seguir adelante y luchar por él, para que tenga una vida sana y normal”, manifiesta Jonathan, quien asegura que Dios les ayudará a llegar a la meta.