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Día de la Madre: No celebrará, llevará flores a la tumba de su niña víctima de una bala perdida
Hace 17 días, su hija mayor fue asesinada en el Suburbio de Guayaquil y por eso su corazón está de luto y será ella quien le llevará rosas a su princesa, pero al cementerio.
La Sonrisa de Emily Anabela no iluminará más el hogar de la familia Cuenca Chalén. El disparo que recibió en la cabeza, el pasado 22 de abril, apagó para siempre la alegría que la adolescente, de 15 años, contagiaba a sus seres queridos.
Es por eso que su progenitora, Jenny Estefanía Chalén Pezo, no celebrará, como todos los años, el Día de la Madre. Su corazón está destrozado y hoy ella será quien compre flores, pero para depositarlas en la tumba donde reposan los restos de su primogénita.
La guayaquileña, de 31 años, nos abrió la puerta de su casa, ubicada en las calles 26 y tercer callejón Q, en el suroeste del Puerto Principal, para contarnos cómo han sido estos 17 días sin la persona con quien aprendió lo que es ser mamá.
“Han sido los peores días de mi vida. Aunque pase el tiempo, nunca voy a olvidar a mi niña. No hay nada que me consuele ni que alivie mi pena. Emily era el motor de mi existencia, era quien ponía la alegría en casa, quien nos transmitía entusiasmo. Su muerte nos ha dejado un vacío que nadie podrá llenar”, expresa Jenny.
Esta es la primera vez que la madre de la jovencita, víctima de una bala perdida, habla para un medio de comunicación. Durante la entrevista, sus ojos se humedecían y su voz se entrecortaba, mientras relataba cómo ocurrió la tragedia que le arrebató a su princesa, como solía llamar a la mayor de sus tres hijos.
Ese día, la menor de edad, sus padres y hermanos habían compartido una tarde de entretenimiento: merendaron y jugaron bingo. Todo fue felicidad y risas.
Aproximadamente a las 21:00, Emily le dijo a su madre que le diera permiso para ir a conversar con sus vecinos, quienes habitan en la casa de al lado. Habían transcurrido cinco minutos cuando una ráfaga de tiros estremeció a los habitantes de ese sector de la ciudad.
Jenny se paró de un brinco del mueble. Abrió la puerta de su domicilio y corrió hacia la esquina: “¿Y Emily, han visto a Emily?”, le preguntó a sus familiares.
“Vecina, vecina, venga, Emily está desmayada”, le respondió asustada una moradora. Confiesa que vivió los segundos de mayor angustia de su vida. No sabía a dónde ir.
“La señora no encontraba las llaves, todos temblábamos, fueron tantos los tiros que no los pude ni contar. Mi niña estaba en el portal, no estaba en la calle. Cuando la vi en el piso pensé que estaba desmayada, la cogí entre mis brazos y me di cuenta de que tenía sangre en la cabeza, que una bala (perdida) la había impactado”, recuerda Jenny.
La joven fue embarcada en una ambulancia. Sin embargo, en la casa de salud los médicos le corroboraron a los familiares que había llegado sin signos vitales.
El dolor
“Sentí que el mundo se me derrumbaba. Aún imagino que mi hija va a entrar por la puerta, que me va a abrazar, que hoy vendrá con un ramo de flores y chocolates, que me llenará de besos y me dirá ‘feliz día mamá’. Tengo dos hijos menores, pero ninguno reemplaza a otro”, expresa, mientras su mirada se clava en la pancarta donde la fotografía de Emily está acompañada de una frase que exalta lo que representa para su familia.
Otro hecho que marcó la vida de la señora fue el asesinato del padre de Emily, cuando ella estaba en su segundo mes de embarazo. “La vida me ha jugado duro, al padre de mi hija también lo mataron. Gracias a Dios tuve a mis padres, ellos me apoyaron en todo, me tocó trabajar y echarle ganas a la vida, lo hice por ella. Luego conocí al papá de mis dos hijos menores, él fue como un padre para mi niña, ella lo adoraba”, relata.
Para Jenny, hablar de los sueños de su hija es como sentirla viva y pensar que todo ha sido una pesadilla y que al despertar la volverá a verla sonriendo, bailando o haciendo un tiktok por los rincones de su hogar. “Ella quería ser militar, como su papá de crianza”, cuenta.
Confiesa que cuando en redes sociales o en los medios de comunicación veía o escuchaba crímenes de menores de edad, decía: “Diosito qué pena, cómo alguien puede tener corazón para matar a una criaturita”. Y esta vez la desgracia cayó sobre su familia.