El país se enfrenta a un problema que va más allá de las frías estadísticas y los números de rescates económicos: el flagelo del secuestro.
Más allá de ser solo un crimen, el secuestro es un fenómeno que deja secuelas psicológicas profundas en las víctimas y en sus familias, destruyendo la confianza en la seguridad y la justicia.
Las víctimas enfrentan problemas como trastorno de estrés postraumático, ansiedad, depresión e incluso tienen dificultades para reintegrarse a la sociedad después de su liberación.
Esta es otra tarea pendiente del Estado, ya que no es suficiente combatir esta ‘industria criminal’ únicamente con la aplicación de la ley y medidas de seguridad. Se requiere un enfoque integral que priorice la atención y el acceso de las víctimas y sus familias a servicios de salud mental de calidad, así como programas de reintegración, brindando apoyo psicológico y emocional.