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Personaje
Conoce a la mamá de los olvidados...
Dentro de su limitado ingreso, María del Rosario Pillajo deja de ganar unos dólares y los ‘invierte’ en el culto a los difuntos del Cementerio General de Guayaquil.
En la puerta número 10 del Cementerio General de Guayaquil está María del Rosario Pillajo Saquisilí, de 50 años de edad, quien desde la adolescencia se dedica a vender flores, oficio que le ha ayudado a sostener su hogar y darle estudios a sus dos hijos.
No espera que sea el Día de los Difuntos para acordarse de aquellas tumbas abandonadas. Al finalizar su jornada pone un ramito de $1,50 o una flor de 0,50 centavos en las bóvedas de los olvidados.
Por lo general deja su presente en la morada eterna de las personas que trabajaron en el camposanto, quienes la conocieron de niña. “Me apreciaban y yo a ellos. Cuando voy a su tumba me persigno y les digo de broma: ‘Hoy les dejo esto fiado, tal día vengo y les cobro. Verán que ya vengo’”, cuenta entre risas.
Desde antes de la pandemia, María del Rosario tiene este detalle con los fallecidos, señala que le entristece ver que nadie se acerca a varios sepulcros. Sin embargo, no los juzga, pues también se pone en el lugar de ellos, “deben vivir lejos, no deben tener más familiares, etcétera. Aunque de igual manera están los que dicen para qué ir si ya está muerto”, sostiene.
A unos cinco metros de su puesto de flores está el mausoleo de un sepulturero. Recuerda que falleció el día en el que la selección de Ecuador clasificó por primera vez a un Mundial de fútbol (Japón-Corea 2002), “de tanta emoción se murió, se le pasó la mano con la celebración”, indica.
Su mala experiencia
En una ocasión regaló un ramo para un cumpleaños y luego se enteró que terminó en la basura, desde entonces prefiere obsequiarlos a quienes sí lo aprecien, sus ‘muertitos’ y también a la Virgen del Cisne, de quien es devota, pues asegura que le ha hecho varios milagros, el que no olvida es aquella noche en la cual la protegió de un intento de violación, hace 22 años.
Ahora esta práctica la hace con más devoción, pues manifiesta que en este tiempo de coronavirus Dios ha guardado la vida de su madre, una adulta mayor de 86 años y al resto de su familia.
Lo que sí la golpeó fue la noticia que recibió en pleno pico de la pandemia: la muerte de su proveedor de flores, quien se contagió. “Lo conocía desde hace veinte años. Era como un miembro más de la familia y da sentimiento”.
Reconoce que no le sobra el dinero y que la situación está complicada, que ya no vende como antes, que hay días buenos y malos, en uno ‘movidito’ puede ganar de 10 a 15 dólares de 7 a 11 de la mañana. Y de ese dinero debe guardar para pagar el flete de la camioneta (2 ‘latas’), que la regresa a su domicilio en Mapasingue Este, Cooperativa Antonio Andrade Fajardo.
También ayuda a los vivos
A pesar de reunir dinero con las completas, si se le acerca alguien a pedirle que le ‘apoye’ con una rifa o un bingo, María del Rosario les colabora sin coger algún número o tabla. Le gusta ayudar dentro de sus posibilidades. “También sé lo que es la necesidad y uno no sabe si le va a tocar a uno vivir lo mismo”, menciona.