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El pueblo de San Luis, a 299 días de caer al abismo
Esta localidad está por hundirse debido al efecto erosivo del río Coca. Cerca de 200 familias lo perderían todo.
La conocían como la casa rosada y se ha convertido en un referente de la tragedia que está devorando a San Luis. Este pueblo se encuentra en Napo, a 170 kilómetros de Quito, en el margen derecho de la carretera con dirección hacia Lago Agrio (Sucumbíos).
Ahora, su enemigo es el río Coca, que corre cerca del poblado. Desde hace más de un año ha ido carcomiendo los taludes de esa localidad donde se asientan las viviendas de, al menos, 200 personas.
La primera en sucumbir fue esa casa rosada, en la que Carla Quito -cabello oscuro y rizado-, junto con su marido y dos hijos formaron un hogar. Durante cuatro años vivieron en ese lugar cuyo primer piso era de hormigón y el segundo de madera.
Carla cuenta que todo parecía normal hasta que, por primera vez, sintieron un temblor en marzo pasado. Pero eso no lo había producido uno de los tantos automotores que transitan en esa carretera de la troncal amazónica.
Fue el río cuyo cauce se transformó luego del colapso de la cascada San Rafael, en febrero de 2020. Aquella fecha, esa caída de agua -de cerca de 150 metros de altura- desapareció por los “efectos erosivos de las bases de la cascada que progresivamente formaron una caverna de gran dimensión aguas abajo”, reza en el estudio fluviomorfológico que realizó la Corporación Eléctrica del Ecuador (Celec) luego del fenómeno.
Consecuencias
La entidad precisa en el documento que el avance de la erosión ha progresado rápidamente hacia aguas arriba desde la ubicación de la cascada. Con el paso de los meses, los daños causados, añade, fueron en la infraestructura hidrocarburífera (tuberías petroleras), eléctrica y las comunicaciones de la captación de la central Coca Codo Sinclair y del campamento La Loma de Celec.
Es así que el río ha formado un socavón de unos 300 metros de profundidad. Su avance fue tal que parte de la carretera iba a ser engullida por el gran agujero.
Y con ella también se derrumbaría la casa de Carla, quien para sobrevivir trabaja como obrera de una empresa petrolera.
Después de sentir ese temblor, ella y su familia fueron desalojados y ubicados en la escuela 12 de Febrero, en la entrada a San Luis.
A finales de abril, la circulación vehicular fue prohibida por la peligrosidad de la carretera que se partió. Pasaron alrededor de 15 días cuando aquella grieta en la vía avanzó como una serpiente hasta la vivienda de Carla y trizó todas sus paredes.
Fue la mañana del 17 de mayo que los pobladores de San Luis se toparon con que la casa rosada había desaparecido. “Saber eso fue muy difícil”, relata la mujer, de 30 años, vestida con su uniforme de mezclilla azul.
Ella, su marido y sus hijos tuvieron que adecuar un aula de la escuela para dormir, cocinar... vivir. Un par de cortinas blancas cumplen la función de paredes y les brindan algo de privacidad. Los ventanales también están cubiertos y en una de las esquinas hay una gran mesa de madera donde reposan papeles.
Carla dice que es muy incómodo porque muchas veces no tienen agua para asearse o al menos para preparar sus alimentos. “Para mala suerte, mi hija se rompió la manita cuando se divertía en los juegos metálicos de la escuela”, lamenta.
El pueblo en peligro
Con la caída de la casa rosada, se perdió parte de la historia de San Luis, según Joaquín Salcedo, vicepresidente de la directiva del sector. Él -alto y con bigote entrecano- explica que ese inmueble era el único que existía hace poco más de 30 años.
“Las personas que tenemos nuestras fincas en los alrededores de San Luis, íbamos a esa casa y pedíamos posada para dormir”, rememora. Debían hacerlo porque para llegar a cada una de sus propiedades, los finqueros caminaban muchos kilómetros y varias horas.
Con el tiempo, la gente decidió construir sus viviendas para evitar viajes muchos más largos. Así se fue formando en aquel lugar calles tan anchas que un tráiler podría circular sin problemas.
Salcedo es uno de los pioneros. Dejó El Chaco, localidad a 44 kilómetros de distancia, para buscar un futuro mejor en San Luis, caracterizado por tener, en ese entonces, la cascada San Rafael, el atractivo turístico por excelencia.
Pero el poblado tendría su auge con la llegada del proyecto Coca Codo Sinclair en julio de 2010. La gente como Salcedo empezó a montar sus negocios para abastecer a los trabajadores de Sinohydro, encargados de los trabajos hidroeléctricos.
“Yo hice una inversión de unos cien mil dólares”, dice el líder de esta localidad. Ahora, con el avance de la erosión, sus ilusiones podrían hundirse junto al poblado.
La casa de este hombre sería otra de las afectadas cuando el socavón haya recorrido 122 metros desde donde se encuentra actualmente. Según el Servicio Nacional de Gestión de Riesgos y Emergencias, el daño avanza 0,41 metros por día y luego de 299 días, el hueco llegará a San Luis (ver infografía).
“Es una incertidumbre total. No podemos vivir tranquilos”, admite Nancy Chicaiza, vecina del vicepresidente del pueblo. Ella tiene una tienda en la misma calle principal, donde Salcedo levantó su restaurante.
La mujer, quien forma parte del comité de riesgos de San Luis, asegura que muchos de sus vecinos no tienen a donde ir, incluyéndola. Sin embargo, no dejarán tan fácilmente sus hogares hasta que las autoridades les den una solución al problema.
Sino, como aquella casa rosada que estaba al filo de la carretera, los habitantes no solo verán hundirse sus propiedades sino toda una vida de trabajo y sacrificio.
Otra provincia también se afecta
Asimismo, el efecto se ha sentido en las comunidades Toyuca, Sardinas y San Sebastián del Coca en el cantón Joya de Los Sachas.
Celec manifiesta que la acumulación de sedimentos en la cuenca baja del río Coca ha formado extensos bancos de arena y palizadas que han modificado la dinámica del afluente. “La formación de nuevos brazos dentro de la llanura de inundación provoca el ingreso de agua en zonas topográficamente bajas como es el caso de la comunidad de Minas de Huataraco”.