Exclusivo
Actualidad

La pesadilla de vivir en Nueva Prosperina: "Nos encerramos y que Dios nos ampare"
Este sector de Guayaquil tiene la tasa de asesinatos más alta del país. Sus habitantes se encierran desde las 18:00. Las calles lucen desiertas
A partir de las 18:00, caminar por las calles del distrito Nueva Prosperina se ha convertido en una tarea casi imposible. La violencia reina en este sector del noroeste de Guayaquil, convirtiéndolo en el epicentro de los asesinatos en la Zona 8 (ver infografía) y en todo el país. El miedo se ha instalado entre sus habitantes, quienes han tenido que modificar su rutina para sobrevivir en medio de las balas.
(Te invitamos a leer: Penitenciaría del Litoral: Se ejecutan operativos preventivos tras atentado)
Rodrigo, un residente originario de la provincia de Chimborazo, es el reflejo de una cruda realidad. Hace cuatro meses, él, su esposa y sus cinco hijos se vieron obligados a abandonar su hogar en el bloque 4 de la Balerio Estacio, después de que delincuentes armados atacaran su vivienda a balazos.
“Aquí, desde las seis de la tarde, tenemos que cerrar puertas y ventanas, esperando que Dios nos ampare de las malditas balas. Antes vivíamos en el bloque 4, pero tuvimos que salir corriendo. Nos sacaron de nuestra propia casa. La violencia comenzó en 2023, pero ahora se agudizó”, relata con impotencia.
Buscando refugio, Rodrigo y su familia se trasladaron al bloque 1 del mismo sector, pero el crimen no les dio tregua. Ahora pagan alquiler y han dejado atrás muchas de sus pertenencias, cargando solo con lo indispensable y con el temor constante de que la tragedia vuelva a alcanzarlos.

Cuando cae la noche en Nueva Prosperina, el panorama se torna aún más sombrío. Las calles, casi desiertas, se convierten en territorio de los delincuentes, quienes merodean en motos, mototaxis y tricimotos, acechando en la penumbra. Las siluetas furtivas se deslizan entre las sombras, esperando el momento oportuno para atacar. El eco de los motores rompe el silencio, señal de que la cacería ha comenzado. Los vecinos cierran sus puertas temprano, atrincherándose en sus hogares, mientras el miedo se apodera del ambiente y la impunidad reina en la oscuridad.
“Todo sigue igual: violencia y más violencia. Nadie hace nada. El panorama es desolador: calles vacías, casas abandonadas. Al amanecer, salimos con miedo, mirando atrás a cada paso, sin saber si alguien nos sigue, si vienen a pie o en moto. Aquí nadie está seguro. En la madrugada, el ruido de las balas nos despierta sobresaltados. No sabemos qué hacer”, lamenta.
Martha, quien reside en el bloque 1 de Socio Vivienda, otra zona del distrito Nueva Prosperina, comparte el mismo temor. Hace apenas diez días, una masacre sacudió su sector: 22 personas fueron asesinadas y otras seis resultaron heridas, convirtiéndose en la peor matanza registrada en las calles del país.

Desde entonces, Martha evita salir de su casa y no permite que sus tres hijos asomen ni la nariz fuera de su hogar.
“Imagínese el miedo que sentimos. Ya ni siquiera podemos dejar que nuestros hijos vayan a la tienda sin correr peligro. Tanta delincuencia, secuestros, balaceras... En cualquier momento, sin previo aviso, comienzan los disparos. ¿Y si justo en ese instante un niño está afuera? No podemos arriesgarnos”, expresa con angustia.
Pero el terror no se limitó a la masacre. El viernes 14 de marzo, junto a un contenedor de basura, fue hallado el cadáver descuartizado de un hombre. Su cabeza no apareció en el lugar. Ese día, Martha salió a comprar a una tienda del sector y se topó con la macabra escena. Impávida, se detuvo a observar.
“Esto es nuestro día a día. La guerra entre bandas nos tiene atrapados a todos. Seguro aprovecharon la oscuridad de la noche o la madrugada para deshacerse del cuerpo. La mayoría de los delincuentes son jóvenes, incluso menores de edad”, dice, visiblemente afectada.

Sociedad prisionera del miedo
Javier Gutiérrez, sociólogo y experto en seguridad, sostiene que la brutalidad en este distrito, uno de los 12 que conforman la Zona 8 y cuyas calles aún carecen de asfalto, además de contar con cerros y una topografía que facilita la delincuencia, ha dado origen a lo que él denomina una “cultura del miedo”, que condiciona la vida diaria de sus habitantes. Este fenómeno limita la movilidad e impone estrictas restricciones de horario.
“Las familias temen salir después de las cinco o seis de la tarde, debido a los riesgos derivados de los grupos delictivos organizados, que no solo luchan por el control territorial, sino que también se apropian de viviendas, obligando a las personas a encerrarse por temor”, explica.
El miedo se ha convertido en una norma social no escrita: los negocios cierran antes de las seis de la tarde para protegerse de robos o balaceras.
Por su parte, Renato Rivera Rhon, experto en seguridad y director del Observatorio Ecuatoriano del Crimen Organizado, advierte que los ataques en Nueva Prosperina y otras zonas del país es el reflejo de la falta de intervención estatal. “La ausencia del Estado ha generado un caldo de cultivo para la desigualdad, la delincuencia y la violencia criminal. No se trata solo de conflictos entre bandas; hay factores estructurales que agravan la situación”, apunta.
Según Rivera Rhon, la falta de programas sociales, educativos y económicos ha dejado a comunidades como Nueva Prosperina sin opciones para mejorar su calidad de vida. “El fácil acceso a armas y drogas, especialmente entre menores de edad, perpetúa este ciclo de violencia. La detención de líderes como ‘Negro Willy’ (William Alcívar Bautista, líder de los Tiguerones, detenido en España) y su hermano ‘Ronco’ (Álex Iván) fragmentó las estructuras criminales, dando paso a nuevas facciones que buscan consolidarse mediante la violencia”, menciona.
Para el psiquiatra y psicólogo forense Segundo Romero muchos delincuentes imitan a los capos que ven en la televisión o en las películas, lo que genera una escala de agresividad sumamente peligrosa. “Ahora se vive en constante zozobra”, advierte.
Romero destaca que la falta de acceso a la educación y al empleo es un factor determinante en la proliferación de la violencia.
“Estos barrios han sido históricamente marginados. Sin oportunidades, la delincuencia se convierte en una salida inevitable. Además, el consumismo globalizado influye en la construcción de identidades ligadas al crimen. La gente ya no vive, sobrevive, prisionera del miedo, y por eso busca encerrarse”, concluye.
¿Quieres acceder a todo el contenido de calidad sin límites? ¡SUSCRÍBETE AQUÍ!