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Un huerto para personas con enfermedades mentales en Quito

Quienes tienen estas condiciones no suelen hallar trabajo, pero el hambre no espera. Una psicóloga vio que el “encierro tampoco cura”.

huertomanía
A raíz de la pandemia, los socios y voluntarios acuden al huerto dos veces por semana.Ángelo Chamba

“Nadie le pregunta a un loco lo que piensa, o lo que quiere. El Estado y muchas veces la familia deciden por ellos”, dice la psicóloga Aimee Dubois desde la baranda de un terreno de 700 metros cuadrados en la parroquia de Nayón, al nororiente de Quito.

En 2014, cuando laboraba para el Ministerio de Salud llegó no solo a esa conclusión, sino a otra: el modelo de encierro planteado desde hace más de un siglo para quienes padecían enfermedades mentales no daba resultados.

“Si la pandemia nos ha demostrado algo es que el encierro no cura”, agrega.
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Por ello, en 2015 fundó Huertomanías, una cooperativa dedicada al cultivo de frutas y verduras orgánicas donde todos los socios son personas que tienen problemas de salud mental.

La propuesta busca solucionar la falta de acceso al trabajo para este grupo de la población. “Pese a que tenemos una de las constituciones y leyes más progresivas del mundo en temas de inclusión laboral, se queda en el papel, las empresas prefieren contratar a personas con discapacidades sensoriales o físicas”, comenta.

La visión generalizada es que los problemas de salud mental todavía son considerados peligrosos y las compañías no saben cómo adaptarse.

Perseverancia

La iniciativa no es reciente, existe desde 1970 en países como Alemania, Italia e Inglaterra. En Ecuador es la única de su tipo y ha sobrevivido en medio de distintas vicisitudes económicas y sociales, entre ellas las protestas de 2019 y la emergencia sanitaria.

Antes de la pandemia, los socios vendían sus productos en ferias orgánicas. Mantenían un sistema de repartición equitativa. Para ampliar su cartera de productos han elaborado campañas de crowdfunding y participado por fondos internacionales.

Sin ‘camello’

Christian Navas, quien fue uno de los primeros socios de la iniciativa, indica que la labor ha sido ardua. “Es un testimonio a las ganas que ponemos en este proyecto el que hayamos sobrevivido cuando tantos otros negocios han tenido que cerrar sus puertas”.

El huerto representa para él no solo su sitio de trabajo, sino la posibilidad de salir adelante en medio de un mercado laboral incapaz de acomodarse a sus padecimientos.

“Mandé miles de carpetas y siempre decían que me iban a llamar, pero nunca pasó. Aquí he tenido la posibilidad de mantenerme solo”, señaló.

Sin embargo, el cierre de las ferias presenciales ha obligado a los beneficiarios a idear otras maneras de generar ingresos, entre ellas la venta de sus productos de valor agregado a través del Wasi Market, dictar talleres, ofrecer visitas guiadas con pago previo...

“Hemos seguido vía Zoom, y viniendo al huerto dos veces por semana, pero vamos a seguir, porque creemos en este proyecto”, agregó Dubois.