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Enigmas: ¡‘Juego’ macabro!
Niñas empezaron a experimentar sucesos paranormales tras practicar la ouija en el patio de una institución educativa
“Lo que te voy a contar es algo que marcó mi vida y que se lo contaré a mis descendientes para que no cometan este error”. Así empieza Carolina su relato sobre el día que una compañera de la escuela la invitó a jugar la ouija. Se lo ‘vendieron’ como algo divertido, sin embargo, experimentó situaciones macabras que la siguieron hasta su casa.
Como solían hacerlo a diario en el recreo, ella y cuatro amigas se reunían para jugar, conversar y comer, ritual que realizaban durante los 40 minutos que les daban en una institución educativa católica, ubicada en el centro de Guayaquil.
Un día Carla, una de sus ‘panas’, les dijo que tenía un juego diferente. Las llevó hasta una esquina del patio para mostrárselo. Ocurrió en septiembre de 2004. Carolina tenía 8 años.
“Mi amiga sacó de su lonchera una hoja que tenía las letras del abecedario, unos dibujos raros y números. Nos dijo que se llamaba la ouija y se jugaba con una ficha, una moneda o una botella, y teníamos que hacer preguntas”, recordó.
En ese momento no les alcanzó el tiempo para jugar y esperaron al otro día. Aquella noche, Carolina no pudo dormir, ya que Carla les advirtió que una vez que empezaban no se podían retirar porque les pasaría cosas malas.
Al día siguiente se reunieron. “Mi amiga armó su hoja, colocó una botella sobre esta y nos pidió que pusiéramos el dedo índice en la boca de la botella. Mi amiga hizo varias preguntas, pero no pasaba nada. Luego preguntó si ella iba a ser expulsada de la escuela y la botella se movió hacía el ‘Sí’. Con otra compañera nos asustamos y quitamos los dedos”.
Tras realizar la supuesta conexión con el mundo espiritual, Carolina se asustó.
Al siguiente día, la otra niña que también participó en el juego le contó a Carolina que había vomitado gusanos. “Hablamos con Carla y ella dijo que ya nos había advertido”.
Como a Carolina no le pasó nada extraño siguió con la ‘travesura’ por dos semanas.
“Preguntábamos cosas tontas y no pasaba nada, hasta que un día pregunté si mis padres se iban a divorciar, la botella se movió hacia el ‘Sí’ y días después mis padres se separaron”.
Dejaron esa práctica porque una niña le contó a la inspectora de la escuela que Carolina y sus amigas hacían “cosas raras”. A Carla le encontraron la hoja con los garabatos, identificaron qué era y la expulsaron. No la volvieron a ver.
Carolina creyó que no le sucedería nada, pero en su hogar empezó a experimentar situaciones extrañas. Sentía una sensación pesada en el ambiente, le halaban el cabello y los pies, también sentía que la espiaban y escuchaba gritos diciendo su nombre.
“Le conté a mi mamá, me sacó de esa escuela e hicieron una limpia en mi casa. Eso duró como un año. Ya no me ha vuelto a pasar eso”, menciona Carolina, quien actualmente tiene 25 años.