El reloj marcaba las 14:00 del domingo 8 de septiembre cuando lo impensable sucedió en el intercambiador de la vía Perimetral que conecta con la vía a Daule, en el norte de Guayaquil. Un comerciante del mercado de transferencia de Montebello vivió momentos de terror cuando dos delincuentes intentaron asaltarlo en plena luz del día.

Los maleantes, a bordo de una motocicleta, le cerraron el paso con violencia desmedida, rompiendo el vidrio de su furgoneta con un fierro puntiagudo, decididos a hacerse con el botín: una fuerte suma de dinero, fruto de las arduas ventas del día.

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Lo que los asaltantes no sabían es que la muerte los acechaba en silencio. Policías motorizados, atentos a los movimientos sospechosos, se encontraban patrullando la zona tras haber sido alertados de un robo similar el día anterior.

Esta vez, el golpe no saldría como ellos esperaban. En cuestión de segundos, la calma se transformó en caos cuando los uniformados desenfundaron sus armas y dispararon aproximadamente ocho veces contra los presuntos delincuentes, quienes apenas tuvieron tiempo de reaccionar.

El sonido ensordecedor de los disparos dejó un panorama desolador. Uno de los asaltantes quedó abatido, su cuerpo inmóvil yacía sobre el asfalto, mientras su compañero se retorcía de dolor, clamando por su vida, su agonía palpable en cada espasmo.

La escena era escalofriante: sangre, balas y desesperación se apoderaron del lugar, mientras los testigos observaban con incredulidad lo que parecía sacado de una película de acción.

La policía, implacable en su misión, había reconocido al herido. Era el mismo sujeto que, un día antes, presuntamente había robado 7.000 dólares a otro comerciante. Esta vez, su suerte lo abandonó. La osadía de regresar a la misma zona en busca de una nueva presa terminó en tragedia.

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